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domingo, 25 de enero de 2015

MISIÓN DE VIDA: CERTEZAS Y COMPASIÓN

Continuando con el propósito de escribir acerca de la MISIÓN DE VIDA, ahora sería prudente referirse a otro elemento fundamental: La compasión, mencionando de soslayo, el tema de las certezas de vida como puntos de llegada y de partida. Claro está que para lograr mayor claridad se deben incluir elementos tales como la solidaridad, la lástima y la piedad, entre otros. Sin preámbulos ni delineamientos previos, dejemos que el discurso marche por sí solo.

Partiendo de una primera premisa, que debería ser una certeza y según la cual: “Hemos venido a este planeta a desarrollar una misión personal”, nos adentraremos por un rio que tiene como afluentes, entre otros, la compasión, la misericordia, la solidaridad, el altruismo, la piedad y la lastima. Y es que más allá de que se crea o no; de que se tenga fe o no; o de que la realidad coincida con nuestro sistema de creencias o no, más allá de todo eso, existe una realidad que debe ser asumida en toda su magnitud, una suma de verdades que juntas conforman la explicación de la existencia del universo tanto en su versión macro como en el microcosmos. Porque si bien es cierto que el ser humano tiene una misión, no es menos real el hecho de que el universo mismo está en proceso de desarrollar la suya propia.   

Dentro de los muchos obstáculos o “trampas” que tenemos que salvar para cumplir con nuestra misión de vida, hay dos que deseo resaltar: en primera instancia se encuentra el hecho de no recordar esta misión, cosa que tiene su particular explicación, tal como lo veremos más adelante. En segunda instancia, tenemos el hecho de que sin importar si se recuerda o no, cada situación que se nos presenta en esta vida, cada persona que conocemos; cada triunfo y cada fracaso, están relacionados con nuestra misión de vida. Si tan solo pudiéramos comprender tanto el componente de verdad presente en esta afirmación como el hecho de que todo está unido, conectado, relacionado, entonces haríamos un gran avance que nos permitiría subir al siguiente peldaño de esta escalera evolutiva. Llegados a este momento del discurso, creo que es muy conveniente recordar que el esfuerzo por avanzar en la evolución humana debe partir de cada individuo en particular, es decir, que nadie puede subir la montaña por nosotros, y el preguntarse por la misión de vida es precisamente el primer paso para realizarla. Bien, dicho esto, avancemos un poco más.

Habíamos dicho en un texto anterior que la forma idónea de proceder ante un problema que parece insoluble, una situación compleja o un misterio sin aparente solución, es partir de una base de certeza, al fin y al cabo, no podemos iniciar la construcción de nuestra casa por el techo y si ponemos unos deficientes cimientos, una mezcla pobre en materiales o  un diseño no adecuado, tendremos como resultado una casa que se desmoronará al cabo de unas semanas. Igual sucede con nuestras creencias que suelen ser la base de nuestra personalidad y nuestro carácter. Precisamente los problemas, las vicisitudes y las dificultades que a diario vivimos se presentan para, entre otros, ayudarnos a forjar una personalidad digna de un Pensador que debe cumplir una misión de vida. Por eso es que es tan importante definir o re-definir nuestro sistema de creencias porque es, precisamente sobre él, en donde edificaremos la escalera que nos permitirá subir y alcanzar la cima de la evolución humana y entrar en la divina.  

Y para hacer esto más sencillo podemos utilizar el método de la pregunta, aquel que nos lleva a encontrar las respuestas más adecuadas. Recuerde: Es necesario hacer la pregunta correcta. Sin importar el orden que siga, algunas preguntas podrían ser o estar relacionadas con lo siguiente:
-          ¿Quién soy yo?
-          ¿Qué hago en este planeta?
-          ¿Cómo llegué hasta aquí?
-          ¿Por qué estoy viviendo este problema?
-          ¿Realmente creo y confió en mí mismo?
-          ¿Creo sinceramente en la humanidad?
-          ¿Por qué sigo esta religión o sistema de creencias?
-          ¿Sigo esta religión, sistema de creencias o filosofía solo porque la heredé de mis padres?
-          ¿Existen un cielo, un infierno, un paraíso, un nirvana (o como desee llamarlos)?
-          ¿Existe una verdad para cada asunto y persona o la verdad es única?
-          Y, si existe una verdad, ¿es posible hallarla?

Muchas preguntas de este tipo nos ayudarían a visualizar una senda clara y especifica en relación con el actuar acertadamente en este planeta. Si este ejercicio se hiciera sinceramente y durante el tiempo necesario, las respuestas que hallaríamos nos conducirían a forjar una fe firme en “algo”. Aquí es necesario hacer dos aclaraciones más: cuando hablamos de “fe” no nos referimos a la fe tonta, ciega y casi estúpida que algunas religiones impusieron durante tantos años en diferentes regiones del planeta. La fe es algo que puede y debe ser comprobado mediante un método y siguiendo un camino. Este es el secreto. Si te dicen: “Debes creer porque este es un misterio al cual el ser humano no puede acceder”, allí no existe la verdad o yace solo un poco de ella. Ciertamente hay “misterios” que nos tardaremos más en descifrar, pero la fe a la que nos referimos nos dice, en cambio: “Cree en esto mientras desarrollas las herramientas necesarias para comprobarlo por ti mismo” y además te da un camino para que las desarrolles.

El otro punto está relacionado con ese “algo” al que habríamos llegado. Posiblemente, una de las características esenciales de las personas que llamamos “exitosas” en el mundo material es que parecen haber llegado a algún lugar, conseguido algo especial, alcanzado un status diferente. Siendo esto así, es porque hubo un camino que recorrieron en su momento, el mismo que los llevó a ese sitio donde ahora están. Otro tanto sucede con la vida de crecimiento y desarrollo espiritual o divino. Hay personas que teniendo o no, una posición social especial, ostentan una especie de halo mágico que nos hace sentir bien ante su sola presencia. Son energéticamente arrolladoras, fluidas, energizantes; iluminan cada lugar donde se encuentran y las personas nos sentimos impelidas a estar en su presencia. Se les extraña y su influencia es magnífica, clara y directa.

En fin, sigamos un poco más adelante. Ese “algo” al cual han llegado estas personas es el punto de certeza al cual hacemos referencia. Es el cimiento sólido y confiable donde se puede edificar aquella casa que, de antemano, sabemos será duradera, agradable y productiva. Todos, absolutamente todos los seres humanos podemos partir de alguna certeza de vida que nos permita construir nuestro propio mundo; luego entonces, la tarea inicial consiste en hallar ese punto de partida. Muchas personas ya lo han hecho, por eso dedican sus vidas a una actividad productiva (en términos materiales o espirituales) que les es apropiada. Y es que dado el diferente y especial estado de desarrollo evolutivo de cada ser, las certezas pueden ser igualmente diferentes. Las necesidades específicas de cada individuo pueden llegar a ser muy particulares aun cuando el propósito divino para la humanidad es el mismo. Una gota de agua en estados gaseoso, líquido o solido es siempre una gota de agua aun cuando actúe de forma distinta y en lugares completamente diferentes.

Las misiones de vida son como gotas de agua en muchos y diversos estados, actuando de formas tan complejas que parecieran contradictorias, y en lugares tan radicales que se pueden notar como un proceso casi imposible de comprender. Verlas como algo separado permite su clasificación, y esta a su vez, nos mete en el problema de la dualidad, en donde no hay solución fiable. Por ello es que creemos que ciertas misiones tienen un alto componente negativo para el resto de la humanidad, pero el problema no radica en esa particular misión de vida que parece haberse alejado del plan divino, sino que se encuentra en nuestra limitada capacidad de comprensión que nos impide ver el “big picture”, la gran imagen, y que nos constriñe a contemplar solamente una pequeña parte de ese todo magnifico que comprende el universo.

Con todo esto, nos sentimos compungidos, agobiados con el día a día, temerosos de avanzar, estresados con las cotidianidades e incluso, hay quienes se suicidan. Vivimos vidas azarosas, impregnadas de pánico y dolor, de miedos evidentes o callados que no dejan tiempo para hacer las preguntas importantes. ¿Es extraño, entonces, que no recordemos nuestra misión de vida? ¿Cuántas horas del día dedicamos a pensar en ella? ¿Creemos en ella con fe firme?  ¿Deseamos realmente conocerla? Tenemos miedo a lo desconocido, pero nosotros mismos somos unos desconocidos para nosotros mismos; luego entonces, tenemos miedo de nosotros mismos. Tememos a la oscuridad, pero nuestro corazón (y casi siempre nuestra mente) es un espacio poco iluminado, en donde no hay lugar para al amor, la divinidad o la compasión. ¿Cómo “volcarnos” en el otro, cuando nosotros mismos somos terreno desconocido? Y sin embargo, estas son las dos únicas vías de crecimiento y desarrollo verdadero. O, nos dedicamos a horadar nuestro corazón y nuestra mente o, actuamos directamente en los demás, no hay otra posibilidad. La diferencia radica en que siguiendo la segunda senda, estamos también actuando en nosotros mismos, pues somos los demás de los demás, pero al final, los resultados son los mismos. Un mejoramiento sensible en usted mismo, mejora sensiblemente el universo.

Si tan solo pudiéramos sentir el dolor ajeno, adentrarnos en la piel del otro y desde dentro, acceder a su dolor, a su miseria, a su sufrimiento; y, no contentos con esto, comprendiéramos las razones de su sufrimiento, haciéndonos uno con ellas e incluso ir aún más allá, enviando energía sanadora en forma de pensamientos y deseos conscientemente dirigidos para que las pruebas que esa persona está pasando, concluyan pronto y satisfactoriamente para su desarrollo y evolución espiritual… si tan solo pudiéramos hacer esto, estaríamos parados en nuestras propias certezas y ayudando a construir las de otros mediante la compasión. Esta es una de las formas más saludables, profundas y efectivas de actuar en este planeta. Muchas misiones de vida están relacionadas con esta condición humana que, desafortunadamente cuando no va seguida de la acción, se transforma en simple “lástima”. Por ello es que en muchos países occidentales, tristemente, la compasión está asociada al poder y al control y, en tal sentido, quien es digno de compasión, se vuelve digno de lástima. Se suele confundir la compasión con otras expresiones de bondad, tales como la piedad, la caridad, la empatía o la solidaridad.

Pero para el Pensador, la lastima, la piedad, la empatía, la solidaridad y la compasión, son conceptos importantes y diferentes. Cada uno aporta algo al desarrollo del ser humano y está presente en mayor o menor grado en cada una de las etapas de la evolución humana. A veces la diferencia radica solo en el grado de perfección o pureza del sentimiento o la sensación. Porque así como el deseo es la manifestación más burda y simple de la voluntad, también la lastima lo es de la compasión, y anterior a estas dos se encuentra la apatía o indolencia. Sin duda, experimentar una sensación, cualquiera que sea, es mejor que ninguna, especialmente durante las primeras etapas del desarrollo humano.  

Ahora bien, dado que estamos tratando de elevarnos cada día más y más en nuestra escalera de valores humanos, nos compete siempre apuntar hacia el ideal más elevado que nuestra mente pueda concebir. Un objetivo menor no justifica la inversión de recursos en su consecución. Debemos, por tanto, incluir la compasión como un componente de nuestra misión, fijarla como una certeza de vida, como un acto de fe en tanto podamos comprenderla, y la mejor manera de lograrlo es implementándola. Cada día haga un acto de compasión, al principio lo sentirá y se verá un tanto, digamos, fingida, poco efectiva y, quizás, tonta, pero no se inquiete por ello, pues es mejor esto que hacer nada al respecto; además con el tiempo, se volverá una cotidianidad y empezará a hacerlo porque le nace, porque siente y confía que en algún nivel de este complejo universo, su actuar compasivo, está mejorando la existencia de algún ser necesitado. Este es el camino verdadero y la forma de proceder ante el deseo y la necesidad de desarrollar una virtud, cualquiera que sea.  


Y es que, tal como lo expresa el Budismo: “Todo ser vivo merece esta piedad cuidadosa, esta solidaridad en la finitud o por la menesterosidad”; por el simple hecho de existir, un ser merece ser atendido, cuidado, ayudado. Estas mismas condiciones están presentes en todas las religiones aunque pueden asumir diferentes nombres como misericordia o caridad (literalmente, amor a Dios). No importa el nombre que le demos, no importan las discusiones académicas tendientes a hallar la genealogía del vocablo, porque estamos en la era de la acción y es la acción la que realmente importa. Participe, anímese, entre al juego y proponga los cambios que cree pertinentes, pero hágalo ahora, porque mañana simplemente usted no estará aquí

viernes, 23 de enero de 2015

NO PIENSE MÁS, NO HABLE MÁS…. ¡HAGA!





Con profundo respeto y gran honor, para AMM
Hacer un alto en el camino, parar, detenerse por un momento a comprender lo que se está viviendo. Esta parece ser una de las invitaciones que la vida nos hace en momentos en que todo lo bello, lo importante, lo eterno, lo arquetípico, lo real parece haberse esfumado sin posibilidad de retorno. Especialmente ahora, cuando tenemos la vida llena de tantas cosas materiales y cuando vivimos rodeados de todo tipo se emociones y sensaciones que absorben toda nuestra energía, ahora es cuando debemos escuchar ese llamado a la quietud, a la paz interna que nos permita luego avanzar decididamente y en la dirección correcta.

Y es que a pesar de los adelantos tecnológicos de los últimos sesenta años, a pesar de todos los equipos electrónicos que nos rodean y que de manera directa o subrepticia se han amoldado a nuestras existencias, a pesar de todo ello, vemos que algunas cosas no han cambiado ostensiblemente. Tenemos vehículos más veloces, una banda ancha para navegar y un rango más amplio de decisiones en casi todos los campos del saber humano y, no obstante, no somos necesariamente más felices. Claro que ese campo (la felicidad) lo dejaremos para otra ocasión. Él, en sí mismo, amerita todo un tratado. Por ahora, volvamos a los cuestionamientos.

Nuestras casas al igual que nuestras cabezas, se han llenado de tantas cosas materiales, las unas, y de tantas opiniones, las otras, que hemos tenido que sacar, erradicar de nosotros nuestra verdadera esencia, nuestra realidad. Ya no tenemos ni tan siquiera una rendija por donde entre un rayo de entendimiento y de comprensión. El salto al costado es urgente, así podremos analizar detenidamente y con profundidad todas las dimensiones de aquello que llena nuestras horas de vigilia y alumbra las noches de insomnio. Mientras damos vueltas en la cama, debemos convencernos que muy dentro nuestro está la verdad; allí, al lado de las preguntas que nos agobian como perros hambrientos. Cuestiones de todo tipo: acerca del dinero, del empleo, la casa; la familia, los amigos; las creencias, los dogmas, la espiritualidad, Dios, etc. Todos tenemos preguntas e inquietudes que en algún momento afloran y que, una vez en la superficie, no se contentan con menos que la verdad.

Cuando estas preguntas enturbian la superficie calmada de nuestro mar existencial, es cuando  empieza el oleaje que hace surgir también nuestros miedos, nuestros temores y nuestras dudas. ¿Miedo a que? ¿Dudas acerca de qué? A veces y durante años enteros, logramos convencernos que todo está bien, que aquello no es más que suposiciones que nuestra inquieta mente nos presenta sin ningún soporte real. Procedemos como debe ser en estos casos: las encerramos en la caja de los recuerdos. Por eso es que la mayoría de recuerdos son tan dolorosos, porque corresponden a circunstancias o momentos que no se resolvieron a cabalidad en su momento.

Nuestro actuar puede ser diferente aún bajo las mismas anteriores circunstancias: quizás optemos por tomarlas en serio pero lo hagamos desde una perspectiva totalmente equivocada. Suponiendo actuaciones, creando pseudo-realidades imaginarias en donde todo se resuelve o, quizás, endilgando a los demás toda la responsabilidad, cuando no la culpa, de los malos resultados y fracasos obtenidos. Impelemos a la mente que crea esa realidad que ella misma nos presenta e insistimos en que todo está bien. Nos repetimos que el próximo año haremos ese cambio que la vida nos exige; nos mentimos diciendo que ya estamos cambiando aun cuando nuestras rutinas son exactamente las mismas cada día y, finalmente, lo que hemos hecho es escabullirnos por un meandro que rodea esa aldea en la cual somos esclavos cuando debíamos haber sido reyes.

¿Qué hacemos entonces? Convocamos a nuestros amigos, pedimos consejos, solicitamos ayuda porque nos sentimos en el fondo de un profundo foso contemplando el cielo. Nuestro cielo es solo una pequeña circunferencia con unas cuantas estrellas que no alcanzan a alumbrar nuestras noches de lobreguez. De nuestro día, mejor no hablar. Afortunadamente, la mente sigue allí, siempre dispuesta a sacarnos de un paraíso falso para entrarnos en otro igualmente irreal y miserable aun cuando se presenta plagado de hermosas flores. Bajo cada flor reposa enroscada una enorme serpiente dispuesta a atacar y morder. Si en esa pausa que hemos realizado para re-pensar, re-vivir y re-hacer nuestra existencia, nos paramos frente a la flor para oler su sutil perfume, corremos el riesgo de ser mordidos. Todo depende de nosotros, siempre ha sido así y así será.
Pero si en lugar de perder el tiempo oliendo la rosa y queriendo comprender la razón de su olor, simplemente la aceptamos como parte importante de nuestro propio proceso de despertar de la conciencia, entonces estaremos avanzando, aun cuando nuestros pies no se muevan del mismo sitio. Si, en lugar de quejarnos de nuestro empleo, nuestras amistades, nuestros fallos; la sociedad, la lluvia, el calor, los vemos como oportunidades irrepetibles de despertar y crecer mediante la pregunta: ¿Qué es lo que debo aprender de esta circunstancia?, entonces habremos dado un gran paso al frente. Estaremos listos para re-comenzar.  

Esto es todo un trabajo, claro que sí, pero tenga en cuenta que cualquier trabajo realmente significativo tiene que tener dos componentes: uno interno y otro externo, o dicho de otra manera, el hacha debe romper el tronco pero al regreso debe horadar nuestro propio corazón o nuestra mente (cuando éste se halla endurecido por tanto dolor e incomprensión, o cuando aquella se halle turbia y perdida en el mar de la lógica y la razón).

Veamos la flor, comprendamos su papel en la existencia del universo; sintamos su cálido olor, regalémosle un poco de nuestra propia agua de vida y sigamos caminando hacia el siguiente objetivo. No nos preguntemos la razón de su forma, de su color y de su olor; no la arranquemos para llevarla a casa en donde debería estar mejor. Cada ser (incluido el ser humano) esta exactamente dónde y cómo debe estar. Si comprendemos esto para la rosa, lo haremos también para la humanidad.  En este actuar no hay apego, no hay dolor, solamente comprensión. Porque no basta con querer ayudar, hay que hacerlo; y no es suficiente con ayudar, hay que hacerlo de la manera correcta y bajo las circunstancias adecuadas. Y es que la ayuda en circunstancias equivocadas puede ser tan lesiva como la apatía.   

Si tenemos dudas acerca del tipo de flor que estamos viendo, de la clasificación del tipo de olor (dulce, cálido, etc.); del origen de la misma, de las diferentes especies que existen en la región, del descubridor originario de cada tipo; de la manera en como debe ser sembrada, abonada y cosechada; de la forma adecuada de empacarla para ser exportada y del precio a ser vendida, entonces y solo entonces, tendremos claridad de los dos caminos que ante nuestros ojos se abren: responder a todas estas dudas o, aceptar que la rosa es la rosa por naturaleza y que no somos quienes debemos crear un tratado enciclopédico  acerca de estas plantas.

Esto último nos pone frente a otro elemento que debemos sopesar en aras de alcanzar el estado ideal. Seamos realistas: hay batallas que no son nuestras, que no nos corresponden librar. Muchas personas se empeñan en pelear en batallas ajenas, cuando no irreales. En estos casos empezamos una lucha que de antemano sabemos perdida, pero que por esa actitud de duda irrefrenable que traemos, se nos presentan como propias y dignas. La vida se vuelve una constante guerra en dos frentes: uno contra la permanente duda y otro con todas las consecuencias de la misma. ¡Basta de pelear en campo ajeno! Deponga sus armas y sálgase de allí, así tendrá ocasión de reconocer su propio Kurutshetra (campo de batalla) y hacer lo correspondiente por usted mismo.  ¿Le asaltarán dudas? ¿Se sentirá inmovilizado por el temor? Seguramente que sí, pero morir peleando su propia batalla en su propio campo es más satisfactorio y meritorio que alcanzar la gloria en un campo ajeno, gloria y éxito que no serán suyos, sino de alguien más.

Confíe, crea más en usted mismo. Siempre hay una salida, una solución. Para acabar con las dudas y los temores y los miedos, deberá hallar certezas mediante la creencia férrea en usted mismo y en el componente de verdad y de la realidad presente en las dudas y las preguntas. Tome la pregunta en serio, reformúlela y halle la respuesta, esto le permite tener la certeza y, una vez allí, será capaz de vivirla, sentirla, animarla, hacerse uno con ella y lanzarse a por la próxima. Vivir en certezas es la única posibilidad de avanzar. La duda es tan lesiva como la apatía. Detenerse a dudar, es la forma más segura de fracasar. ¿Necesita ejemplos de esto?... revise su propia existencia y los hallará.  

Deje de hablar. ¡Haga! Basta de soñar. ¡Construya! ¿Qué?... pues aquello de lo que tanto me has hablado. Ahora, a partir de hoy, cuando llame o escriba a sus amigos, ya no describa ese lugar paradisiaco donde desea estar; ya no comente ese empleo soñado que le permitirá ser feliz; ya no anhele vivir en una sociedad donde el honor, la equidad y la lealtad sean condiciones inherentes del ser; ya no espere nada de nada ni de nadie….

Esa próxima vez, cuando contacte a sus amigos o enemigos, que sea para describirles el lugar, el empleo, la sociedad en la cual está viviendo hace tiempo y de la cual disfruta sin restricciones. ¿Es eso posible? Tiene que serlo, porque usted lo ha imaginado y las cosas reales están en la imaginación y es desde allí donde descienden a este valle de lágrimas. Traerlas a este mundo es su trabajo y nadie lo hará por usted. ¿Que necesita para hacerlo? Dejar de hablar, y actuar. ¿Alguien le garantiza el éxito en esa gestión? No, nadie lo puede hacer. Si acude a sus amigos y enemigos en busca de las certezas y las garantías de éxito, siempre fallará. Intente por usted mismo y se dará cuenta de lo que sucede al final, pero, por favor, camine hasta el final del puente para saber lo que allí está aguardando por usted.
JossP F&E





jueves, 15 de enero de 2015

¿POR QUÉ LOS GOBIERNOS?



¿Por qué tenemos presidentes, gobernadores, alcaldes, congresos, cámaras de representantes, diputados, concejales, en fin, organismos que regulan el accionar de un estado y, de manera indirecta, la conducta de las personas? Nacimos con ellos, nos criaron con ellos y ahora creemos que en un mundo sin ellos no es posible. Algunos gobiernan y cumplen sus funciones, otros, la mayoría roban, asesinan, desfalcan las arcas del estado; mienten, insultan, se pelean por el poder; crean los más perversos y monstruosos contubernios y cada cuatro, cinco o seis años los elegimos de nuevo. ¿Por qué?
¿Es realmente necesario tener alguien que nos gobierne? 

A lo largo de la historia de la humanidad siempre han existido personas o entidades que dictan el curso de acción de los demás, que deciden hacia donde encaminar los esfuerzos y los recursos, pero nunca nos detenemos a pensar en las razones que los hacen necesarios. Desde la sociedad esclavista en donde el amo decidía el futuro de sus esclavos, pasando por la sociedad feudal en la que el “señor feudal” ejercía el poder sobre tierras, personas y producción, hasta la actual sociedad capitalista donde los banqueros deciden la suerte de los demás, siempre hemos tenido un denominador común: nuestros pensamientos, palabras y movimientos han estado condicionados por alguien más, es decir, no hemos sido realmente libres.

¿Y quien dijo que la libertad era posible? ¿A caso es el sino del ser humano buscarla? ¿Y si la busca, podrá encontrarla?... ¿Y, si la encuentra, tendrá  la fortaleza y el coraje suficientes para aceptarla con todas sus consecuencias? Al final, quizás se preguntará: ¿Libertad… para qué? No necesitamos acudir a E. Fromm para afirmar que si la libertad existe, tenemos miedo a ser libres, entre otras cosas porque, seguramente, jamás lo hemos sido. Claro que los profesores, padres y madres de familia, presidentes, alcaldes, gobernadores y demás, dirían: “Sois libres para pensar, hablar y actuar dentro de los límites que establece la ley”. Ah, bien. Somos libres dentro de un terreno limitado por el alcance de las cadenas que nos atan. Y luego nos recalcan: “En tanto tu accionar no afecte la libertad del prójimo, tienes libertad”. 

Pero un día, el señor “Justo Generoso Gómez”, propietario de una gran extensión de tierra (¿cómo la habría obtenido?, no lo sé, habría que preguntarle a los historiadores) decide dividir su hacienda en pequeñas parcelas y regalársela a las familias pobres de la región con quienes había estado trabajando durante los últimos veinte años. Pero, mire usted, lo hace con una única condición: la producción no puede ser vendida, deberá ser utilizada para su propio consumo y subsistencia. ¡Caprichos de los viejos!, como diría alguien más tarde al ser interrogado.

Pasó algún tiempo. Estos campesinos trabajaban duro, producían mucho  más, consumían lo necesario, e incluso, regalaban los excedentes a familias  sin absolutamente nada que comer. En suma, eran felices. No compraban nada, o casi nada.  Porque un campesino para ser feliz solo precisa las cosas que se producen naturalmente: agua limpia, aire puro, comida natural. La tierra misma parecía sonreír al sentirse valorada, cuidada, explotada y ya no daba solo una cosecha, sino dos. Pero el éxito nunca viene solo en un mundo como el nuestro.

En los terratenientes vecinos surgió la envidia y el odio, pues sus capitales no se aumentaban en la medida en que deseaban, tampoco su nivel de felicidad. La ambición tiene una única característica: es insaciable. Así fue que presionaron al alcalde para que dictara normas en contra de la producción gratuita y para consumo particular. El concejo del pueblo se reunió. Discusiones a favor y en contra se escucharon, hasta que llegó el veredicto final: era necesario apoyar al alcalde pues “el bienestar de unas pocas familias no puede estar sobre el bien de todo un pueblo”. Siempre habrá una excusa para subir los impuestos, despojar a los pobres y controlar la actuación de la población. Y hay excusas con nombres propios: inflación, balanza de pagos, revaluación, devaluación, delincuencia organizada (Bacrim, Ultraderechismo, Izquierdismo, Comunismo), tasas de interés, DTF, etc.

Y la vida continuó en este pequeño pueblo.  El conflicto parecía no tener solución hasta que una mañana sobre el escritorio del discretísimo notario del pueblo apareció un documento que, según dijeron, había sido “mal archivado” en su momento. Allí quedaba claro que las tierras de aquellas familias nunca habían pertenecido a su anterior propietario, sino que éste las había ocupado por la fuerza, desplazando a sus verdaderos dueños, un tal “Ames Pelipe Patraña” y un tal “Sam Damiel Cantos”, ambos fallecidos años atrás. El juez, hombre de pocas palabras y ampliamente conocido por su agilidad en resolver conflictos, fue claro ante la reclamación: “Las tierras deben ser devueltas en el acto a sus legítimos dueños y repartidas por igual entre ambas partes”

Los abogados de estas dos insignes familias se presentaron a recibir estas productivas tierras con toda su producción en flor. Se acabó la felicidad de las familias que habían sembrado y que esperaban con ansias la cosecha. Nuevamente fueron enviadas a trabajar las tierras ajenas por un miserable salario insuficiente para comer, pero con la promesa del alcalde de que pronto recibirían una indemnización (excusa loable que utiliza el gobierno para hacer uso del dinero de los mismos contribuyentes) y que nunca se cumple cuando se trata de personas de escasos recursos.

Pero miren ustedes lo curioso de este asunto: La familia del insigne señor Patraña no estaba contenta con el dictamen del juez, pues consideraba que tenían más derecho que los Cantos y por tanto, sus propiedades debían ser mayores; eso sí, estaban dispuestos a aceptar aunque fuera solo el 70% del total de las tierras. El pleito fue largo y tedioso, ambas partes presentaron alegatos monótonos y cada vez aparecían nuevos documentos que daban fe de anteriores propietarios e inquilinos que alguna vez anduvieron por las cercanías y que nadie recordaba. En curioso como los documentos suelen aparecer de la nada y por milagro providencial cuando de grandes intereses y de familias poderosas se trata. Entre nuevos testigos y más reuniones que no llegaban a ningún acuerdo transcurrieron tres años mientras aquellas tierras seguían despobladas. La cosecha ni siquiera pudo ser recogida la última vez.  

Dado que el juez de la región no pudo dirimir el conflicto, el caso se trasladó a los tribunales de la capital y renombrados bufetes de abogados de ambas partes asumieron la responsabilidad de defender los intereses de las dos insignes familias. Conforme los días pasaban, se hacían presentes nuevos familiares con más poder, más intereses y más dinero. La cosa pintaba mal. Finalmente, dos años más tarde, fue elegido presidente del país el honorable nieto del insigne y respetable señor Cantos y la pelea  terminó. Es claro: Si tienes una cerilla encendida en tu mano y la acercas a una fogata, el fuego consumirá la cerilla, el fuego de la cerilla y también tu mano.  

Solo unos días más tarde, la Honorable Corte Suprema de Justicia daba a conocer la jurisprudencia de un decreto-ley por el cual el estado expropiaba estas tierras por considerarlas “Patrimonio Histórico de la región”, de acuerdo con los resultados de un estudio de ordenamiento y valorización territorial encargado por el mismo Congreso y, por tanto, nadie podía explotarlas, salvo el estado mismo. Dicha norma se ampliaba a terrenos baldíos y toda aquella propiedad que sus dueños no pudieran explotar a la brevedad posible. Nuevamente, es curioso ver como las leyes también pueden surgir casi de la nada y, aunque sean totalmente interpretables por los abogados de turno, los ciudadanos de a pie las aceptamos sin dilación. En fin, tres días más tarde, nos enviaron a tomar posesión de las mismas. Allí estaba yo con un grupo de funcionarios del estado dispuesto a hacer mi trabajo. Lo que hallamos fue un terreno baldío, seco, enorme, sin vida y sin esperanzas. Los alrededores estaban dominados por monte bajo mientras la desolación campaba a sus anchas. ¿Qué tenían de atractivo estas tierras? ¿Qué habría sido de la producción de alimentos que aquí se llevó a cabo alguna vez? ¿Qué habría sido de aquellas familias que eran felices?

A nadie parecía interesarle ahora este terreno, excepto a la ilustre familia nueva propietaria. Le pregunté al único Cantos allí presente, un lejano pariente que se dignó acudir ese día: “¿Para que deseaban tanto estas tierras y qué harán con ellas? Me respondió: “La verdad no lo sé, mi abuelo y mi padre insistieron tanto en ello en su momento, pero yo nunca había venido aquí. Supongo que solo era cuestión de ganarles a sus enemigos este pleito. Ya sabes, cuestión de honor familiar”.

“Ah… el honor familiar es el culpable de todo esto”, pensé. Solo por curiosidad decidí averiguar por el destino de aquellas familias. El cura párroco era la persona más antigua en el lugar.

-          La suerte les fue ingrata, me dijo. Y fue una lástima, porque eran las familias que más limosnas aportaban cada domingo. La mayor parte de ellos falleció en diferentes formas. Después del desalojo algunos se fueron de la región, otros intentaron recoger la cosecha y seguir cultivando las tierras pero la fuerza policial siempre los echaba a patadas o eran encarcelados, incluso algunos niños murieron de hambre al no tener quien los cuidara.  La pobreza, el hambre y los conflictos sociales son siempre amigos y uno llama al otro… usted sabe. Finalmente, todos acaban en desolación”.

“El trabajo de un cura no es muy distinto del de un profesor, de un alcalde, de un gobernador o de un presidente”, pensé, mientras miraba esquivamente por un vitral de la iglesia (y, por la cara del cura,  creo que hasta lo dije en voz baja). Todos sirven de contacto, de enlace entre uno y otro extremo de los polos opuestos que identifican a cualquier sociedad. Buscando más respuestas que calmaran mi curiosidad, volví la cabeza hacia el prelado y lo inquirí:  

-          ¿Por qué es importante un cura?, le pregunté con algo de vergüenza dibujada en mis mejillas. Sin la más mínima muestra de asombro y como anticipando mi pregunta, me respondió:
-          Mire usted, la función de un cura no es tan diferente de la de un profesor, un alcalde, un gobernador, un legislador o un presidente. Todos nosotros compartimos la necesidad de transmitir (casi siempre en un solo sentido) una información y recordar unos deberes a través del ejercicio de unas funciones contenidas en unas leyes. Somos como cables y, ¿para qué sirve un cable?”.

He de confesar que aquella respuesta me dejó un poco desubicado. Yo mismo ahora estaba conectando, sirviendo de cable conductor. Pero un cable también sirve para atar, amarrar, electrocutar, coartar, ahorcar, asfixiar, reventar, aniquilar y otras tantas cosas más.

Durante el camino de regreso a mi oficina en la capital y después de ver las tierras desoladas, las tumbas abandonadas y la dejadez de las autoridades, muchas preguntas acudieron a mi mente. Leyendo el documento extenso que daba cuenta de todo el proceso, pensaba: ¿De qué había servido todo esto? ¿Quién resultó beneficiado?

Los campesinos habían perdido el medio de subsistencia y con ello, sus esperanzas y su futuro (algunos, la vida misma). El alcalde, su reconocimiento como persona cabal y funcionario honesto; el notario, su discreción; el juez, su reputación de diligente en la resolución de conflictos y el cura, sus generosas limosnas. Por su parte, las dos otrora insignes familias terminaron perdiéndose el respeto y olvidando el poco honor  que un día tuvieron.

Los dos bufetes de abogados capitalinos fueron los únicos que recibieron grandes compensaciones por sus servicios en tanto que  el estado ganó una nueva ley para oprimir más al pueblo en relación con los bienes, especialmente las tierras.
Y, por si acaso alguien preguntara que fue de mí, déjenme decirles que después de escribir estas pocas líneas para dejar constancia de una historia que a nadie le importará, que en su discurrir carece de elegancia y de dignidad; que adolece de grandiosidad y fabulosos descubrimientos, unos años más tarde presenté mi renuncia al cargo que desempeñaba en el despacho oficial y me fui a vivir al campo, cerca de aquellas tierras desoladas que alguna vez visité como funcionario del estado. Soy mi propio alcalde, gobernador y presidente; soy un lazo que intenta comunicarse con el ser esencial. Pero he de decir que de aquella pobre historia aprendí tres cosas:  

1.      Un gobierno (con todo lo que supone) es importante mientras uno no pueda gobernarse a sí mismo. Si no sabemos exactamente quienes somos, lo que queremos, a dónde vamos y por qué estamos aquí, entonces alguien tendrá que decirnos sus propios descubrimientos. Ante esta incapacidad de siquiera hacer las preguntas, estamos condenados a seguir los designios de quienes sí han inquirido al respecto y que, correcta o erróneamente han hallado respuestas.

2.      La libertad es una quimera para quien no la merece, una batalla constante para quien tiene el valor suficiente de mirarla a la cara y la presea mayor para quien se ha conquistado a sí mismo, porque… ¿Quién dijo que la libertad era posible? ¿A caso es el sino del ser humano buscarla? ¿Y si la busca, podrá encontrarla?... ¿Y, si la encuentra, tendrá  la fortaleza suficiente de aceptarla? Al final, quizás se preguntará: ¿Libertad… para qué?

3.      Finalmente, aprendí que  el peor castigo para un profesor, un alcalde, un juez, un notario, un gobernador, un congresista, un presidente y un cura es el olvido. Darles la espalda, olvidarse del significado de la palabra que los designa, eliminarla del diccionario, porque, entre otras cosas, ellos, todos ellos, se han olvidado de ti. A propósito, ¿Quién eres tú?

    

miércoles, 7 de enero de 2015

PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA: LA MISIÓN PERSONAL



Su misión, si decide aceptarla, será la de capturar a todos tus enemigos, llevarlos ante la justicia y así, traer la paz a tu estado”. Con esta supuesta “misión” y parodiando la galardonada serie televisiva “Misión Imposible” se da entrada a este post relacionado con aquello que el alma desea aprender en una encarnación y que luego, como conocimiento sublime, deberá ser entregado al espíritu (Ego, en Teosofía) para ser luego apropiado por la Mónada en un proceso que estamos apenas comprendiendo.
v  ¿Qué es aquello que el alma desea aprender?
v  ¿Cómo y dónde podemos hallar ese “algo”?  
v  Una vez que lo hemos hallado, ¿cómo podemos estar seguros que se trata de “lo correcto”?  
v  Una vez que comprendemos que se trata de lo correcto, ¿cómo lo transmitimos?
Respecto de la primera cuestión arriba planteada podemos decir que el único lugar donde se puede encontrar ese “algo” es aquí mismo, en esta tierra o “valle de lágrimas”, como lo llamó escuetamente alguna religión. Todas las experiencias tanto positivas como las consideradas  negativas, hacen parte del pensum que el alma debe aprobar y para eso está aquí.  Algunas “asignaturas” ya han sido aprobadas (lo que Astrología denomina comúnmente  Nodo Sur) a satisfacción, y esto lo podemos comprobar en el trato con amigos, en las emociones que nos son placenteras, los pensamientos repetidos, los oficios que se nos facilitan, los sabores y olores agradables, entre otros. Esa gran gama de cosas y sensaciones que ya dominamos en algún grado dan fe de nuestro paso previo por esta tierra.
Por el contrario, todo aquello que nos es desagradable, lejano, incomprensible, molesto, desestabilizante (conocido en Astrología como Nodo Norte); las profesiones que se tornan dificultosas, las relaciones complicadas, etc., nos puede conducir a aquellas asignaturas que tenemos pendientes. Veamos un ejemplo:
Supongamos el caso de alguien que le gustan mucho las manualidades, se divierte y se le da muy bien tallar madera, pero en cambio suele fracasar en razonamiento abstracto. En estas circunstancias se podría tratar de una persona cuyas experiencias más recientes (vidas pasadas) giraron alrededor de los trabajos físicos, aquellos que requerían esfuerzo material, pero que ahora su alma está pidiendo trabajar y desarrollar habilidades más abstractas para poder realizar la integración con el Ego o espíritu a la brevedad posible. Nuestras asignaturas pendientes suelen estar en aquellos campos que encontramos más dificultosos, más dispendiosos y que, por tanto, precisan el desarrollo de nuevas habilidades.
Ahora bien, esto no es determinante en ningún sentido, porque en algunos casos las habilidades o dones que traemos a este nacimiento pudieran estar exigiendo una expresión más libre, más altruista y por ende, más profunda y superior.  Quizás se trate de poner nuestros dones al servicio de la humanidad entera y ya no solo para nuestro propio bienestar.
Respecto de la segunda pregunta acerca de la forma y el lugar donde podemos hallar ese “algo” que el alma está procurándose, podemos decir que tanto el lugar de nacimiento como las circunstancias bajo las cuales renacemos nos dan excelentes pistas al respecto. En algunos casos se trata de hacer un esfuerzo suficientemente grande e importante como para salir del medio y elevarse sobre las circunstancias que nos oprimen; en tanto que en otros casos, puede relacionarse con la necesidad de aplicar todas nuestras fuerzas, conocimientos y capacidades en mejorar el entorno en el cual nos movemos.  ¿Permanecer o salir del medio?... La respuesta nos la dictará nuestro corazón, si sabemos escucharlo. Pero en todo caso, estemos atentos a las circunstancias, prestos a escuchar con atención y observar detalladamente los acontecimientos que a diario se suceden a nuestro alrededor. Las pistas y la ayuda siempre están ahí para quien sabe encontrarlas.
La duda es el óbice para el avance que encontramos en la tercera pregunta. La duda mata la iniciativa y frena el avance del Pensador. Matar la duda es una de las principales y esenciales condiciones que el alma debe alcanzar, es por ende, una de las asignaturas que la mayor parte de la humanidad tenemos pendiente. Dudamos por carencia de información pero también por exceso; dudamos por ignorancia y por falta de fe, pero no esa fe ciega e intimidadora que algunas religiones pretendieron inculcar, sino aquella basada en la certeza de la existencia de la verdad en el objeto razón de nuestra fe.  ¿Cómo se mata la duda? Con una certeza inamovible. Nuevamente debemos apelar a nuestros sentidos y especialmente a nuestro corazón (mientras desarrollamos la intuición) para que nos eche una mano y  nos permita el discernimiento suficiente para “separar la paja del grano”. Esto no es fácil en las actuales circunstancias; un mundo que hemos poblado de mentiras, engaños, quejas, llanto, tristezas, apariencias y candilejas que impelen al alma ha ciclar en un bucle siempre en fina decadencia. Precisamos, entonces, de valor, coraje y decisión para vencer la duda y el miedo.
Finalmente, al comprobar que lo que hemos hallado era lo que el alma precisaba en esta existencia debemos avanzar un paso más: comunicarlo al Ego (espíritu) para que sea apropiado y alcance, en su momento,  la Monada. Cuando hemos trabajado tan duro en los niveles inferiores de la evolución, estos pasos finales se nos presentan un tanto más fáciles o al menos, más seguros. El retroceso es casi imposible, porque la fuerza sigue el rumbo y la dirección de la evolución, siempre en una espiral de desarrollo y crecimiento espiritual. La materia física impele al espíritu siempre hacia abajo, pero la evolución lo hace en sentido contrario.  Y es que la personalidad realmente no precisa hacer gran cosa para comunicar estos hallazgos de verdad y de eternidad al Ego, pues éste siente automáticamente la presencia de ese “algo” y se lanza a por él.  Es por esto que los Grandes Maestros nos invitan a “Ir hacia Su mundo”, porque el esfuerzo primario de mejoramiento y evolución tiene que venir de parte de la personalidad para que el Ego, que yace en su mundo, sea atraído y se decida a dar el segundo paso. ¿Merecimiento?... Sin duda alguna. Nadie obtiene nada que no haya merecido.
Así es pues que, capturar a sus enemigos (celos, rencor, odio, avaricia, miedo, tristeza, apatía, etc.), llevarlos a juicio (aceptar que se poseen pero que se han capturado y están a disposición de la justicia) y alcanzar la paz para su estado (estar libre de las ataduras de la personalidad), es sin duda una loable misión.
Hasta aquí este breve esbozo de un tema tan profundo como complejo de compartir. Nadie puede decirnos cuál es nuestra misión, y no por que no se sepa, o porque esté prohibido, sino porque, precisamente en la mayoría de los casos, preguntarnos por ella es nuestra misión. Encontrar no es consecuencia lógica de buscar, pero sin duda “quien busca sabiamente, encuentra verdad”. Y en ese camino de búsqueda con sabiduría (o de sabiduría), contamos con herramientas que nos ayudan a hallar la verdad. La pregunta constante y correcta, es una de ellas; lo son también la intuición, el pensamiento, las emociones, los deseos, y los cinco sentidos utilizados de manera correcta.
Para finalizar esta pincelada se podrían citar algunas premisas y dar unas pistas a modo de guía para quienes con decisión, con valor, con justicia y amor, están buscando su propia misión. A saber:
PREMISAS:
1.      No estamos solos en esto. Hay toda una cohorte de ángeles, arcángeles, guías y Maestros que velan por el candidato y le ayudan a realizar su obra.
2.      Poseemos herramientas tanto materiales como sutiles que debemos aprender a utilizar correctamente.
3.      Los sentidos (cinco o seis) son las vías o caminos que nos conducen al sendero donde se halla nuestra misión personal.
PISTAS (Para lo que debemos hacer):
1.      Ello (La misión personal) debe servir para el mejoramiento, avance o desarrollo de la humanidad en conjunto, no solo a uno mismo, a un grupo de personas, a una ciudad o país. Si bien la Iluminación, (liberación, salvación o como se la quiera llamar) es un proceso que inicia con el mejoramiento y el trabajo a nivel personal (interno y externo), es también cierto que el objetivo de la liberación es ayudar a los demás a alcanzarla. Es por eso que se ha dicho que solamente a través del servicio a los demás se logra tan alto nivel. Cada paso, movimiento, elevación o logro debe servir de ejemplo a los demás y debe ser colocado al servicio del otro. 
2.      Ello debe ser altamente llamativo para uno mismo. La identificación entre ese “ello” y “uno mismo” debe ser profunda y en ambas direcciones de tal manera que se pueda “dar la vida” por “ello”.
3.      Ello tiene que estar a nuestro alcance, debe ser realizable sea en esta o en otra vida. El esfuerzo debe estar ampliamente justificado, pues un ideal menor no justifica la cantidad de recursos empleados en la consecución.
4.      Ello debe estar relacionado con los planos superiores de existencia humana y divina, no únicamente con el plano físico. La misión de vida debe trascender este plano físico, por eso es fundamental que tenga incluido al menos el trabajo de crecimiento y desarrollo en algún nivel superior (vital, emocional, mental, búdico o átmico).
5.      Ello solo puede ser descubierto por uno mismo. Nadie, ni siquiera un Maestro nos lo va a decir. Precisamente, el primero y más importante paso en la búsqueda es preguntarse por “eso”. Posteriormente, tanto el hallazgo como su realización serán consecuencia lógica y exclusiva del candidato.  
6.      Ello está relacionado con nuestra propia esencia, es decir, con la Luz, la consciencia universal, la belleza, lo eterno. Como seres de Luz, conscientes y potencialmente perfectos y divinos, nos compete incluir en nuestra misión esa misma esencia. Debemos trabajar con esa hacha de doble filo para mejorar interna y externamente de manera simultánea.