Traductor/Translate

martes, 11 de diciembre de 2012

POBREZA, RELIGIÓN Y RIQUEZA

“Los caminos se separan y vuelven a encontrarse dentro y fuera del camino” Madoka Mayuzumi (Hayku)
Nunca como ahora producimos tanta cantidad de alimentos y, sin embargo, nunca como ahora tenemos una hambruna tan grande en el mundo entero. Analicemos un poco esto. Al parecer existe una conexión directa entre los dúos de pobreza y miseria y riqueza y buena calidad de vida y, en tal sentido, he pensado que dicho nexo se puede establecer desde la religión. Me explico: en regiones o países donde es muy fuerte el componente religioso como parte de la existencia diaria, se puede notar una de estas dos condiciones, es decir, o su población es muy pobre y miserable o es muy rica y con buenas condiciones de vida. Tomemos, por ejemplo, el caso de El Congo (África) y España (Europa). En el primer caso se nota una pobreza extrema en donde sus habitantes malviven en su mayoría en medio de condiciones adversas que los llevan a estar muy por debajo del umbral de la pobreza establecido por entidades internacionales como la ONU, sin embargo, y a pesar de la miseria, coexisten solo en la capital, mas de cincuenta sectas religiosas cada una con su propia cosmogonía, sus dioses y sus rituales. La asistencia al culto es obligatoria pero no por prescripción del superior, sino por propia imposición. Cuando pregunto acerca del casi fanatismo religioso (aun cuando no se tiene comida en el plato, se asiste al culto), la respuesta que me ofrece una directiva de la AECID (Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo), me comenta con la certeza de quien lleva trabajando en el país mas de un año, tiempo durante el cual ha puesto todo su empeño y recursos en ayudar a salir de la pobreza extrema a sus congéneres, que la razón de la proliferación de las sectas en el Congo es bastante sencilla: al no haber valores humanos, empleo, recursos físicos o tecnológicos, ni otros elementos a que apegarse y en los cuales poner la fe y la esperanza, solo queda una cosa: la religión. En el segundo caso, España (Europa), así mismo Estados Unidos, Alemania, Italia, entre otros, se presenta una condición similar pero del otro lado de la moneda. Sin duda, Estados Unidos no sería lo que es sin el componente religioso que la inspiró y que, de una manera un tanto subjetiva, sigue cumpliendo un papel importante en el desarrollo de la nación entera. El Thanksgiving Day (Día de Acción de Gracias), celebrado el cuarto jueves de noviembre, sigue siendo con mucho, una de las fechas mas importantes y sagradas dentro del calendario norteamericano y su moneda recuerda la confianza puesta en Dios (“In God we trust”). Más allá del tipo específico de religión de que se trate (Budismo, Islamismo, Cristianismo, Protestantismo, etc.), y tal como lo comenta Madoka Mayuzumi, la creencia en algo superior simboliza nuestra fragilidad y desamparo ante la vida: La gente reza y deja ofrendas, recuerdos personales y objetos para decir “gracias”, “adiós”, “te echo de menos”, “por favor, ayúdame”. En la tristeza y en la alegría necesitan un lugar sagrado donde dejar algo suyo para hacer frente a lo incomprensible, lo inexplicable, lo irracional, pero, sinceramente ¿Aun creemos en el poder de estos actos fervorosos? ¿En el sosiego que nos comunican? ¿Legaremos también esto a nuestros hijos? Puede que estos gestos, símbolos de nuestra fragilidad y de nuestro desamparo ante la vida, desaparezcan y sean sustituidos por nuevos dioses. En nuestra cultura [Japonesa], ya hemos conseguido que nuevos iconos borren los frágiles lazos que nos unen al pasado y acaben por convertirlos en polvo y cenizas. ¿Volveremos algún día a oír a Dios?, ¿o a entrever su dedo llamándonos desde el cielo? ¿Quién colocará una piedra indicando el camino para que otros sepan qué camino seguimos? ¿Le importará a alguien que se haga? ¿Dónde estará el misterio? La religiosidad, la necesidad de sentirse parte de algo superior, hijo o imagen de un ser divino es una condición inherente al ser humano en tanto parte de un universo incomprendido. Con todo ello, esta imperiosa necesidad de identificación con la divinidad se puede hallar tanto en las primeras etapas del desarrollo de la evolución espiritual, como al final, cuando la presencia divina se hace una realidad y la individualidad da paso a la universalidad. Esto nos lleva a no juzgar las creencias religiosas ajenas, pero, así mismo, nos impele a comprenderlas y respetarlas dentro de los límites de lo bueno, lo correcto y lo humano, condiciones que impulsan el desarrollo del ser en esta fase de su evolución. Por otra parte, desafortunadamente, la religión no camina sola, pues aunque tiene unos limites claros fijados por sus respectivos avatares, estos se han perdido o se han velado a lo largo de los siglos de coexistencia con otras religiones y otras formas de asociación, de poder y de gobierno colectivo. De su mano van ancladas casi siempre, la política bipartidista, el caudillismo pernicioso, la burocracia malsana, el despilfarro continuo de recursos, la corrupción administrativa, el engaño vituperable y otros males que aquejan la sociedad actual. La religión, convertida en herramienta de control y de poder, con preceptos anquilosados en épocas pretéritas, enmarañada en rituales cuyo significado ya no es comprendido – y quizá tampoco necesario y por tanto, inútil; ensimismada en su propia interpretación de la moral y la ética, sesgada por las imposiciones maniqueistas de lideres engañosos que la permearon y moldearon a su propio antojo, se ha transformado en una ecuación sin aparente solución y sin otro fundamento que la intrusión en otras esferas sociales para intentar hacerse con un poco de halito de vida que le impida su ya necesaria y tardía muerte. Dado que el común denominador en esta ecuación de miseria suele ser siempre la ignorancia, la resolución pasa por la educación y la formación de los niños y las niñas como base de la sociedad futura. Educación y formación si, pero ¿en qué dirección y con cuales fundamentos? Antes de repensar una sociedad es necesario responder a esa pregunta y otras mas relacionadas con la dirección adecuada, es decir, con la evolución hacia la divinidad. ¿Es, entonces, culpable la religión del empobrecimiento y la miseria de algunos países, pueblos o naciones? Ella, como tal, no es ni culpable ni inocente, tal como el veneno per se no es culpable de causar la muerte a quien lo ingiere. La religión es ella, tiene una razón de ser y cumple unos propósitos que, curiosamente y tal como lo concibe la mente inquieta del Pensador, son los mismos en todas ellas, más allá del nombre que se le asigne. Los componentes o preceptos son esencialmente los mismos, la diferencia radica en el uso que de ellos se haga, por tanto, la culpabilidad o inocencia radica en el oficiante, no en el oficio. Ello explica, en parte, porque el Budismo es la única religión viva que no ha manchado sus manos de sangre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario