Continuando
con el propósito de escribir acerca de la MISIÓN DE VIDA, ahora sería prudente
referirse a otro elemento fundamental: La compasión, mencionando de soslayo, el
tema de las certezas de vida como puntos de llegada y de partida. Claro está
que para lograr mayor claridad se deben incluir elementos tales como la
solidaridad, la lástima y la piedad, entre otros. Sin preámbulos ni
delineamientos previos, dejemos que el discurso marche por sí solo.
Partiendo
de una primera premisa, que debería ser una certeza y según la cual: “Hemos venido a este planeta a desarrollar
una misión personal”, nos adentraremos por un rio que tiene como afluentes,
entre otros, la compasión, la misericordia, la solidaridad, el altruismo, la
piedad y la lastima. Y es que más allá de que se crea o no; de que se tenga fe
o no; o de que la realidad coincida con nuestro sistema de creencias o no, más
allá de todo eso, existe una realidad que debe ser asumida en toda su magnitud,
una suma de verdades que juntas conforman la explicación de la existencia del
universo tanto en su versión macro como en el microcosmos. Porque si bien es
cierto que el ser humano tiene una misión, no es menos real el hecho de que el
universo mismo está en proceso de desarrollar la suya propia.
Dentro
de los muchos obstáculos o “trampas”
que tenemos que salvar para cumplir con nuestra misión de vida, hay dos que
deseo resaltar: en primera instancia se encuentra el hecho de no recordar esta
misión, cosa que tiene su particular explicación, tal como lo veremos más
adelante. En segunda instancia, tenemos el hecho de que sin importar si se
recuerda o no, cada situación que se nos presenta en esta vida, cada persona
que conocemos; cada triunfo y cada fracaso, están relacionados con nuestra
misión de vida. Si tan solo pudiéramos comprender tanto el componente de verdad
presente en esta afirmación como el hecho de que todo está unido, conectado,
relacionado, entonces haríamos un gran avance que nos permitiría subir al siguiente
peldaño de esta escalera evolutiva. Llegados a este momento del discurso, creo
que es muy conveniente recordar que el esfuerzo por avanzar en la evolución
humana debe partir de cada individuo en particular, es decir, que nadie puede
subir la montaña por nosotros, y el preguntarse por la misión de vida es
precisamente el primer paso para realizarla. Bien, dicho esto, avancemos un
poco más.
Habíamos
dicho en un texto anterior que la forma idónea de proceder ante un problema que
parece insoluble, una situación compleja o un misterio sin aparente solución,
es partir de una base de certeza, al fin y al cabo, no podemos iniciar la
construcción de nuestra casa por el techo y si ponemos unos deficientes
cimientos, una mezcla pobre en materiales o
un diseño no adecuado, tendremos como resultado una casa que se
desmoronará al cabo de unas semanas. Igual sucede con nuestras creencias que
suelen ser la base de nuestra personalidad y nuestro carácter. Precisamente los
problemas, las vicisitudes y las dificultades que a diario vivimos se presentan
para, entre otros, ayudarnos a forjar una personalidad digna de un Pensador que debe cumplir una misión de
vida. Por eso es que es tan importante definir o re-definir nuestro sistema de
creencias porque es, precisamente sobre él, en donde edificaremos la escalera
que nos permitirá subir y alcanzar la cima de la evolución humana y entrar en
la divina.
Y
para hacer esto más sencillo podemos utilizar el método de la pregunta, aquel
que nos lleva a encontrar las respuestas más adecuadas. Recuerde: Es necesario
hacer la pregunta correcta. Sin importar el orden que siga, algunas preguntas
podrían ser o estar relacionadas con lo siguiente:
-
¿Quién soy yo?
-
¿Qué hago en este planeta?
-
¿Cómo llegué hasta aquí?
-
¿Por qué estoy viviendo este problema?
-
¿Realmente creo y confió en mí mismo?
-
¿Creo sinceramente en la humanidad?
-
¿Por qué sigo esta religión o sistema de creencias?
-
¿Sigo esta religión, sistema de creencias o filosofía
solo porque la heredé de mis padres?
-
¿Existen un cielo, un infierno, un paraíso, un nirvana
(o como desee llamarlos)?
-
¿Existe una verdad para cada asunto y persona o la
verdad es única?
-
Y, si existe una verdad, ¿es posible hallarla?
Muchas
preguntas de este tipo nos ayudarían a visualizar una senda clara y especifica
en relación con el actuar acertadamente en este planeta. Si este ejercicio se
hiciera sinceramente y durante el tiempo necesario, las respuestas que
hallaríamos nos conducirían a forjar una fe firme en “algo”. Aquí es necesario hacer dos aclaraciones más: cuando
hablamos de “fe” no nos referimos a
la fe tonta, ciega y casi estúpida que algunas religiones impusieron durante
tantos años en diferentes regiones del planeta. La fe es algo que puede y debe
ser comprobado mediante un método y siguiendo un camino. Este es el secreto. Si
te dicen: “Debes creer porque este es un
misterio al cual el ser humano no puede acceder”, allí no existe la verdad
o yace solo un poco de ella. Ciertamente hay “misterios” que nos tardaremos más en descifrar, pero la fe a la que
nos referimos nos dice, en cambio: “Cree
en esto mientras desarrollas las herramientas necesarias para comprobarlo por
ti mismo” y además te da un camino para que las desarrolles.
El
otro punto está relacionado con ese “algo”
al que habríamos llegado. Posiblemente, una de las características esenciales
de las personas que llamamos “exitosas”
en el mundo material es que parecen haber llegado a algún lugar, conseguido
algo especial, alcanzado un status diferente.
Siendo esto así, es porque hubo un camino que recorrieron en su momento, el
mismo que los llevó a ese sitio donde ahora están. Otro tanto sucede con la
vida de crecimiento y desarrollo espiritual o divino. Hay personas que teniendo
o no, una posición social especial, ostentan una especie de halo mágico que nos
hace sentir bien ante su sola presencia. Son energéticamente arrolladoras,
fluidas, energizantes; iluminan cada lugar donde se encuentran y las personas
nos sentimos impelidas a estar en su presencia. Se les extraña y su influencia
es magnífica, clara y directa.
En
fin, sigamos un poco más adelante. Ese “algo”
al cual han llegado estas personas es el punto de certeza al cual hacemos
referencia. Es el cimiento sólido y confiable donde se puede edificar aquella
casa que, de antemano, sabemos será duradera, agradable y productiva. Todos,
absolutamente todos los seres humanos podemos partir de alguna certeza de vida
que nos permita construir nuestro propio mundo; luego entonces, la tarea
inicial consiste en hallar ese punto de partida. Muchas personas ya lo han
hecho, por eso dedican sus vidas a una actividad productiva (en términos
materiales o espirituales) que les es apropiada. Y es que dado el diferente y
especial estado de desarrollo evolutivo de cada ser, las certezas pueden ser
igualmente diferentes. Las necesidades específicas de cada individuo pueden
llegar a ser muy particulares aun cuando el propósito divino para la humanidad
es el mismo. Una gota de agua en estados gaseoso, líquido o solido es siempre una
gota de agua aun cuando actúe de forma distinta y en lugares completamente
diferentes.
Las
misiones de vida son como gotas de agua en muchos y diversos estados, actuando
de formas tan complejas que parecieran contradictorias, y en lugares tan
radicales que se pueden notar como un proceso casi imposible de comprender.
Verlas como algo separado permite su clasificación, y esta a su vez, nos mete
en el problema de la dualidad, en donde no hay solución fiable. Por ello es que
creemos que ciertas misiones tienen un alto componente negativo para el resto
de la humanidad, pero el problema no radica en esa particular misión de vida
que parece haberse alejado del plan divino, sino que se encuentra en nuestra
limitada capacidad de comprensión que nos impide ver el “big picture”, la gran imagen, y que nos constriñe a contemplar solamente
una pequeña parte de ese todo magnifico que comprende el universo.
Con
todo esto, nos sentimos compungidos, agobiados con el día a día, temerosos de
avanzar, estresados con las cotidianidades e incluso, hay quienes se suicidan.
Vivimos vidas azarosas, impregnadas de pánico y dolor, de miedos evidentes o
callados que no dejan tiempo para hacer las preguntas importantes. ¿Es extraño,
entonces, que no recordemos nuestra misión de vida? ¿Cuántas horas del día
dedicamos a pensar en ella? ¿Creemos en ella con fe firme? ¿Deseamos realmente conocerla? Tenemos miedo
a lo desconocido, pero nosotros mismos somos unos desconocidos para nosotros
mismos; luego entonces, tenemos miedo de nosotros mismos. Tememos a la
oscuridad, pero nuestro corazón (y casi siempre nuestra mente) es un espacio
poco iluminado, en donde no hay lugar para al amor, la divinidad o la
compasión. ¿Cómo “volcarnos” en el
otro, cuando nosotros mismos somos terreno desconocido? Y sin embargo, estas
son las dos únicas vías de crecimiento y desarrollo verdadero. O, nos dedicamos
a horadar nuestro corazón y nuestra mente o, actuamos directamente en los
demás, no hay otra posibilidad. La diferencia radica en que siguiendo la segunda
senda, estamos también actuando en nosotros mismos, pues somos los demás de los
demás, pero al final, los resultados son los mismos. Un mejoramiento sensible
en usted mismo, mejora sensiblemente el universo.
Si
tan solo pudiéramos sentir el dolor ajeno, adentrarnos en la piel del otro y
desde dentro, acceder a su dolor, a su miseria, a su sufrimiento; y, no
contentos con esto, comprendiéramos las razones de su sufrimiento, haciéndonos
uno con ellas e incluso ir aún más allá, enviando energía sanadora en forma de
pensamientos y deseos conscientemente dirigidos para que las pruebas que esa
persona está pasando, concluyan pronto y satisfactoriamente para su desarrollo
y evolución espiritual… si tan solo pudiéramos hacer esto, estaríamos parados
en nuestras propias certezas y ayudando a construir las de otros mediante la
compasión. Esta es una de las formas más saludables, profundas y efectivas de
actuar en este planeta. Muchas misiones de vida están relacionadas con esta
condición humana que, desafortunadamente cuando no va seguida de la acción, se
transforma en simple “lástima”. Por
ello es que en muchos países occidentales, tristemente, la compasión está
asociada al poder y al control y, en tal sentido, quien es digno de compasión,
se vuelve digno de lástima. Se suele confundir la compasión con otras
expresiones de bondad, tales como la piedad, la caridad, la empatía o la
solidaridad.
Pero
para el Pensador, la lastima, la
piedad, la empatía, la solidaridad y la compasión, son conceptos importantes y
diferentes. Cada uno aporta algo al desarrollo del ser humano y está presente
en mayor o menor grado en cada una de las etapas de la evolución humana. A
veces la diferencia radica solo en el grado de perfección o pureza del
sentimiento o la sensación. Porque así como el deseo es la manifestación más
burda y simple de la voluntad, también la lastima lo es de la compasión, y
anterior a estas dos se encuentra la apatía o indolencia. Sin duda,
experimentar una sensación, cualquiera que sea, es mejor que ninguna,
especialmente durante las primeras etapas del desarrollo humano.
Ahora
bien, dado que estamos tratando de elevarnos cada día más y más en nuestra
escalera de valores humanos, nos compete siempre apuntar hacia el ideal más
elevado que nuestra mente pueda concebir. Un objetivo menor no justifica la
inversión de recursos en su consecución. Debemos, por tanto, incluir la
compasión como un componente de nuestra misión, fijarla como una certeza de
vida, como un acto de fe en tanto podamos comprenderla, y la mejor manera de
lograrlo es implementándola. Cada día haga un acto de compasión, al principio
lo sentirá y se verá un tanto, digamos, fingida, poco efectiva y, quizás,
tonta, pero no se inquiete por ello, pues es mejor esto que hacer nada al
respecto; además con el tiempo, se volverá una cotidianidad y empezará a
hacerlo porque le nace, porque siente y confía que en algún nivel de este
complejo universo, su actuar compasivo, está mejorando la existencia de algún
ser necesitado. Este es el camino verdadero y la forma de proceder ante el
deseo y la necesidad de desarrollar una virtud, cualquiera que sea.
Y
es que, tal como lo expresa el Budismo: “Todo
ser vivo merece esta piedad cuidadosa, esta solidaridad en la finitud o por la
menesterosidad”; por el simple hecho de existir, un ser merece ser
atendido, cuidado, ayudado. Estas mismas condiciones están presentes en todas
las religiones aunque pueden asumir diferentes nombres como misericordia o
caridad (literalmente, amor a Dios). No importa el nombre que le demos, no
importan las discusiones académicas tendientes a hallar la genealogía del
vocablo, porque estamos en la era de la acción y es la acción la que realmente
importa. Participe, anímese, entre al juego y proponga los cambios que cree
pertinentes, pero hágalo ahora, porque mañana simplemente usted no estará aquí.
Como darnos cuenta quesentimos compaciòn en lugar de làstima? O mejor aùn; que hacemos algo como un acto de caridad y no de làstima.
ResponderEliminarBuena pregunta. Seguramente la solucion radica en el punto donde se enfoca nuestro sentir. Tanto el altruismo como la compasion estan dirigidas hacia el bienestar del "otro", mientras que la lastima, asi como la depresion y la tristeza, estan enfocados directamente en nosotros mismos. Porque no se trata de decir: "Siento compasion por ti, por tu sufrimiento y te acompano en el dolor"... No, la compasion va mucho mas alla, de hecho no dice nada, simplemente siente el dolor ajeno como si fuera suyo, y no conforme con esto, hace algo (material o espiritual) para acabar con ese sufrimiento.
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