Con profundo
respeto y gran honor, para AMM
Hacer un alto en el
camino, parar, detenerse por un momento a comprender lo que se está viviendo.
Esta parece ser una de las invitaciones que la vida nos hace en momentos en que
todo lo bello, lo importante, lo eterno, lo arquetípico, lo real parece haberse
esfumado sin posibilidad de retorno. Especialmente ahora, cuando tenemos la
vida llena de tantas cosas materiales y cuando vivimos rodeados de todo tipo se
emociones y sensaciones que absorben toda nuestra energía, ahora es cuando
debemos escuchar ese llamado a la quietud, a la paz interna que nos permita
luego avanzar decididamente y en la dirección correcta.
Y es que a pesar de
los adelantos tecnológicos de los últimos sesenta años, a pesar de todos los
equipos electrónicos que nos rodean y que de manera directa o subrepticia se
han amoldado a nuestras existencias, a pesar de todo ello, vemos que algunas
cosas no han cambiado ostensiblemente. Tenemos vehículos más veloces, una banda
ancha para navegar y un rango más amplio de decisiones en casi todos los campos
del saber humano y, no obstante, no somos necesariamente más felices. Claro que
ese campo (la felicidad) lo dejaremos para otra ocasión. Él, en sí mismo,
amerita todo un tratado. Por ahora, volvamos a los cuestionamientos.
Nuestras casas al
igual que nuestras cabezas, se han llenado de tantas cosas materiales, las
unas, y de tantas opiniones, las otras, que hemos tenido que sacar, erradicar
de nosotros nuestra verdadera esencia, nuestra realidad. Ya no tenemos ni tan
siquiera una rendija por donde entre un rayo de entendimiento y de comprensión.
El salto al costado es urgente, así podremos analizar detenidamente y con
profundidad todas las dimensiones de aquello que llena nuestras horas de
vigilia y alumbra las noches de insomnio. Mientras damos vueltas en la cama,
debemos convencernos que muy dentro nuestro está la verdad; allí, al lado de
las preguntas que nos agobian como perros hambrientos. Cuestiones de todo tipo:
acerca del dinero, del empleo, la casa; la familia, los amigos; las creencias,
los dogmas, la espiritualidad, Dios, etc. Todos tenemos preguntas e inquietudes
que en algún momento afloran y que, una vez en la superficie, no se contentan
con menos que la verdad.
Cuando estas
preguntas enturbian la superficie calmada de nuestro mar existencial, es cuando empieza el oleaje que hace surgir también
nuestros miedos, nuestros temores y nuestras dudas. ¿Miedo a que? ¿Dudas acerca
de qué? A veces y durante años enteros, logramos convencernos que todo está
bien, que aquello no es más que suposiciones que nuestra inquieta mente nos
presenta sin ningún soporte real. Procedemos como debe ser en estos casos: las
encerramos en la caja de los recuerdos. Por eso es que la mayoría de recuerdos
son tan dolorosos, porque corresponden a circunstancias o momentos que no se
resolvieron a cabalidad en su momento.
Nuestro actuar
puede ser diferente aún bajo las mismas anteriores circunstancias: quizás
optemos por tomarlas en serio pero lo hagamos desde una perspectiva totalmente
equivocada. Suponiendo actuaciones, creando pseudo-realidades
imaginarias en donde todo se resuelve o, quizás, endilgando a los demás toda la
responsabilidad, cuando no la culpa, de los malos resultados y fracasos
obtenidos. Impelemos a la mente que crea esa realidad que ella misma nos
presenta e insistimos en que todo está bien. Nos repetimos que el próximo año
haremos ese cambio que la vida nos exige; nos mentimos diciendo que ya estamos
cambiando aun cuando nuestras rutinas son exactamente las mismas cada día y,
finalmente, lo que hemos hecho es escabullirnos por un meandro que rodea esa
aldea en la cual somos esclavos cuando debíamos haber sido reyes.
¿Qué hacemos
entonces? Convocamos a nuestros amigos, pedimos consejos, solicitamos ayuda
porque nos sentimos en el fondo de un profundo foso contemplando el cielo.
Nuestro cielo es solo una pequeña circunferencia con unas cuantas estrellas que
no alcanzan a alumbrar nuestras noches de lobreguez. De nuestro día, mejor no
hablar. Afortunadamente, la mente sigue allí, siempre dispuesta a sacarnos de
un paraíso falso para entrarnos en otro igualmente irreal y miserable aun
cuando se presenta plagado de hermosas flores. Bajo cada flor reposa enroscada
una enorme serpiente dispuesta a atacar y morder. Si en esa pausa que hemos
realizado para re-pensar, re-vivir y re-hacer nuestra existencia, nos paramos
frente a la flor para oler su sutil perfume, corremos el riesgo de ser
mordidos. Todo depende de nosotros, siempre ha sido así y así será.
Pero si en lugar de
perder el tiempo oliendo la rosa y queriendo comprender la razón de su olor,
simplemente la aceptamos como parte importante de nuestro propio proceso de
despertar de la conciencia, entonces estaremos avanzando, aun cuando nuestros
pies no se muevan del mismo sitio. Si, en lugar de quejarnos de nuestro empleo,
nuestras amistades, nuestros fallos; la sociedad, la lluvia, el calor, los
vemos como oportunidades irrepetibles de despertar y crecer mediante la
pregunta: ¿Qué es lo que debo aprender de esta circunstancia?, entonces
habremos dado un gran paso al frente. Estaremos listos para re-comenzar.
Esto es todo un
trabajo, claro que sí, pero tenga en cuenta que cualquier trabajo realmente
significativo tiene que tener dos componentes: uno interno y otro externo, o dicho
de otra manera, el hacha debe romper el tronco pero al regreso debe horadar
nuestro propio corazón o nuestra mente (cuando éste se halla endurecido por
tanto dolor e incomprensión, o cuando aquella se halle turbia y perdida en el
mar de la lógica y la razón).
Veamos la flor,
comprendamos su papel en la existencia del universo; sintamos su cálido olor,
regalémosle un poco de nuestra propia agua de vida y sigamos caminando hacia el
siguiente objetivo. No nos preguntemos la razón de su forma, de su color y de
su olor; no la arranquemos para llevarla a casa en donde debería estar mejor.
Cada ser (incluido el ser humano) esta exactamente dónde y cómo debe estar. Si
comprendemos esto para la rosa, lo haremos también para la humanidad. En este actuar no hay apego, no hay dolor,
solamente comprensión. Porque no basta con querer ayudar, hay que hacerlo; y no
es suficiente con ayudar, hay que hacerlo de la manera correcta y bajo las
circunstancias adecuadas. Y es que la ayuda en circunstancias equivocadas puede
ser tan lesiva como la apatía.
Si tenemos dudas
acerca del tipo de flor que estamos viendo, de la clasificación del tipo de
olor (dulce, cálido, etc.); del origen de la misma, de las diferentes especies
que existen en la región, del descubridor originario de cada tipo; de la manera
en como debe ser sembrada, abonada y cosechada; de la forma adecuada de
empacarla para ser exportada y del precio a ser vendida, entonces y solo
entonces, tendremos claridad de los dos caminos que ante nuestros ojos se
abren: responder a todas estas dudas o, aceptar que la rosa es la rosa por
naturaleza y que no somos quienes debemos crear un tratado enciclopédico acerca de estas plantas.
Esto último nos
pone frente a otro elemento que debemos sopesar en aras de alcanzar el estado
ideal. Seamos realistas: hay batallas que no son nuestras, que no nos
corresponden librar. Muchas personas se empeñan en pelear en batallas ajenas,
cuando no irreales. En estos casos empezamos una lucha que de antemano sabemos
perdida, pero que por esa actitud de duda irrefrenable que traemos, se nos
presentan como propias y dignas. La vida se vuelve una constante guerra en dos frentes:
uno contra la permanente duda y otro con todas las consecuencias de la misma. ¡Basta
de pelear en campo ajeno! Deponga sus armas y sálgase de allí, así tendrá
ocasión de reconocer su propio Kurutshetra
(campo de batalla) y hacer lo correspondiente por usted mismo. ¿Le asaltarán dudas? ¿Se sentirá inmovilizado
por el temor? Seguramente que sí, pero morir peleando su propia batalla en su
propio campo es más satisfactorio y meritorio que alcanzar la gloria en un
campo ajeno, gloria y éxito que no serán suyos, sino de alguien más.
Confíe, crea más en
usted mismo. Siempre hay una salida, una solución. Para acabar con las dudas y
los temores y los miedos, deberá hallar certezas mediante la creencia
férrea en usted mismo y en el componente de verdad y de la realidad presente
en las dudas y las preguntas. Tome la pregunta en serio, reformúlela y halle la
respuesta, esto le permite tener la certeza y, una vez allí, será capaz de vivirla,
sentirla, animarla, hacerse uno con ella y lanzarse a por la próxima. Vivir en
certezas es la única posibilidad de avanzar. La duda es tan lesiva como la
apatía. Detenerse a dudar, es la forma más segura de fracasar. ¿Necesita
ejemplos de esto?... revise su propia existencia y los hallará.
Deje de hablar. ¡Haga!
Basta de soñar. ¡Construya! ¿Qué?... pues aquello de lo que tanto me has
hablado. Ahora, a partir de hoy, cuando llame o escriba a sus amigos, ya no
describa ese lugar paradisiaco donde desea estar; ya no comente ese empleo soñado
que le permitirá ser feliz; ya no anhele vivir en una sociedad donde el honor,
la equidad y la lealtad sean condiciones inherentes del ser; ya no espere nada
de nada ni de nadie….
Esa próxima vez,
cuando contacte a sus amigos o enemigos, que sea para describirles el lugar, el
empleo, la sociedad en la cual está viviendo hace tiempo y de la cual disfruta
sin restricciones. ¿Es eso posible? Tiene que serlo, porque usted lo ha
imaginado y las cosas reales están en la imaginación y es desde allí donde
descienden a este valle de lágrimas. Traerlas a este mundo es su trabajo y
nadie lo hará por usted. ¿Que necesita para hacerlo? Dejar de hablar, y actuar.
¿Alguien le garantiza el éxito en esa gestión? No, nadie lo puede hacer. Si
acude a sus amigos y enemigos en busca de las certezas y las garantías de
éxito, siempre fallará. Intente por usted mismo y se dará cuenta de lo que
sucede al final, pero, por favor, camine hasta el final del puente para saber
lo que allí está aguardando por usted.
JossP F&E
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