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jueves, 12 de mayo de 2011

DE LO DIVINO Y LO HUMANO



Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.
San Agustín

“Al principio era la Luz, y ella tenía por propósito el “dar”, su máxima condición era dar pero no tenía a quien darle todo aquello que poseía, por tanto, creó la Vasija para que recibiera. La Vasija tenía por condición el recibir, y recibía todo aquello que la Luz le daba, sin embargo, un día la Vasija adoptó la condición de la Luz y, entonces, decidió también dar, negándose a recibir más Luz[1].”
Existe unas condiciones que identifican a un ser como divino y otras que lo identifican como humano, pero en algunos casos estas condiciones se mezclan impidiendo reconocer los delgados limites que las separan pero también la conexión que existe entrambas y el puente que las puede y debe unir. En las siguientes líneas intentaremos reconocer estas condiciones, identificarlas como componentes de los seres humanos y trazar ese puente entre ellas de modo que permita vislumbrar el propósito de la vida en este planeta y las implicaciones que tiene para el Pensador  seguir un camino de perfección conducente a alcanzar la divinidad. 
La condición Divina es dar, en tanto que la humana es recibir, pero la humanidad un día decidió empezar a dar, pues se encontraba llena de la Luz que recibía y, al cambiar su condición de receptor a dador, trasformó toda su existencia pasada, presente y futura.  Con esta trasformación vino la libertad de elegir el camino, las herramientas y ritmo de camino de cada uno, pero no se modificó la meta general. La leyenda de Cástor y Pólux, hermanos gemelos, es una explicación de este fenómeno de la humanidad en la divinidad y viceversa, pues a Pólux se le considera inmortal o divino, en tanto que a su hermano se le atribuyen condiciones netamente humanas, es decir, mortales. Estos gemelos eran pendencieros y guerreros por naturaleza, denotando el sino trágico que tiene toda batalla y la eterna lucha entre pares de opuestos: el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el espíritu y la materia, el yin y el yang, etc., combate en el que deben ganar alternativamente uno y otro. El triunfo de la luz es vencer la oscuridad, pero ésta a su vez, también triunfa cuando llega la noche, en tanto que la materia triunfa cuando el espíritu reencarna y, éste a su vez, vence cuando retorna a su plano causal.
El objetivo del Pensador es dominar la materia y luego abandonarla para retornar a su lugar de origen, esto es, tomar consciencia de su condición divina e iniciar el camino de regreso al plano donde pertenece, sin embargo, el acceso al camino trazado por la Luz hace parte de los deberes que tiene la condición humana, tal como alimentarse, bañarse, cuidarse, etc.; y al tratarse de un deber colectivo cualquier avance en un individuo es aprovechado por el total de la humanidad, situación actualmente investigada por autores como Sheldrake quien lo denomina campo mórfico o morfogenético,  William Mac Dougall quien inició sus estudios en los años 20 en ratas de laboratorio y  Solëika Llop que avanzó los tratados sobre estos Campos Mórficos[2].
Un mejoramiento sensible a su propio ser, mejora sensiblemente el universo pues dicho aprendizaje queda disponible para el conjunto de la humanidad. A modo de ejemplo didáctico se puede citar el caso siguiente: si se tiene un tanque lleno de agua limpia y de él se extrae un vaso lleno de agua al cual se le aplica una gota de tinta azul y luego se retorna el agua del vaso al tanque inicial, toda el agua del tanque queda impregnada en mayor o menor grado de tinta azul. Cada vaso nuevo que se extraiga del tanque contendrá un poco de tinta.

Esta es una forma simple de ver algo que en esencia es más complejo pero que explica  como la humanidad entera se aprovecha del aprendizaje de un individuo desde la base de la consciencia colectiva de Durkheim[3].
De las líneas anteriores se puede inferir que lo que hace humano al Pensador es su misma condición potencial de lo Divino, es decir, que la diferencia entre un ser inanimado o  alguien de otra especie diferente a la humana y el Pensador es, precisamente, el potencial de divinidad que existe en su propio ser o, dicho de otra manera, la decisión de asumir la condición de la Luz, es decir, la de dar. Pero, ¿Por qué querría la Vasija empezar a dar?, es decir, ¿Por qué el deseo de subir a la cima por un camino empedrado, angosto y lleno de obstáculos? La respuesta se encuentra presente en todas las cosmogonías y se traduce en el deseo de dar, de iluminar el camino de quienes están conscientes de su condición divina.
El ser humano o el Pensador inicia su ascenso cuando toma consciencia de su potencial divino, cuando se da cuenta que él tiene luz para iluminar el camino y, en consecuencia, busca a otro ser para entregarle dicha luz; de otro modo  no puede expresar su condición divina. Se podría pensar erróneamente que el ser consciente, llamémoslo despierto puede tomar su porción de luz y entregarse a su conservación y contemplación en soledad, sin cumplir la misión que él mismo se ha impuesto, pero no sucede así. Cuando el alquimista lograba obtener la fórmula para trasmutar los metales baratos en oro, él mismo ya era oro, por tanto no utilizaba sus conocimientos para mejorar su misma condición, ya que en ese instante, él mismo era su mas elevada y mejor condición. Igual situación se tiene con la Luz y el Pensador: al ser consciente de la luz, él mismo se transforma en ella y por tanto puede y siente la imperiosa necesidad de iluminar, pues la condición inherente a la luz es iluminar.
¿Qué hace divino a lo divino?... La necesidad de dar, de iluminar, de ayudar. Y, ¿Qué hace humano a lo humano?... La necesidad de recibir, de mejorar, de evolucionar. Ahora bien, el puente que se puede tender entrambos es un juego de palabras que mezcla las dos condiciones y que se traduce en la reciprocidad en tanto una se vislumbre en la otra y viceversa. No hay otra forma ni otra posibilidad. Lo humano precisa de lo divino y, a su vez, lo divino necesita de lo humano para expresarse y es por ello que invitó al Pensador a ser uno con la Divinidad, a reinar juntos en la plena consciencia. 
Así, lo Divino trazó un puente para que lo Humano pueda alcanzar la condición divina, sin embargo y dado que lo humano fue quien decidió por su libre albedrio rechazar la Luz y empezar a dar, le corresponde ascender por sus propios medios y méritos  el camino trazado  y con las herramientas que paso a paso vaya construyendo para ayudarse a subir la cima prometida. Cada ser a su debido tiempo irá coronando su propia montaña y empezará a derramar la luz iniciática sobre aquellos que van penosamente subiendo y, sobre todo, en aquellos que aún no se dan por enterados del objetivo de su propia existencia.



[1][1] Rav. P. S. Berg. Astrología Kabbalistica. The Kabbalah Centre.
[2] Al respecto, se sugiere consultar el blog en internet: http://abriendoconciencia.blogspot.com/2008/08/los-campos-mrficos.html. Mayo 10 de 2011.
[3] Según Émile Durkheim: El conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, forma un sistema determinado que tiene vida propia y que podemos llamarlo conciencia colectiva o común. Es, pues, algo completamente distinto a las conciencias particulares aunque sólo se realice en los individuos.


Este post está dedicado colectivamente a Eva, Prometeo, McMurphy, Don Quijote, Eduardo y  a tantos otros que sin temor desafiaron a los Dioses. Con añoranza, respeto y esperanza.