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domingo, 22 de marzo de 2015

PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA: ¡NUNCA CAMBIES!





¡Amiga, nunca cambies!... ¡Espero que nunca cambies!
En algún momento de nuestras vidas habremos utilizado estas frases y otras más que invitan a esa persona que amamos a que permanezca en un estado que, aparentemente, es agradable para nosotros. Y esto es curioso por dos motivos: en primera instancia, porque esa persona tan querida tuvo que hacer algún cambio en su vida antes de parecernos tan cercana y agradable y, en segundo lugar, porque de la cuna a la tumba tenemos una certeza: la del cambio.
Continuando con las pinceladas que dibujan nuestra existencia en este planeta, hoy haremos referencia al “cambio” desde dos dimensiones: como una condición inherente al ser humano y como la posibilidad de explotar todo nuestro mejor potencial.
Todas las direcciones son potencialidades del ser humano

Desde la certeza según la cual “todo rio que se estanca, se transforma en lago y todo lago que deja de fluir, se malogra y muere” nos acercaremos al ser humano como una entidad que tiene por condición y compromiso esencial el de mantenerse en movimiento so pena de perecer en el olvido. Entre las muchas similitudes, complementariedades y nexos generales que se pueden hallar entre las diferentes escuelas de pensamiento, teosóficas, nueva era y demás, quedémonos hoy con la del movimiento como causa y mantenimiento de la vida. Ya el filósofo Platón proponía que las almas antes de nacer en la tierra se encontraban en un estado latente arriba de la vida manifestada en el planeta y con ello, dejaba claro que aunque hubiese en los “cielos” (o como se lo desee llamar), una aparente quietud, la verdad era que el movimiento era continuo y tenía una dirección y un sentido perfectamente definidos.

Y si miramos a la tierra vemos igualmente un desplazamiento constante en todo cuanto observamos, incluso las plantas y los minerales, dirán algunas escuelas esotéricas, están en constante movimiento. Los límites del barrio cambian, lo hacen también los países y continentes, y este movimiento se verifica a nivel del planeta y del sistema solar; el universo mismo está en constante fluir, y sin embargo, queremos que nuestro mejor amigo permanezca quieto y estancado. 

Somos seres gregarios por naturaleza, por eso la salida del redil se suele pagar muy caro. Nadie desde dentro perdona a quien se atreve a pensar, hablar y obrar libremente, sin las ataduras que directa o sigilosamente impone un sistema social como el actual. De esto también habló Platón en su “Mito de la Caverna”, y hoy en día, más de dos mil años después, solo unos pocos lo comprenden y aplican. En fin, como seres gregarios necesitamos seguir a un líder que dicte las pautas de acción (y las normas) pues consideramos que así es más fácil vivir “hemos creado límites para todo, incluso para la libertad y para la vida”, también para el miedo y la vergüenza. Nos sentimos bien en esa pequeña zona donde nos aislamos.

Quedarnos quietos en nuestra “zona de confort”, allí donde nos pide nuestra amiga o amigo que permanezcamos, es bueno, agradable, sencillo. Hemos alcanzado ese estado hace poco o mucho tiempo, y como sea, aquí nos sentimos bien porque es una zona que conocemos al dedillo. Allí percibimos seguridad porque sabemos que pocas o nulas sorpresas se nos deparan. Allí somos sociales y nos rodean comodidades y personas similares. La zona de confort es segura, claro que los milagros suceden fuera de esa zona, y es por ello que la Astrología propone que nos movamos de ese Nodo Sur, como lo denomina, porque corresponde a todo lo logrado en el pasado, las habilidades y destrezas que alcanzamos en algún momento de nuestro paso por esta y otras muchas vidas, y con ello deja claro que el trabajo realmente importante, -el único importante-, es irse al Nodo Norte, es decir, moverse, salir de la zona de confort. Y es que las cosas están perfectamente diseñadas para que usted se mueva, cambie y evolucione. De hecho, si usted no lo hace por su cuenta, la vida lo obligará a hacerlo en el momento preciso:

…eliminan tu puesto de trabajo, tu novia te deja por otro, tu esposo se va de casa con otra; tu mascota más querida fallece; el banco expropia tu casa, acontece un terremoto que devasta la zona donde vives; te ascienden en tu empresa a un cargo mejor, te aumentan el salario, abres tu propia empresa; conoces a la mujer o al hombre de tu vida, te vas a vivir a otro país, te ganas la lotería…

…en fin, tantos y tantos sucesos que sueles calificar de buenos o malos van aconteciendo en tu vida para moverte a los cambios.

Y es que si miras detenidamente, ¿Qué es lo único que NO ha cambiado en tu vida desde que tenías cinco años? Tu cuerpo físico ha cambiado, tus pensamientos han cambiado, tu actitud hacia los demás ha cambiado, tus gustos y deseos han cambiado… Quizás respondas: “¡El nombre!”, si, es posible, y eso que en algunos ha cambiado y en casi todos ha habido un pequeño ajuste relacionado con el apodo y el apelativo que usábamos entonces o que hemos asumido ahora. Tienes el mismo corazón, pero ahora es mayor en tamaño y capacidad; el mismo cerebro, pero ahora es más grande y más activo; los mismos pulmones pero ahora tienen una capacidad superior y quizás están más contaminados…

Cambiar no solo es un imperativo y una condición imparable en el ser humano, es también la forma de verificar la evolución, porque…   ¿en qué aspectos eres mejor ahora que antes? El cambio te permite compararte con ese “ser” que eras a los siete, catorce o más años y definir cuánto de bueno, de bello, de eterno has logrado. ¡El mundo es mejor que hace cincuenta años!, decía airosamente alguien, pero… ¿mejor en qué sentido? Y si tú has cambiado, también lo ha hecho el mundo, otro tanto habrá sucedido con el universo en su totalidad. Pero los cambios no siempre son sencillos, fáciles o positivos; hay transformaciones que terminan por remover toda la estructura de pensamiento, de palabra o de acción que nos sostenía, por ejemplo como cuando emigras a otro país y te tienes que enfrentar a una cultura diferente, una posición social inferior y unos alimentos que jamás habías considerado incluir en tu dieta.  

Si la vida nos conmina o si por nuestra propia cuenta nos atrevemos a “movernos”, debemos ser conscientes que existe un precio que debemos pagar por esa osadía. Nada es gratis en esta existencia dual y una causa genera una o varias consecuencias que se manifiestan a lo largo de nuestra vida. Entonces, ¿Por qué moverse? La única respuesta plausible a esta pregunta se relaciona con la evolución del ser en todas sus posibles manifestaciones, con esa expresa necesidad que tiene la vida de manifestarse para avanzar desde un punto hacia otro ubicado más allá del tiempo y la distancia.

Siendo la evolución la condición esencial de la vida, la negación o renuncia a la misma corresponde a una violación del destino que tarde o temprano deberá ser corregida. El libre albedrio parece estar direccionado hacia un mismo origen y si por temor o indiferencia nos rehusamos ir al Nodo Norte hoy, solo estaremos retardando un proceso que deberemos iniciar y culminar algún día. Entonces… ¡empecemos ya!

Acaso me dirás: “¿Empezar por dónde?” Te responderé: “Pues por el principio, por la base que es desde donde todo debe empezar”. Nunca comenzamos de cero, pues siempre tenemos algunas bases que podemos utilizar. Una forma de reencauzar el destino es enfrentando y derrotando los miedos, principalmente el miedo a cambiar, a dejar aquella zona donde nos sentimos cómodos. Y es que tantos años en la misma posición, con los mismos amigos, comiendo las mismas comidas, yendo a los mismos lugares; albergando los mismos pensamientos, acariciando los mismos rencores y pesares, terminan por hacernos creer que lo que nos rodea es todo cuanto existe en este vasto universo. A esto le podemos sumar la presión de la sociedad para que eternicemos las mismas estructuras o instituciones que ella nos ha impuesto con el exclusivo objetivo de impedirnos ver un posible futuro fuera de ellas. La familia, la policía, el barrio, el colegio, la empresa, la iglesia, el hospital, el gobierno, etc., comienzan como el núcleo donde podemos ser nosotros mismos pero terminan esclavizándonos e impidiendo nuestro verdadero avance en campos como el espiritual o el  humano. Estas instituciones tienen una importancia medida por la incapacidad que tengamos de asumir nuestro propio desarrollo en nuestras manos. Una vez iniciado este proceso, sentimos la imperiosa necesidad de tomar cierta distancia de ellas. Un individuo que expresa lo mejor de la condición humana no necesita policías, religiones, hospitales, escuelas, gobiernos, etc. Es como cuando el pez crece más allá de los límites fijos de su pecera y precisa ser reubicado en un lugar más amplio. ¿Cómo se sentirá un pez cuando lo cambias de pecera?
Ahora bien, no se trata de “salirse” de estos grupos e irse a la montaña a meditar como un asceta medieval, pues tal como lo propone un gran amigo filósofo y antropólogo, “terminaríamos enamorados, apegados y dependiendo de la caverna donde meditamos”. Debemos continuar con nuestras cotidianidades, el deber debe ser hecho aunque sea solo una actividad sencilla que a primera vista no cambie el curso de la existencia, pero que juntas terminaran por encauzar este mundo y hacer que se cumpla el destino tanto del ser humano como del universo mismo.
Por ser el cambio parte del destino humano, pedir que no se lleve a cabo, es pretender quebrantar el destino mismo. ¿Quién tendría la osadía de hacerlo? Ahora, ¿Te has preguntado alguna vez cual es la razón por la cual le pedimos a nuestro amigo o amiga que nunca cambie? Los motivos, aunque aparentemente únicos y personales, se pueden resumir en pocas palabras. En primera instancia, se trata de un tipo de egoísmo por nuestra parte, pues el estado actual de la relación es cómodo para nosotros mismos, y un cambio traería modificaciones también en nosotros. Esto nos lleva a la segunda razón: tenemos miedo de nuestro propio cambio y para evitarlo, impedimos el del otro. Finalmente, en tercera instancia se puede apreciar una especie de envidia hacia quien ha cambiado, un cierto recelo por aquella persona que se ha movido de su zona de confort y, en consecuencia, ha logrado ascender un escalón más en su proceso de perfeccionamiento. Y es que si te veo subir, mejorar, avanzar, crecer y enriquecerte en todos los sentidos, me sentiré seguramente frustrado, incapaz, desmejorado y empequeñecido por ti. Esto me recuerda una situación en una película en la que la protagonista decide, después de mucha dilación, dejar su actual vida e irse a vivir seis meses a Italia, otros seis más en India, para culminar otro tanto en Bali. Cuando está a punto de partir de su ciudad natal, su mejor amiga la conmina a que se quede y lo hace mostrándole todos los problemas e inconvenientes que seguramente hallará en su nueva vida, así como señalándole las razones por las cuales debe quedarse y resignarse. Finalmente, al verla con sus maletas en la calle y a la espera de un taxi para ir al aeropuerto, le confiesa que su insistencia es solo porque siente envidia ya que ella misma no puede hacer un viaje pues está atada al trabajo, la casa, la familia y a las cosas materiales y comodidades que le rodean. 

Cambiar no es fácil, nunca lo es, el primer paso siempre será el más difícil. ¿Has notado como el bebé tarda y se le complica mucho ese “primer paso”? Pero luego, todo se hace más fácil. Una forma de comenzar es no hacerle caso a nuestro amigo o amiga cuando nos desee quietud y estabilidad y, de parte nuestra, desear muchos cambios positivos y constantes a esa persona que amamos. Enviarle con el pensamiento mucha energía positiva, amor y luz para que en su camino evolutivo continúe hallando las respuestas a las preguntas de la vida. Para que su corazón y su mente se abran y expandan hasta abarcar las otras manifestaciones de la vida real que la obcecación, la comodidad y la pasividad impiden vislumbrar.

Aunque no podamos ver la fuerza y el impacto de esta actitud mental de ayuda y sanación, ella es una realidad tan cierta como la evolución misma. La presencia física no es requisito indispensable para la efectividad de esta ayuda que estamos llamados a prestar, basta con pensar clara y firmemente en esa persona que deseamos ayudar, con imaginarla sana, feliz y creciendo en todos los sentidos posibles. La luz le llegará, no tenga duda de esto y lo hará porque nadie está aislado en este mundo, porque todos estamos conectados y sincronizados con el universo. Sabiamente lo expresó el personaje de Sonmi 451 en la película Cloud Atlas:

 Nuestra vida no nos pertenece. Del vientre a la tumba estamos unidos a otros, en el pasado y en el presente, y por cada crimen y cada bondad, concebimos nuestro futuro. Las consecuencias de la vida de un individuo hacen eco para toda la eternidad”.

Con estas palabras cerramos este post dedicado al cambio, es decir, al destino humano, a la evolución y a la vida misma. Entonces, la próxima vez que veamos a nuestro mejor amigo o amiga, deseémosle muchos, positivos y constantes cambios, y además, enviémosle toda la energía, el amor y la luz que podamos concebir para ayudarle en ese proceso. Te deseo todo esto y mucho más, querido amigo, querida amiga.  
JossP F&E
2015



martes, 3 de marzo de 2015

PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA: EL MIEDO A LA VIOLENCIA




Regresando a un tema que denominamos “Misión de vida” y del cual hablamos hace poco, hoy quiero hacer referencia a un componente que se puede inscribir perfectamente dentro de ese postulado. ¿De qué se trata? Antes de entrar en detalle haremos una aclaración que creo conveniente en la medida en que hemos hablado de temas aparentemente inconexos, pero que guardan una clara relación para el verdadero buscador. Porque son tantos los elementos que integran la razón de ser de una persona, el motivo por el cual está aquí  y ahora, rodeado de las  circunstancias que le son propias; con la familia y los amigos que le acompañan, así como los conocidos que atrae a su alrededor, que es casi imposible determinar con exactitud el número y el grado de impacto que cada uno ejerce sobre el individuo. En esta búsqueda de la esencia del ser, necesitamos nuevamente partir de alguna certeza, precisamos una plataforma segura desde donde lanzarnos en procura de llegar a ser lo que hemos venido a ser. Pensando en esta necesidad es que abrimos el espacio conocido como PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA, para dibujar allí algunos trazos de diferentes colores, variadas formas, difuminadas asociaciones y sinceras líneas que juntas nos permitan llegar a ser, lo que González de Vicenzo denomina “Nuestra mejor versión”.  


Y, ¿cómo llegar a ser nuestra mejor versión? Trabajando decididamente en ello, poniendo el cincel sobre nuestra propia estructura y, aunque duela, arrancar de nosotros todo aquello que está sobrando, que nos afea ante el verdadero ser humano, que imprime una imagen de ridiculez y estulticia frente a la divinidad que reside dentro de nosotros. Hoy intentaremos quitar uno de esos elementos ajenos al verdadero ser Pensante. Un componente que está tan arraigado en nosotros que pareciera ser el fundamento de la existencia; un elemento que se expresa de mil formas distintas y que, a pesar de ser un detonador de consciencia, en todas sus manifestaciones atenta de manera brutal, no solo contra la humanidad, sino contra otras formas de vida en el planeta, otras civilizaciones y el mismo universo.   
Para entrar en materia, hallemos un común denominador:
-          En casa: “Niño, deje de jugar con el computador y póngase a estudiar… ¡ya mismo!
-          En el colegio: “Señorita, cierre el libro de poemas y continúe con los ejercicios de matemática o será remitida a la oficina de dirección”.
-          En el Barrio: “Una familia saca al andén su equipo sonido y arma una fiesta en medio de la noche”.
-          En un país distante: “La jornada laboral se extiende por 12 horas y los empleados toman sus alimentos dentro de la misma fabrica”.
-          En internet: “Un estudio (¿Cuál?) ha revelado que el 65 % de los empleos mejor pagados son ocupados por hombres y el 35 % restantes por mujeres”.
-          En el trabajo: “Sr. Y, si llega nuevamente tarde al trabajo, será despedido. Afuera hay muchos que desean trabajar”.
-          En un país latinoamericano: “Los miembros del Senado devengan un salario mensual 50 veces más elevado que el común de los trabajadores
-          Titular en un periódico: “Un suicida hace explotar una bomba en un mercado en un país oriental y deja X número de víctimas”.
En las anteriores ocho situaciones, reales y comunes en nuestro medio, existe al menos un común denominador: la violencia contra el individuo manifestada de diferentes formas. Pues bien, hablemos un poco de ella y para ello, propongamos algunas preguntas:
1.       ¿Qué es la violencia?
2.       ¿Cómo se manifiesta?
3.       ¿Por qué se presenta?
4.       ¿Es el ser humano violento por naturaleza?
5.       ¿Existe alguna forma de acabar con ella?

Partamos de estas cinco preguntas y veamos hacia donde nos conduce el discernimiento. Tanto en las anteriores ocho situaciones como en otras que vivimos a diario, podemos ver manifestaciones de violencia directa o indirecta contra el ser humano, contra las especies consideradas inferiores; contra la divinidad residente en cada individuo, sus creencias y valores. Abrir un periódico cualquiera es meterse de lleno en ella, incluso las llamadas “redes sociales” están plagadas de videos que dan cuenta de esta forma de actuación y, curiosamente, ese tipo de archivo recibe, comparativamente, la mayor cantidad de visualizaciones. Y es que existe en un rinconcito de cada individuo, una especie de morbo o curiosidad que lo lleva a reproducir esta información, comportamiento que se puede explicar como una forma de desahogo, por un lado, o como la manera de atemperar la situación de marginalidad propia, porque… “me consuela saber que otros están en peor condición que yo”, aunque… “mal de muchos, consuelo de tontos”, decía alguien.

Por violencia podríamos compartir la definición del diccionario: “acción violenta contra el modo natural de proceder”, pero esto no nos dice gran cosa respecto de las cinco preguntas anteriores. Porque, además, ¿qué es lo que consideramos “natural” ahora mismo? En otro post que titulé “De cosas normales y de razones suficientes” hablábamos de la problemática relacionada con aquello que la sociedad considera natural, por lo tanto, para evitar repeticiones innecesarias solo diremos que “lo normal” y “lo natural” en el ser humano es todo aquello que propenda por la elevación del espíritu hacia la divinidad. ¡Punto! Dejémonos de aguas tibias y buceemos un poco más profundo.

¡El lenguaje mismo es violento! Y además lo empleamos para violentar a los demás seres mediante los insultos y palabras que hieren la dignidad humana. Y, ¿cuál es la función del lenguaje? Transmitir lo que el ser humano piensa y siente, o al menos eso dice la Academia, es decir, servir de canal, pero él, en sí mismo no es más que un conjunto de signos y reglas que permite la comunicación. Entonces, ¿en qué momento una palabra obtuvo el carácter peyorativo, de grosería o de insulto? Y también, ¿en qué momento y sobre cuales bases hicimos la clasificación entre “jerga” y “argot”, “vulgar” y “culta”? Esta misma clasificación es una forma violenta de tratar el lenguaje e incluso, la denominación que usamos golpea de forma directa a las cosas, las personas y las situaciones. Afortunadamente, el lenguaje es un ente activo y con el tiempo sufre transformaciones, se vigoriza, crece, entra en receso, se enferma y muere. Para la muestra, un solo botón: el vocablo “Doctor” puede remitir a varios significados, dependiendo del país, la cultura, la raza, la situación; desde denominar al político de turno, hasta el médico de cabecera, pasando por el leguleyo, el tinterillo hasta el hijo de puta más recalcitrante, etc.  A propósito, ¿por qué un tomate se denomina “t-o-m-a-t-e”?   

Pero la violencia también se manifiesta de otras formas y para que sea realmente efectiva, se deberá considerar el tipo de sujeto sobre el cual se desea ejercer. No se violenta de la misma manera a un filósofo que a un campesino (aunque haya tantas similitudes entre ambos); el método de violencia cambia entre América del Sur y los países orientales y tampoco puede ser el mismo en niño que en un adulto. La escuela violenta el derecho al libre aprendizaje en términos de asignaturas, capacidad cognitiva y “futuribles” que el niño o el joven posee. La empresa privada o pública coarta la libertad al someter al trabajador a ocho, diez o más horas laborales; aunque finalmente, es el deseo quien violenta la libre y total expresión de la divinidad residente en el Pensador. Él nos violenta instándonos a comprar todo aquello que no necesitamos pero que nos permitirá ser parte de la sociedad, es más, nos lleva a crear, desarrollar y mantener la sociedad misma.  

Violencia existe en la masacre de una comunidad, en el desalojo de una familia pobre de su vivienda, en los crecientes impuestos nacionales, en el altísimo salario de un congresista versus el miserable sueldo del trabajador honrado; en la imposición de normas de ciudadanía que transmiten al ciudadano la responsabilidad de una situación por la cual debería responder el estado (pico y placa en las ciudades); en la exigencia de tarjeta sanitaria y militar para acceder a servicios de salud y educativos; en los componentes tóxicos como el aspartame, el glutamato monosódico y el nitrato sódico presente en  muchos alimentos; en la crianza inhumana de aves para el consumo; en la asignación de precios a los productos y servicios en donde el distribuidor se queda con la mayor ganancia en detrimento del productor; en la imposición de un supuesto sistema de gobierno democrático que excluye, elimina, asesina, encarcela y se hace reelegir cada cuatro o seis años; en los elevados costos de acceso a los sistemas de educación y formación, en el alto precio a pagar por los libros y por el uso de internet; en la relación de pareja basada exclusivamente en el sexo o los hijos… en fin, podríamos citar muchos ejemplos más de violencia física o psicológica en nuestra sociedad.      

Ahora bien, ¿por qué se presenta tanta violencia? La respuesta a este interrogante nos exige considerar también, y de manera simultánea, la pregunta sobre si el ser humano es violento por naturaleza. Cuando repasamos la historia desde la comodidad de nuestro siglo XXI vemos que en todas las épocas hubo hechos tremendamente violentos, desde conflictos hogareños hasta guerras mundiales que han servido, entre otras cosas, para definir un camino de progreso en algunos campos del saber humano. Pero también han servido como formas de selección, de control y de eliminación sistemática de todo tipo de habitantes del planeta. En una observación  comparativa de la evolución humana no parece hallarse un solo momento de completa y perfecta paz a nivel mundial. Esto resuelve de manera escueta e imperfecta nuestro principal interrogante, pero deja algunos espacios por donde pretendemos adentrarnos en este análisis, porque aceptar que la naturaleza humana es intrínsecamente destructiva, es destruir el concepto de evolución contenido tanto en la ciencia como en la religión, la filosofía, la psicología, etc., expresiones del saber presentes a lo largo de la historia misma.

En respuesta diríamos que la naturaleza humana es de tipo constructiva, pero que para poder construir es necesario destruir. Esta premisa nos sitúa en una aparente paradoja, la misma que puede ser resuelta desde la certeza de que todo fin es un comienzo y viceversa, o también desde la ciclicidad de la historia y del devenir humano. Aceptando que la historia no es lineal, sino cíclica, y que, por tanto, la vida de toda persona sigue ese mismo sentido, concluiríamos que la repetición viciosa de los conflictos, desastres y demás manifestaciones violentas está de acuerdo con este ritmo y, claro, esto, además de apoyar la hipótesis de la no violencia por naturaleza, también nos sitúa en otro interrogante: ¿cómo detenerla?

La historia evolutiva del hombre esta signada por la violencia, la violencia es una forma de construcción y, por ende, de evolución (al permitir construir donde se destruye, o al abrir espacio para lo nuevo), pero no es la única ni la mas recomendable. Existen, por supuesto, otras formas de acelerar el proceso evolutivo de cada individuo y de la raza humana en general, pero sin duda y desafortunadamente, la mayoría de actos violentos han contribuido a este proceso. A modo de ejemplo se puede citar el caso de una región del departamento del Quindío (Colombia) que fue duramente golpeada y semi-destruida por un terremoto hace algunos años. Allí donde había construcciones viejas y en mal estado, se ven ciudades y pueblos renovados y florecientes; de una economía pobre y netamente agrícola, se pasó a otra prospera y basada en el turismo y los servicios. Se pagó un precio muy alto en vidas y construcciones físicas, pero la evolución se nota. ¿Se justifica, entonces, la violencia? No, por supuesto que no. Nada que atente contra la integridad de un ser cualquiera que este sea, tiene justificación en la llamada “justicia humana”, pero el universo opera sobre la base de leyes aun descocidas en su totalidad por el grueso de la humanidad.

Para ir cerrando este post y a manera de conclusión podemos decir que, aunque en apariencia el ser humano es violento por naturaleza, la realidad es que no es así. Que lo que pareciera ser innato es la necesidad de aprender por iteración, es decir, por ensayo y error, repitiendo  las masacres, la barbarie, la destrucción, la aniquilación de especies y solo cuando el momento es crítico, cuando el ultimo animal de su clase está a punto de perderse, toma consciencia de la necesidad de cuidarlo. Y es que en un mundo dual como el nuestro, existe un potencial de violencia acompañado de la semilla del bien, de lo correcto, lo bello y lo eterno, ambos dispuestos a manifestarse cuando la ocasión se presente. Esta premisa nos pone frente a la quinta pregunta: ¿Cómo detener el potencial violento del ser humano? Pues, activando la condición potencial del bien. Es así de simple.

La violencia beneficia de alguna manera a alguien, esta es una de las razones por la cual ha estado presente a lo largo de la historia. Personas, países y regiones han sacado provecho de la imposición por la fuerza de sus condiciones y, lamentablemente, con la complicidad –en muchas ocasiones- de quienes debían cumplir las funciones de defensa de los derechos de los oprimidos. Por ello es que una de las formas de detener la violencia es garantizando los derechos humanos en su totalidad, lo cual presupone en muchos casos, el uso de la fuerza y nos deja en una nueva contradicción: detener la violencia usando más violencia. Resultado: más violencia. ¿Qué hacer entonces? La solución es tan sencilla como difícil de aplicar: educar y formar a las personas, despertar esa esencia del bien hasta que cada una exprese lo mejor de sí misma. Pero en esta solución también encontramos la aparente dicotomía de ¿cómo educar sin violentar? Afortunadamente este problema es solo aparente y temporal, pues se presentaría en las primeras generaciones que recibieran este tipo de formación, dado que luego, las nuevas generaciones tendrían incluidos estos aprendizajes, -de acuerdo con lo propuesto y ampliamente demostrado de los campos mórficos-, y los expresarían como condición natural e inherente.

Se trata, por tanto, de despertar esas cualidades positivas o virtudes que yacen latentes incluso en el más abyecto y depravado ser humano, para que ellas por su propio peso y tendencia, hagan el trabajo de encaminar al sujeto por la senda correcta. Analizar la historia violenta para detectar quienes y de qué manera se beneficiaron de ella y, de este modo, romper con esa cadena destructiva, presupone un buen comienzo para una comunidad que desee hacer una mejora importante. Un cambio sensible a su propio ser, mejora sensiblemente el universo, así lo pienso y lo expongo cada vez que la oportunidad se presenta. Todo cambio importante empieza desde dentro del ser, se alimenta con el día a día y se hace visible en la comunidad en donde participa el sujeto. El mejoramiento se nota en la persona, posteriormente, en la nación, la región y el planeta. El conocimiento verdadero e importante no puede ser enseñado pues es propiedad de todos y cada uno de los seres que compartimos este planeta; se encuentra anidado en nuestro corazón y nuestra mente, basta solo con despertarlo, alimentarlo, cultivarlo y él, por su propio impulso, hará el resto. De cada conflicto, macro o micro, se debe haber aprendido algo, entonces, basta con retomar ese aprendizaje, validarlo e incluirlo en el saber que trae cada ser humano, de lo contrario continuaremos en este bucle de franca y decadente violencia.

No debemos tener miedo a los cambios o a enfrentarnos con nuestras propias virtudes y miserias. La violencia en sí misma es una expresión del miedo, además, quien siente miedo a la violencia, permite más violencia. Miedo a perder, a olvidar, a aceptar al otro tal y como es, a compartir el territorio y sus recursos. El miedo anquilosa o hace avanzar, depende del carácter y el grado evolutivo de la persona; hay quienes esconden la cabeza bajo la arena, otros detienen la marcha y esperan, algunos más se vuelven excelentes tomadores de decisiones y, en todo caso, hemos de decir que en un individuo espiritualmente avanzado no existe ninguna expresión de violencia, tampoco de miedo o temor. Es condición necesaria el enfrentar los temores si es que queremos avanzar con seguridad y, parafraseando una película, terminemos diciendo que el miedo es siempre una opción, aun cuando el peligro sea real.  A propósito, ¿bajo qué circunstancias se vuelve usted violento?
JossP F&E
March 2015
Hangzhou, China