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martes, 3 de marzo de 2015

PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA: EL MIEDO A LA VIOLENCIA




Regresando a un tema que denominamos “Misión de vida” y del cual hablamos hace poco, hoy quiero hacer referencia a un componente que se puede inscribir perfectamente dentro de ese postulado. ¿De qué se trata? Antes de entrar en detalle haremos una aclaración que creo conveniente en la medida en que hemos hablado de temas aparentemente inconexos, pero que guardan una clara relación para el verdadero buscador. Porque son tantos los elementos que integran la razón de ser de una persona, el motivo por el cual está aquí  y ahora, rodeado de las  circunstancias que le son propias; con la familia y los amigos que le acompañan, así como los conocidos que atrae a su alrededor, que es casi imposible determinar con exactitud el número y el grado de impacto que cada uno ejerce sobre el individuo. En esta búsqueda de la esencia del ser, necesitamos nuevamente partir de alguna certeza, precisamos una plataforma segura desde donde lanzarnos en procura de llegar a ser lo que hemos venido a ser. Pensando en esta necesidad es que abrimos el espacio conocido como PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA, para dibujar allí algunos trazos de diferentes colores, variadas formas, difuminadas asociaciones y sinceras líneas que juntas nos permitan llegar a ser, lo que González de Vicenzo denomina “Nuestra mejor versión”.  


Y, ¿cómo llegar a ser nuestra mejor versión? Trabajando decididamente en ello, poniendo el cincel sobre nuestra propia estructura y, aunque duela, arrancar de nosotros todo aquello que está sobrando, que nos afea ante el verdadero ser humano, que imprime una imagen de ridiculez y estulticia frente a la divinidad que reside dentro de nosotros. Hoy intentaremos quitar uno de esos elementos ajenos al verdadero ser Pensante. Un componente que está tan arraigado en nosotros que pareciera ser el fundamento de la existencia; un elemento que se expresa de mil formas distintas y que, a pesar de ser un detonador de consciencia, en todas sus manifestaciones atenta de manera brutal, no solo contra la humanidad, sino contra otras formas de vida en el planeta, otras civilizaciones y el mismo universo.   
Para entrar en materia, hallemos un común denominador:
-          En casa: “Niño, deje de jugar con el computador y póngase a estudiar… ¡ya mismo!
-          En el colegio: “Señorita, cierre el libro de poemas y continúe con los ejercicios de matemática o será remitida a la oficina de dirección”.
-          En el Barrio: “Una familia saca al andén su equipo sonido y arma una fiesta en medio de la noche”.
-          En un país distante: “La jornada laboral se extiende por 12 horas y los empleados toman sus alimentos dentro de la misma fabrica”.
-          En internet: “Un estudio (¿Cuál?) ha revelado que el 65 % de los empleos mejor pagados son ocupados por hombres y el 35 % restantes por mujeres”.
-          En el trabajo: “Sr. Y, si llega nuevamente tarde al trabajo, será despedido. Afuera hay muchos que desean trabajar”.
-          En un país latinoamericano: “Los miembros del Senado devengan un salario mensual 50 veces más elevado que el común de los trabajadores
-          Titular en un periódico: “Un suicida hace explotar una bomba en un mercado en un país oriental y deja X número de víctimas”.
En las anteriores ocho situaciones, reales y comunes en nuestro medio, existe al menos un común denominador: la violencia contra el individuo manifestada de diferentes formas. Pues bien, hablemos un poco de ella y para ello, propongamos algunas preguntas:
1.       ¿Qué es la violencia?
2.       ¿Cómo se manifiesta?
3.       ¿Por qué se presenta?
4.       ¿Es el ser humano violento por naturaleza?
5.       ¿Existe alguna forma de acabar con ella?

Partamos de estas cinco preguntas y veamos hacia donde nos conduce el discernimiento. Tanto en las anteriores ocho situaciones como en otras que vivimos a diario, podemos ver manifestaciones de violencia directa o indirecta contra el ser humano, contra las especies consideradas inferiores; contra la divinidad residente en cada individuo, sus creencias y valores. Abrir un periódico cualquiera es meterse de lleno en ella, incluso las llamadas “redes sociales” están plagadas de videos que dan cuenta de esta forma de actuación y, curiosamente, ese tipo de archivo recibe, comparativamente, la mayor cantidad de visualizaciones. Y es que existe en un rinconcito de cada individuo, una especie de morbo o curiosidad que lo lleva a reproducir esta información, comportamiento que se puede explicar como una forma de desahogo, por un lado, o como la manera de atemperar la situación de marginalidad propia, porque… “me consuela saber que otros están en peor condición que yo”, aunque… “mal de muchos, consuelo de tontos”, decía alguien.

Por violencia podríamos compartir la definición del diccionario: “acción violenta contra el modo natural de proceder”, pero esto no nos dice gran cosa respecto de las cinco preguntas anteriores. Porque, además, ¿qué es lo que consideramos “natural” ahora mismo? En otro post que titulé “De cosas normales y de razones suficientes” hablábamos de la problemática relacionada con aquello que la sociedad considera natural, por lo tanto, para evitar repeticiones innecesarias solo diremos que “lo normal” y “lo natural” en el ser humano es todo aquello que propenda por la elevación del espíritu hacia la divinidad. ¡Punto! Dejémonos de aguas tibias y buceemos un poco más profundo.

¡El lenguaje mismo es violento! Y además lo empleamos para violentar a los demás seres mediante los insultos y palabras que hieren la dignidad humana. Y, ¿cuál es la función del lenguaje? Transmitir lo que el ser humano piensa y siente, o al menos eso dice la Academia, es decir, servir de canal, pero él, en sí mismo no es más que un conjunto de signos y reglas que permite la comunicación. Entonces, ¿en qué momento una palabra obtuvo el carácter peyorativo, de grosería o de insulto? Y también, ¿en qué momento y sobre cuales bases hicimos la clasificación entre “jerga” y “argot”, “vulgar” y “culta”? Esta misma clasificación es una forma violenta de tratar el lenguaje e incluso, la denominación que usamos golpea de forma directa a las cosas, las personas y las situaciones. Afortunadamente, el lenguaje es un ente activo y con el tiempo sufre transformaciones, se vigoriza, crece, entra en receso, se enferma y muere. Para la muestra, un solo botón: el vocablo “Doctor” puede remitir a varios significados, dependiendo del país, la cultura, la raza, la situación; desde denominar al político de turno, hasta el médico de cabecera, pasando por el leguleyo, el tinterillo hasta el hijo de puta más recalcitrante, etc.  A propósito, ¿por qué un tomate se denomina “t-o-m-a-t-e”?   

Pero la violencia también se manifiesta de otras formas y para que sea realmente efectiva, se deberá considerar el tipo de sujeto sobre el cual se desea ejercer. No se violenta de la misma manera a un filósofo que a un campesino (aunque haya tantas similitudes entre ambos); el método de violencia cambia entre América del Sur y los países orientales y tampoco puede ser el mismo en niño que en un adulto. La escuela violenta el derecho al libre aprendizaje en términos de asignaturas, capacidad cognitiva y “futuribles” que el niño o el joven posee. La empresa privada o pública coarta la libertad al someter al trabajador a ocho, diez o más horas laborales; aunque finalmente, es el deseo quien violenta la libre y total expresión de la divinidad residente en el Pensador. Él nos violenta instándonos a comprar todo aquello que no necesitamos pero que nos permitirá ser parte de la sociedad, es más, nos lleva a crear, desarrollar y mantener la sociedad misma.  

Violencia existe en la masacre de una comunidad, en el desalojo de una familia pobre de su vivienda, en los crecientes impuestos nacionales, en el altísimo salario de un congresista versus el miserable sueldo del trabajador honrado; en la imposición de normas de ciudadanía que transmiten al ciudadano la responsabilidad de una situación por la cual debería responder el estado (pico y placa en las ciudades); en la exigencia de tarjeta sanitaria y militar para acceder a servicios de salud y educativos; en los componentes tóxicos como el aspartame, el glutamato monosódico y el nitrato sódico presente en  muchos alimentos; en la crianza inhumana de aves para el consumo; en la asignación de precios a los productos y servicios en donde el distribuidor se queda con la mayor ganancia en detrimento del productor; en la imposición de un supuesto sistema de gobierno democrático que excluye, elimina, asesina, encarcela y se hace reelegir cada cuatro o seis años; en los elevados costos de acceso a los sistemas de educación y formación, en el alto precio a pagar por los libros y por el uso de internet; en la relación de pareja basada exclusivamente en el sexo o los hijos… en fin, podríamos citar muchos ejemplos más de violencia física o psicológica en nuestra sociedad.      

Ahora bien, ¿por qué se presenta tanta violencia? La respuesta a este interrogante nos exige considerar también, y de manera simultánea, la pregunta sobre si el ser humano es violento por naturaleza. Cuando repasamos la historia desde la comodidad de nuestro siglo XXI vemos que en todas las épocas hubo hechos tremendamente violentos, desde conflictos hogareños hasta guerras mundiales que han servido, entre otras cosas, para definir un camino de progreso en algunos campos del saber humano. Pero también han servido como formas de selección, de control y de eliminación sistemática de todo tipo de habitantes del planeta. En una observación  comparativa de la evolución humana no parece hallarse un solo momento de completa y perfecta paz a nivel mundial. Esto resuelve de manera escueta e imperfecta nuestro principal interrogante, pero deja algunos espacios por donde pretendemos adentrarnos en este análisis, porque aceptar que la naturaleza humana es intrínsecamente destructiva, es destruir el concepto de evolución contenido tanto en la ciencia como en la religión, la filosofía, la psicología, etc., expresiones del saber presentes a lo largo de la historia misma.

En respuesta diríamos que la naturaleza humana es de tipo constructiva, pero que para poder construir es necesario destruir. Esta premisa nos sitúa en una aparente paradoja, la misma que puede ser resuelta desde la certeza de que todo fin es un comienzo y viceversa, o también desde la ciclicidad de la historia y del devenir humano. Aceptando que la historia no es lineal, sino cíclica, y que, por tanto, la vida de toda persona sigue ese mismo sentido, concluiríamos que la repetición viciosa de los conflictos, desastres y demás manifestaciones violentas está de acuerdo con este ritmo y, claro, esto, además de apoyar la hipótesis de la no violencia por naturaleza, también nos sitúa en otro interrogante: ¿cómo detenerla?

La historia evolutiva del hombre esta signada por la violencia, la violencia es una forma de construcción y, por ende, de evolución (al permitir construir donde se destruye, o al abrir espacio para lo nuevo), pero no es la única ni la mas recomendable. Existen, por supuesto, otras formas de acelerar el proceso evolutivo de cada individuo y de la raza humana en general, pero sin duda y desafortunadamente, la mayoría de actos violentos han contribuido a este proceso. A modo de ejemplo se puede citar el caso de una región del departamento del Quindío (Colombia) que fue duramente golpeada y semi-destruida por un terremoto hace algunos años. Allí donde había construcciones viejas y en mal estado, se ven ciudades y pueblos renovados y florecientes; de una economía pobre y netamente agrícola, se pasó a otra prospera y basada en el turismo y los servicios. Se pagó un precio muy alto en vidas y construcciones físicas, pero la evolución se nota. ¿Se justifica, entonces, la violencia? No, por supuesto que no. Nada que atente contra la integridad de un ser cualquiera que este sea, tiene justificación en la llamada “justicia humana”, pero el universo opera sobre la base de leyes aun descocidas en su totalidad por el grueso de la humanidad.

Para ir cerrando este post y a manera de conclusión podemos decir que, aunque en apariencia el ser humano es violento por naturaleza, la realidad es que no es así. Que lo que pareciera ser innato es la necesidad de aprender por iteración, es decir, por ensayo y error, repitiendo  las masacres, la barbarie, la destrucción, la aniquilación de especies y solo cuando el momento es crítico, cuando el ultimo animal de su clase está a punto de perderse, toma consciencia de la necesidad de cuidarlo. Y es que en un mundo dual como el nuestro, existe un potencial de violencia acompañado de la semilla del bien, de lo correcto, lo bello y lo eterno, ambos dispuestos a manifestarse cuando la ocasión se presente. Esta premisa nos pone frente a la quinta pregunta: ¿Cómo detener el potencial violento del ser humano? Pues, activando la condición potencial del bien. Es así de simple.

La violencia beneficia de alguna manera a alguien, esta es una de las razones por la cual ha estado presente a lo largo de la historia. Personas, países y regiones han sacado provecho de la imposición por la fuerza de sus condiciones y, lamentablemente, con la complicidad –en muchas ocasiones- de quienes debían cumplir las funciones de defensa de los derechos de los oprimidos. Por ello es que una de las formas de detener la violencia es garantizando los derechos humanos en su totalidad, lo cual presupone en muchos casos, el uso de la fuerza y nos deja en una nueva contradicción: detener la violencia usando más violencia. Resultado: más violencia. ¿Qué hacer entonces? La solución es tan sencilla como difícil de aplicar: educar y formar a las personas, despertar esa esencia del bien hasta que cada una exprese lo mejor de sí misma. Pero en esta solución también encontramos la aparente dicotomía de ¿cómo educar sin violentar? Afortunadamente este problema es solo aparente y temporal, pues se presentaría en las primeras generaciones que recibieran este tipo de formación, dado que luego, las nuevas generaciones tendrían incluidos estos aprendizajes, -de acuerdo con lo propuesto y ampliamente demostrado de los campos mórficos-, y los expresarían como condición natural e inherente.

Se trata, por tanto, de despertar esas cualidades positivas o virtudes que yacen latentes incluso en el más abyecto y depravado ser humano, para que ellas por su propio peso y tendencia, hagan el trabajo de encaminar al sujeto por la senda correcta. Analizar la historia violenta para detectar quienes y de qué manera se beneficiaron de ella y, de este modo, romper con esa cadena destructiva, presupone un buen comienzo para una comunidad que desee hacer una mejora importante. Un cambio sensible a su propio ser, mejora sensiblemente el universo, así lo pienso y lo expongo cada vez que la oportunidad se presenta. Todo cambio importante empieza desde dentro del ser, se alimenta con el día a día y se hace visible en la comunidad en donde participa el sujeto. El mejoramiento se nota en la persona, posteriormente, en la nación, la región y el planeta. El conocimiento verdadero e importante no puede ser enseñado pues es propiedad de todos y cada uno de los seres que compartimos este planeta; se encuentra anidado en nuestro corazón y nuestra mente, basta solo con despertarlo, alimentarlo, cultivarlo y él, por su propio impulso, hará el resto. De cada conflicto, macro o micro, se debe haber aprendido algo, entonces, basta con retomar ese aprendizaje, validarlo e incluirlo en el saber que trae cada ser humano, de lo contrario continuaremos en este bucle de franca y decadente violencia.

No debemos tener miedo a los cambios o a enfrentarnos con nuestras propias virtudes y miserias. La violencia en sí misma es una expresión del miedo, además, quien siente miedo a la violencia, permite más violencia. Miedo a perder, a olvidar, a aceptar al otro tal y como es, a compartir el territorio y sus recursos. El miedo anquilosa o hace avanzar, depende del carácter y el grado evolutivo de la persona; hay quienes esconden la cabeza bajo la arena, otros detienen la marcha y esperan, algunos más se vuelven excelentes tomadores de decisiones y, en todo caso, hemos de decir que en un individuo espiritualmente avanzado no existe ninguna expresión de violencia, tampoco de miedo o temor. Es condición necesaria el enfrentar los temores si es que queremos avanzar con seguridad y, parafraseando una película, terminemos diciendo que el miedo es siempre una opción, aun cuando el peligro sea real.  A propósito, ¿bajo qué circunstancias se vuelve usted violento?
JossP F&E
March 2015
Hangzhou, China

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