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sábado, 15 de diciembre de 2012

SOBRE LAS RELACIONES HUMANAS

“When the going got rough, José would remind me frequently to: find your own pace and breathe with it. Slow down until you do” No pasa nada, by Wendy Sanchez, pp. 34.
¿Cuál es el fundamento de las relaciones entre las personas? ¿Para que nos relacionamos? ¿Por qué, en ocasiones, se tornan tan difíciles, complicadas y estériles? ¿Cómo hacer para que estas relaciones sean asertivas, agradables y provechosas? Estas y otras preguntas serán objeto de análisis en las siguientes líneas y lo haré desde una perspectiva incluyente y metódica que posibilite el mejoramiento de nuestro entorno social, familiar y personal. Desde el nacimiento mismo y hasta nuestra partida nos vemos envueltos en relaciones de diferentes tipos, ya sean de carácter paternal, maternal, fraternal o filial y, sin embargo, pocas veces nos preguntamos por la importancia que estas asociaciones tienen en nuestras vidas. El camino se inicia con la relación padres-hijo(a), la misma que con sus altibajos, se prolonga durante toda la existencia, posteriormente se añaden otros tipos de relaciones como las fraternales con nuestros hermanos, hermanas, amigos y amigas, para dar paso a las relaciones de carácter conyugal que nos depararán los más grandes desafíos de nuestra vida. Somos seres sociales por naturaleza, vivimos en medio de una sociedad que nos condiciona, nos enseña y nos forma de acuerdo con los parámetros que le son propios. Es en esta interacción en donde entran en juego elementos como las percepciones, las emociones, las sensaciones, los sentimientos y los pensamientos que le imprimen cierta complejidad a la manera en como nos relacionamos. Un simple “buenos días” o un profundo “hasta luego” se ven matizados y condicionados por el estado emocional de los participantes en el dialogo. No podemos sustraernos a estos sentires, pero podemos controlar su manifestación y, por ende, su impacto en nosotros y en el otro. Precisamente, el hecho de no controlar la interacción que existe entre las relaciones y los sentires es lo que le aporta la complejidad a las primeras. ¿En qué momento se complicó tanto esta relación? Esta pregunta seguramente la hemos planteado en cierto momento de alguna de nuestras relaciones, particularmente las de orden filial y conyugal, y no obstante, no hallamos una respuesta satisfactoria. Con nuestros hijos, así como con nuestra pareja somos mas proclives a distorsionar la esencia misma de aquel nexo que un día nos unió, olvidamos que fuimos nosotros mismos los que llamamos, creamos y fortalecimos la relación y, ante todo, no queremos comprender y reconocer que esta relación está ahí para enseñarnos algo que hemos olvidado, algo que una vez supimos pero que, por temor o desidia, no queremos recordar. La relación es de dos vías, y también lo es dar y recibir. La mano que da está por encima de la que recibe, por ello es que en algunos momentos debemos estar preparados para recibir, pero siempre tenemos que estar dispuestos a dar. Aquí está la clave de la complejidad de muchas relaciones: olvidamos que debemos dar antes que recibir y pretendemos que la otra persona sea quien tome la iniciativa, es mas, nos empeñamos en ver nuestros propios errores, faltas y fracasos en los demás, olvidándonos o no enterándonos que somos nosotros los que padecemos ese horrible mal. Esto es lo que hace grande al perdón como etapa previa a la sanación. Perdónese a usted mismo por las faltas del pasado y por su historia, luego perdone a sus parientes y sus faltas para que pueda continuar avanzando en el camino evolutivo. Tenga en cuenta que ese perdón ha de ser sincero, ha de provenir desde el fondo de su corazón e incluir su alma en él, pues de lo contrario se vuelve otra carga más en su pesada mochila. Por otra parte, uno de los componentes mas comunes en el proceso de complejizar una relación es el enfermizo temor a perderla. ¿Ay, y si algún día te pierdo?, ¡Me dolería mucho perderte!...Estas y otras afirmaciones de angustia solemos expresarlas cuando consideramos que una relación es valiosa para nosotros. Nos empeñamos en ver el invierno ad portas cuando apenas está entrando el verano o, como dice A. Cortes: “[…] que manía de invertir cada presente en el mañana”. Nos perdemos de vivir el presente porque estamos constantemente pensando y tratando de vivir el futuro y cuando este llega, ya es pasado, con lo cual hemos perdido el presente, el pasado y el futuro para situarnos en un limbo tan constante como improductivo. No tema perder la relación por pavura racional a los misterios, pues has de saber que nada es para siempre y reconocer que es el movimiento el que crea y renueva la vida. Es en ese ir y venir de las relaciones donde está el verdadero misterio de la vida en relación con su aprendizaje. El flujo y reflujo de las olas renueva la vida en el mar; el constante movimiento del rio trae consigo la vida que alimenta las especies y propicia la vida. Somos parte de una energía creadora que jamás se detiene, porque detenerse es empezar a morir. Las sociedades son entes vivos porque se renuevan constantemente, es decir, fluyen, y en ese movimiento es donde encontramos los condicionantes sociales como parte de las relaciones. Existen nexos que nacen y se refuerzan solo por presión social, situación común, por ejemplo, en los colectivos etarios de jóvenes de todas las épocas. En este caso la complejidad radica en el tipo de condicionante que influye en el carácter como expresión del inconsciente del individuo. Cada uno es proclive a aceptar y reproducir aquellos condicionantes sociales que le son propios y que considera adecuados desde su carácter y su personalidad, con lo cual tenemos sociedades más complejas que otras en términos de las relaciones que las mantienen vivas. A modo de ejemplo de esta disparidad se pueden citar las relaciones sociales entre grupos de personas pertenecientes, por ejemplo, a una religión como el Cristianismo o el Budismo. Tanto los atuendos como los rituales y su significado pueden llegar a ser ininteligibles para un individuo ajeno a dichas religiones, pero ello no significa que no tengan valor, solo se trata de que el observador carece de los elementos de juicio necesario para comprenderlos y valorarlos. Aquí tenemos otra clave más para mejorar nuestras relaciones: aunque no las comprendamos completamente, si podemos aceptarlas, respetarlas y tratar de entenderlas, antes de censurarlas y desecharlas. Pero, ¿Por qué nos relacionamos? Si de antemano sabemos que una relación puede llegar a ser tan compleja y en muchos casos altamente lesiva, ¿por qué nos empeñamos en buscar, propiciar, crear, desarrollar y mantener las relaciones? Aventurarse a dar una respuesta sencilla es una tarea frustrante, no obstante, podemos pensar que desde la concepción social del individuo las relaciones son la única manera de permanecer dentro del grupo, identificarse con él y progresar. Desde la Teosofía, así como desde las grandes religiones vivas se puede aseverar que el individuo solo puede alcanzar la liberación, la iluminación o la salvación mediante la interacción constante, cotidiana y asertiva con los demás. ¿Esto justifica la existencia de relaciones? La respuesta es no. Dado que nos relacionamos por diferentes motivos como temor a la soledad, compatibilidad o afinidad con el otro, inseguridad personal, búsqueda de complementariedad, necesidad de reciprocidad, etc., podemos terminar envueltos en relaciones desastrosas que, a manera de bucle, nos llevan poco a poco a tocar el fondo de la miseria y el dolor. En estos casos la autoestima nos puede ayudar a tomar la decisión de acabar con este tipo de relaciones, romper los lazos que nos atan a estas personas y acercarnos a otros ideales mas elevados, por ejemplo, religiosos, espirituales, humanísticos, filantrópicos, etc. La relación es un proceso de comunicación que incluye todos los elementos de aquella, por tanto hay un emisor, un receptor, un canal, un código y mensaje, con lo cual tenemos otra clave mas para nuestro proceso de optimización de las relaciones: podemos actuar en todos y cada uno de los cinco elementos que conforman la comunicación. Cuando una relación ha perdido su fundamento, esto es, cuando se ha vuelto destructiva y degenerativa, podemos revisar estos cinco elementos y mejorar o revaluar alguno de ellos, todo esto desde un sexto elemento presente en la relación: el objetivo. Podemos empezar preguntándonos: ¿Cuál era el objetivo de esta relación?, es decir, ¿Para qué fue que un día decidimos relacionarnos? Retomar el objetivo inicial nos permite hacer ajustes en todos o alguno de los cinco elementos anteriormente mencionados. Y es que en ocasiones el emisor no es claro, veraz o asertivo en la emisión de la comunicación; otras veces lo es el receptor; pero también el mensaje puede no ser claro, estar sesgado o incompleto o, estar codificado en lenguaje desconocido para el receptor; también solemos usar un canal no adecuado para relacionarnos, por ejemplo cuando nos hacemos una idea de la situación social de un país solamente escuchando y viendo noticias de él, o cuando le pedimos al exnovio de nuestra chica que nos ayude con ella. Para que haya comunicación real y efectiva se requiere la retroalimentación, es decir, tanto la comunicación como la relación deben crear, deben ser fructíferas para las dos partes involucradas en el proceso, de lo contrario se vuelve estéril y tiende a complejizarse y a complicarse demasiado; envuelve al ser en un proceso degradante que implica desordenes físicos, mentales y espirituales. De usted depende el tipo de relación en la que se desea involucrar, las características de la misma, los componentes que entraran en juego, la asertividad y el resultado que se obtenga. No dude en cuanto a que las relaciones son la mejor manera que tenemos de perfeccionar el carácter y dominar la personalidad y de que ellas siempre serán parte de su existencia, por lo tanto, propóngase mejorarlas y transformarlas en herramienta de trabajo idónea para lograr una vida mas productiva, mas sensata y mas feliz. Tal como aconseja un pensador europeo en relación con lo que él define éxito personal: “(Conocimientos + habilidades) x Actitud = Éxito”. Las relaciones son parte de la actitud pero se visualizan en los dos primeros componentes de esta ecuación. Finalmente, le dejo una reflexión que propone la protagonista de una película muy singular: La física de la búsqueda, una fuerza en la naturaleza gobernada por leyes tan reales como las leyes de la gravedad, es algo como esto: si eres lo suficientemente valiente para dejar atrás todo lo cómodo y familiar que puede ser cualquier cosa desde tu casa hasta amargos resentimientos y llevar acabo un viaje en búsqueda de la verdad, sea externa o internamente, y si realmente deseas ver absolutamente todo lo que te pasa en ese viaje como una clave, y si aceptas a todo el que conoces durante el camino como un maestro y, ante todo, si estás preparado para enfrentar y perdonar algunas verdades complejas sobre ti mismo, entonces la verdad no se te ocultará. (Comer, rezar, amar). Eliper F&E 2012

martes, 11 de diciembre de 2012

POBREZA, RELIGIÓN Y RIQUEZA

“Los caminos se separan y vuelven a encontrarse dentro y fuera del camino” Madoka Mayuzumi (Hayku)
Nunca como ahora producimos tanta cantidad de alimentos y, sin embargo, nunca como ahora tenemos una hambruna tan grande en el mundo entero. Analicemos un poco esto. Al parecer existe una conexión directa entre los dúos de pobreza y miseria y riqueza y buena calidad de vida y, en tal sentido, he pensado que dicho nexo se puede establecer desde la religión. Me explico: en regiones o países donde es muy fuerte el componente religioso como parte de la existencia diaria, se puede notar una de estas dos condiciones, es decir, o su población es muy pobre y miserable o es muy rica y con buenas condiciones de vida. Tomemos, por ejemplo, el caso de El Congo (África) y España (Europa). En el primer caso se nota una pobreza extrema en donde sus habitantes malviven en su mayoría en medio de condiciones adversas que los llevan a estar muy por debajo del umbral de la pobreza establecido por entidades internacionales como la ONU, sin embargo, y a pesar de la miseria, coexisten solo en la capital, mas de cincuenta sectas religiosas cada una con su propia cosmogonía, sus dioses y sus rituales. La asistencia al culto es obligatoria pero no por prescripción del superior, sino por propia imposición. Cuando pregunto acerca del casi fanatismo religioso (aun cuando no se tiene comida en el plato, se asiste al culto), la respuesta que me ofrece una directiva de la AECID (Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo), me comenta con la certeza de quien lleva trabajando en el país mas de un año, tiempo durante el cual ha puesto todo su empeño y recursos en ayudar a salir de la pobreza extrema a sus congéneres, que la razón de la proliferación de las sectas en el Congo es bastante sencilla: al no haber valores humanos, empleo, recursos físicos o tecnológicos, ni otros elementos a que apegarse y en los cuales poner la fe y la esperanza, solo queda una cosa: la religión. En el segundo caso, España (Europa), así mismo Estados Unidos, Alemania, Italia, entre otros, se presenta una condición similar pero del otro lado de la moneda. Sin duda, Estados Unidos no sería lo que es sin el componente religioso que la inspiró y que, de una manera un tanto subjetiva, sigue cumpliendo un papel importante en el desarrollo de la nación entera. El Thanksgiving Day (Día de Acción de Gracias), celebrado el cuarto jueves de noviembre, sigue siendo con mucho, una de las fechas mas importantes y sagradas dentro del calendario norteamericano y su moneda recuerda la confianza puesta en Dios (“In God we trust”). Más allá del tipo específico de religión de que se trate (Budismo, Islamismo, Cristianismo, Protestantismo, etc.), y tal como lo comenta Madoka Mayuzumi, la creencia en algo superior simboliza nuestra fragilidad y desamparo ante la vida: La gente reza y deja ofrendas, recuerdos personales y objetos para decir “gracias”, “adiós”, “te echo de menos”, “por favor, ayúdame”. En la tristeza y en la alegría necesitan un lugar sagrado donde dejar algo suyo para hacer frente a lo incomprensible, lo inexplicable, lo irracional, pero, sinceramente ¿Aun creemos en el poder de estos actos fervorosos? ¿En el sosiego que nos comunican? ¿Legaremos también esto a nuestros hijos? Puede que estos gestos, símbolos de nuestra fragilidad y de nuestro desamparo ante la vida, desaparezcan y sean sustituidos por nuevos dioses. En nuestra cultura [Japonesa], ya hemos conseguido que nuevos iconos borren los frágiles lazos que nos unen al pasado y acaben por convertirlos en polvo y cenizas. ¿Volveremos algún día a oír a Dios?, ¿o a entrever su dedo llamándonos desde el cielo? ¿Quién colocará una piedra indicando el camino para que otros sepan qué camino seguimos? ¿Le importará a alguien que se haga? ¿Dónde estará el misterio? La religiosidad, la necesidad de sentirse parte de algo superior, hijo o imagen de un ser divino es una condición inherente al ser humano en tanto parte de un universo incomprendido. Con todo ello, esta imperiosa necesidad de identificación con la divinidad se puede hallar tanto en las primeras etapas del desarrollo de la evolución espiritual, como al final, cuando la presencia divina se hace una realidad y la individualidad da paso a la universalidad. Esto nos lleva a no juzgar las creencias religiosas ajenas, pero, así mismo, nos impele a comprenderlas y respetarlas dentro de los límites de lo bueno, lo correcto y lo humano, condiciones que impulsan el desarrollo del ser en esta fase de su evolución. Por otra parte, desafortunadamente, la religión no camina sola, pues aunque tiene unos limites claros fijados por sus respectivos avatares, estos se han perdido o se han velado a lo largo de los siglos de coexistencia con otras religiones y otras formas de asociación, de poder y de gobierno colectivo. De su mano van ancladas casi siempre, la política bipartidista, el caudillismo pernicioso, la burocracia malsana, el despilfarro continuo de recursos, la corrupción administrativa, el engaño vituperable y otros males que aquejan la sociedad actual. La religión, convertida en herramienta de control y de poder, con preceptos anquilosados en épocas pretéritas, enmarañada en rituales cuyo significado ya no es comprendido – y quizá tampoco necesario y por tanto, inútil; ensimismada en su propia interpretación de la moral y la ética, sesgada por las imposiciones maniqueistas de lideres engañosos que la permearon y moldearon a su propio antojo, se ha transformado en una ecuación sin aparente solución y sin otro fundamento que la intrusión en otras esferas sociales para intentar hacerse con un poco de halito de vida que le impida su ya necesaria y tardía muerte. Dado que el común denominador en esta ecuación de miseria suele ser siempre la ignorancia, la resolución pasa por la educación y la formación de los niños y las niñas como base de la sociedad futura. Educación y formación si, pero ¿en qué dirección y con cuales fundamentos? Antes de repensar una sociedad es necesario responder a esa pregunta y otras mas relacionadas con la dirección adecuada, es decir, con la evolución hacia la divinidad. ¿Es, entonces, culpable la religión del empobrecimiento y la miseria de algunos países, pueblos o naciones? Ella, como tal, no es ni culpable ni inocente, tal como el veneno per se no es culpable de causar la muerte a quien lo ingiere. La religión es ella, tiene una razón de ser y cumple unos propósitos que, curiosamente y tal como lo concibe la mente inquieta del Pensador, son los mismos en todas ellas, más allá del nombre que se le asigne. Los componentes o preceptos son esencialmente los mismos, la diferencia radica en el uso que de ellos se haga, por tanto, la culpabilidad o inocencia radica en el oficiante, no en el oficio. Ello explica, en parte, porque el Budismo es la única religión viva que no ha manchado sus manos de sangre.

domingo, 2 de diciembre de 2012

CAMINANDO POR BERLIN

“Conocí cien países, siempre me gustó viajar. Gente muy diferente, muchas formas de pensar; pero la pobre gente, la que siempre sufre y da, esa no era diferente, en todas partes era igual”. Yuridia Valenzuela La sincronicidad, esa aparente tendencia que tienen los eventos para encadenarse y que opera a un nivel todavía desconocido para el ser humano promedio, me hace pensar de nuevo en la causalidad que, junto con la justa ley de causa y efecto y con el movimiento, hacen posible la vida en este planeta. Caminar por una calle de cualquier ciudad del mundo puede convertirse en una experiencia bastante aleccionadora si uno se dedica a observar en lugar de limitarse simplemente a ver lo que sucede alrededor. Pero, si además de observar también nos dedicamos a comparar, ya no desde la perspectiva del critico literario, por lo demás aburrido, monótono y un tanto pedante pretendiendo poseer la ultima verdad de un suceso que, entre otras cosas, nunca aconteció, en fin, como decía, si nos liberamos de prejuicios y nos alejamos de creencias y perdemos el afán de juzgar y encasillar cada observación dentro de un modelo prediseñado y establecido por otros, nos daremos cuenta que esa caminata por Berlín (u otra ciudad del mundo entero) se puede transformar en encuentro cultural, social, político, económico o de otra índole pero siempre con un componente espiritual interior que se cuela por nuestros sentidos (aun no totalmente desarrollados), tratando de enseñarnos que nuestros problemas, pero también nuestras alegrías están siendo compartidas en todo el globo y que nuestros agobios y desesperanzas son las mismas de toda la raza humana. En el Türken Markt (un mercado Turco situado al noroeste de Berlín, Alemania) inundado de la mas variopinta clase de elementos con vendedores que nos ofrecen desde un auto hasta un kaki de sabor simplón que nos permite pensar que esa maldita tendencia a maximizar la producción en aras de la máxima competitividad echó a perder el sabor, y, como si esto fuera poco, nuestra mirada no puede menos que fijarse en el cartel pegado en la ventanilla del coche anunciando que el precio del mismo es dieciocho veces mas bajos que el precio cuando éste era nuevo. Por supuesto, al tiempo lanzó la pregunta: ¿Por qué tiene un precio de solo € 900 un auto que se ve, en apariencia, en muy buen estado? Y la respuesta no se hace esperar: “Este mercado de coches se conoce como el mercado para tontos, pues hay que serlo para comprar un coche aquí”. Luego me entero que algunos pueden provenir de orígenes harto dudosos pero una cosa es segura: el kilometraje mostrado en el medidor hay que multiplicarlo por cinco. Lo demás lo dejo a vuestra imaginación. Me siento en un café a reflexionar y me doy cuenta que esta misma situación se vive en la Plaza de San Nicolás en Cali, Colombia; una plaza de mercado de Lima, Perú o una pequeño polígono al sur de Madrid, España. ¿Qué tienen en común estas situaciones?: El engaño, el timo, la necesidad (de ambos, comprador y vendedor), …. Y es que cuando se trata de maximizar la productividad, el gusto tiende a desaparecer. Cuando la producción se hace pensando en el producto y el consumidor, no en la maximización de ganancias, el sabor se ve incrementado. Tal como lo comenta Antonio (un personaje español que conocí en el vuelo Madrid – Frankfurt): “Aunque se pierda el sabor de las frutas producidas masivamente en Europa, es cierto que son hermosas”, y no le falta razón. Las frutas que se producen y comercializan en Europa son hermosas, invitan a comprarlas; las manzanas, por ejemplo, son todas iguales, en tamaño, forma, color, apariencia, pero no saben a manzana; las naranjas no son amarillas, sino amarillas imitando el color del oro, las fresas suelen ser del mismo tamaño y forma y las mandarinas imitan la perfección en su apariencia física. Todas estas frutas y muchas mas tienen un común denominador: han perdido el sabor original. Sigo caminando, observando, comparando, pensando y viviendo. Me llama la atención un hombre que, sonriendo con grandes ojos, repite en un alemán con marcado acento árabe una letanía de “barato, barato, barato” unos pasos mas adelante, otro vendedor, perdido entre una montaña de Blumen Kohl (Coles alemanas), me mira, sonríe y ofrece sus productos haciendo alusión a Helmut. Köln, acto seguido y al comprender que mi vocabulario Alemán es menos que probable que me permita subsistir, en un Ingles con marcado acento árabe me pregunta si soy de México. Tratando de establecer una cierta distancia, le respondo que no, pero si de por esos lugares. ¡De Colombia!, dice, y pone cara de satisfacción. Le respondo afirmativamente y empieza a imitar la preparación de la cocaína antes de ser inhalada mientras con su sonrisa complaciente insiste en que traiga un kilo y lo comercialicemos en el norte y nos hagamos ricos…¡Las cosas que hay que escuchar y ver! Mi memoria se dirige a ciertos momentos durante mi Camino de Santiago, instantes en donde coincidía con especímenes de la raza humana cuyo conocimiento de un país se limitada a lo poco que los periódicos de corte amarillista suelen informar (cuando no, desinformar) y con ello creen poseer la verdad. ¿Común denominador entre estas situaciones?... la ignorancia, la vanidad y el poder. Mi acompañante me sugiere probar unos dedos de queso, llamados Börek, que un vendedor ofrece en medio de una tienda repleta de productos que no tengo la más mínima idea de que se trata pero tienen apariencia bastante gustosa. Como es costumbre en Alemania, debemos esperar que terminen de atender el cliente que llegó de primero y mientras gruesas gotas de sudor discurren por el rostro del dependiente (pues la cocción de tantos productos simultáneamente hacen que viva su propio infierno), nos pregunta por nuestra decisión. Conclusión: los Börek de queso son toda una prueba de buenos tentempiés que, con algunas variaciones, he comido, tanto en Colombia como en festivales gastronómicos internacionales que he visitado en España. ¿Común denominador?...El gusto. Aunque se usen diferentes ingredientes, otros nombres en otros idiomas, el gusto termina siendo igual o similar en muchos casos, sobre todo en países desarrollados. Llegamos a una parte de la ciudad en donde el rio Spree sirvió de frontera natural entre aquella Berlín floreciente y amorosa, y la otra Berlín empobrecida y gris. Mi guía me comenta que este tramo del rio era patrullado por barcazas armadas que tenían como misión (y casi siempre lo conseguían), disparar y asesinar a quienes intentaban cruzar el rio en busca de una vida menos lánguida en Berlín del Oeste. Mi mirada se centra en el antiguo puente por el que ahora circulan coches en un flujo continuo que nos recuerda el movimiento que causa la vida. Todo fluye mientras construye. Ahora la memoria me lleva a pensar en los muros, me llama la atención que mientras algunas ciudades, naciones y regiones los derriban e intentan unificar, otras los construyen e intentar separar. ¿Común denominador?: Los muros, el dolor, la felicidad (de quien lograba cruzar, de quienes separan y de quienes reunifican). ¿Común denominador?: La lección. Aprendida para algunos, por aprender, para otros. Entra en la cafetería una pareja de esposos alemanes cuyas edades sumarian no menos de 160 años, vienen acompañados de un perro, quizás labrador. Se sientan y el camarero se dirige a ellos llevando en sus manos la comanda y un cuenco con agua para el canino. Mientras llega la comida, esta pareja comparte sendas cervezas (como debe ser en Alemania), y los demás nos dedicamos a observar o simplemente leer alguno de los muchos periódicos (que dicho sea de paso, son los periódicos mas anchos que conozco, tienen siete columnas) que inundan los cafés en este bello país. Finalmente, encuentro que Berlín tiene otras cosas comunes con el resto de ciudades del mundo. Tiene un rio que le da vida, una no clara pero existente separación entre la gente mas rica y pudiente y la menos poderosa (porque en Alemania también hay gente pobre, pero la manifestación de la pobreza es diferente en relación con los países pobres), y un sol que la alimenta todos los días. Aun con estas similitudes y otras que no menciono aquí, se hallan diferencias curiosas como el hecho de que el sol pareciera no calentar en Berlín, como si M. Trini se hubiera inspirado en ella cuando cantaba: “Tu y yo, inventamos un sol que no daba calor…”. En fin, Berlín tiene esa magia que encanta a quien sabe buscar, es decir, a quien saber que buscar es la condición segura para no hallar. Por lo tanto, para disfrutar de esta ciudad solo hay que caminarla o sentarse y esperar; abrir los sentidos y vivirla, porque si la pobreza tiene otra cara en Berlín, también la tienen otras expresiones humanas como la alegría, el dolor, la esperanza o la caridad.