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martes, 7 de abril de 2015
PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA: LAS OPCIONES SON NUESTRAS
Ayer,
mientras caminaba por un pasillo de un concurrido almacén de origen francés
localizado en Hangzhou, provincia de Zhejiang, en la República Popular de
China, recordé que necesitaba comprar azúcar. Me dirigí a la sección
correspondiente y me encontré con la necesidad de tomar una decisión pues había
doce posibles opciones para endulzar. ¿Cuál elegir? ¿Qué criterio de selección era
el apropiado en este caso? “Solo necesito
azúcar para endulzar el café”, pensé. ¿Por qué tantas opciones? ¿Esto
dificulta o facilita la existencia? Entonces, pensando en las veces que vi a mi
padre hacer la compra en la tienda, momento en que él solo tenía que decir: “Deme cinco kilos de azúcar” para
solucionar esta necesidad, se me ocurrió que SIEMPRE TENEMOS OPCIONES y que
esas opciones SON NUESTRAS.
![]() |
No tomes estos camino, crea el tuyo propio |
Hay
momentos en los cuales la existencia en esta tierra se nos apresta complicada y
difícil, o como diría alguien “cuesta
arriba”. Nos sentimos como un Sísifo
moderno llevando a cuestas una pesada carga hecha con nuestros recuerdos y
nuestros sueños; con los sufrimientos y las alegrías; los pesares y los
momentos gratos; nuestro temor y nuestro coraje, en fin, toda una gama de
sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos que hemos adoptado como
parte intrínseca de nuestro propio ser. “Es
que yo siempre he sido así y no esperes que cambie”, con esta frase y otras
similares, escuchamos a algunas personas justificar –sin saberlo- la necesidad
de arrastrar la pesada piedra cuesta arriba. Y es que no es necesario ser
psicólogo, psicoanalista, profesor universitario o sacerdote anglicano para
reconocer la carga extra que una persona decide llevar a cuestas, basta con dar
un paso al costado y por un momento detenerse a observar con detalle y, si es
posible, hacer algunas preguntas retoricas. Este sencillo pero complejo
ejercicio nos permitirá ver en los demás aquello que no está de acuerdo con su
propia naturaleza, eso que les “sobra”,
que les dificulta el caminar, que hace pesada su existencia y lento su andar.
Pero esto es solo un primer paso, luego tendremos que aplicar esta fórmula en
nosotros mismos, proceso tremendamente doloroso, confuso y peligroso pero
absolutamente imperioso, determinante y fructífero.
“El ser humano es un animal de costumbres”,
también habremos escuchado esta frase, pero, ¿es realmente cierto? Talvez en
una etapa de su desarrollo lo sea, mientras desenvuelve por completo todo su
propio mapa existencial. Una vez realizada esta actividad, deberá deshacerse de
esas costumbres y empezar a vivir en el sentido exacto y real de la palabra.
Acostumbramos a hacer lo mismo cada día, a la misma hora, con los mismos
recursos, las mismas personas, lugares y hechos y en esta realización se
incluyen tanto aciertos como fracasos. Es tanta la adaptación que terminamos
creyendo y aceptando que hasta las situaciones de miseria, dolor y postración son naturales a nuestro ser, conclusión
totalmente sesgada y ridícula. “Es que
somos una familia pobre, por lo tanto necesitamos ayuda del Estado”, “Es que somos un país pobre, por lo tanto no
podemos implementar escaleras eléctricas para los puentes peatonales”, “Es que este ha sido el pensum en esta
institución durante cincuenta años y no podemos cambiarlo”.
Pero
lo peor no son los mensajes de estos tres ejemplos anteriores –podríamos citar
cien mil más-, contenido ya de por si absurdo y ridículo, sino que lo peor es
que quienes lo afirman están realmente convencidos de la existencia de un supuesto
valor de verdad en cada uno de ellos y, por si esto no fuera suficiente,
terminan convenciendo a otras personas que, finalmente, serán quienes padecerán
los rigores de su implementación.
Por eso cuando nos paramos
a pensar con detenimiento, a desbaratar el entramado de nuestra propia
existencia, nos damos cuenta que la mayoría de pensamientos no nos pertenecen,
que alguien más está pensando por nosotros.
Caemos en la cuenta que nuestros hábitos, costumbres y rutinas no tienen
que ser eternas y, que por el contrario, estamos llamados a ajustarlos, a
cambiarlos o eliminarlos, si fuera el caso, para poder avanzar. Y es que todo
tiene un valor y un precio, pero solo por un momento de mayor o menor
extensión. Nada es para siempre. Una tradición, cualquiera que sea, tiene un
valor momentáneo, pero debemos trascenderla si es que queremos llegar a alguna
parte. No podemos pretender vivir en el pasado, con las mismas costumbres y
pensamientos que hicieron grande a una civilización, aunque tampoco se trata de
irse al otro extremo y eliminar o cambiar algo solo por moda, porque nos lo
dice nuestro vecino o porque lo imponen los grupos de poder. Es necesario
aplicar sabiduría o al menos, algo de discernimiento antes de tomar una opción.
Cada
mañana, antes de amarrar la piedra a nuestros pies, limpiémosla, acariciémosla
y arranquémosle un pedacito, así llegaremos a la noche un poco menos cansados.
Con el paso de los días –quizás años-, notaremos que su tamaño disminuye
considerablemente hasta desaparecer por completo. En ese instante nuestra
existencia deja de ser “cuesta arriba”
para tornarse en un continuo llano donde siempre resplandece el sol con una
suave tibieza que invita a caminar y disfrutar de todo cuanto aparece ante
nuestra vista. Esto no es simple retórica, es una realidad para muchas personas
que un día decidieron dar este primer paso y ahora viven plenamente. La
dificultad radica en que mientras usted no se decida cambiar, todo cuanto lea,
escuche y vea, será lisa y llanamente teoría, hipótesis fácilmente refutables,
sobre todo cuando antepone su propia experiencia de vida, su propio ejemplo.
Decidirnos a cambiar, a
limar la piedra, a avanzar, es una opción entre muchas. También podemos volver
atrás o quedarnos donde estamos ahora mismo; adelantar hoy y retroceder mañana;
desprender un pedacito de la piedra y echarnos a la espalda la mochila de
alguien más; renunciar al dolor que nos produce el contacto con el mundo pero encerrarnos en nuestra propia celda de
miseria y sufrimiento; dejar de pelear nuestras propias batallas y luchar en
las de los demás… en fin, siempre tendremos opciones iguales o similares,
contrarias u opuestas, mejores o mas apropiadas. Todo depende de nosotros
mismos, de nuestra capacidad de discernimiento y de la claridad con que veamos
el horizonte. Esto me lleva a otra pregunta…
¿DE QUÉ DEPENDE QUE OPTEMOS POR UNO U
OTRO
CAMINO?
Depende
de muchos factores. Pero has de tener en cuenta que aunque son muchas las
posibles soluciones para un problema, solamente unas pocas son totalmente
adecuadas a las circunstancias o particularidades que estemos viviendo. Y esto
no son malas noticias, pues también nos permite aceptar que cualquier solución
por la que optemos, nos conducirá a una meta. La diferencia radicará en el
grado de sufrimiento o felicidad que tendremos durante la jornada, en el tiempo
largo o corto que emplearemos y en la poca o mucha ayuda que recibamos y prestemos.
En
todas esas opciones existe algún tipo de avance, todas las azucares que podríamos
elegir terminan endulzando nuestro café, pero ciertamente algunas serán más
costosas, otras más baratas, otras incluyen más químicos y algunas serán más
puras y saludables… todo depende de nosotros. Y, claro, también tenemos la
posibilidad de no elegir, y esta es quizás la más costosa. Anquilosarnos frente
a la necesidad de tomar una decisión es contravenir el proceso evolutivo en su
esencia más pura, pues estamos aquí para andar un camino, actividad que nadie
puede hacer por nosotros. Por lo tanto, quedarnos quietos ante la bifurcación
significa empezar a morir de la manera más cobarde y brutal. Si hemos llegado a
un punto en donde la carretera nos presenta cuatro alternativas para continuar
y ninguna de ellas está señalizada, tomar cualquiera de ellas da igual, pues
todas ellas te traerán sorpresas que puedes juzgar como buenas o malas,
agradables o desagradable y, finalmente, todas ellas te llevarán a algún
lugar.
Y,
¿Qué es lo que hace que optemos por uno u otro camino? Son muchos los factores
que condicionan la toma de decisiones, no solo a nivel empresarial o
profesional, sino también personal o espiritual. La cantidad y calidad de la
información que tengamos, la capacidad de discernimiento que hayamos ganado, la
premura que nos azuza y las herramientas externas e internas que tengamos
desarrolladas son algunos de estos factores. Un elemento concomitante y quizás
presente en todos ellos es la actitud que tengamos frente a la decisión y, en
consecuencia, los resultados que prevemos con ella. Dado que atraemos lo que
nos es afín, si nuestra actitud frente al desafío es de desgano, desanimo,
intolerancia e incredulidad en el resultado, terminaremos optando por la peor
solución, aquella que es más costosa en términos de recursos humanos,
económicos o físicos. Una actitud positiva y desafiante, decidida y resuelta
también tendrá su efecto en los resultados. Todo depende de ti, pero, y…
¿Y
SI ME EQUIVOCO?
Estas
aquí y ahora para tomar decisiones, para actuar y lograr resultados, es decir,
para cumplir tu propia misión. Hay personas con misiones grandes y complejas,
otras traen misiones más sencillas y humildes y entre estos dos extremos
podemos encontrar toda una variedad de grados y complejidades imposible de
enumerar. Preguntarse por su misión es para muchos, la misión de esta
existencia, por eso es que es errado compararse con los demás para establecer
puntos de partida o de llegada. Si queremos establecer nuestro propio punto o
estado, basta con analizar las condiciones de nuestra propia vida en ese
preciso instante en donde estamos parados. Familiares, amigos, compañeros de
trabajo, situaciones que nos rodean, conflictos que enfrentamos, actitudes que
asumimos, etc. Todo ello nos da una idea general de donde estamos y, a partir
de allí, podemos empezar planteándonos ese punto “a donde queremos llegar”. La vida es movimiento y el movimiento es
vida, entonces debemos partir ahora mismo. Para “moverse” cualquier camino es bueno, pero ciertamente algunos
caminos serán mejores en términos de la economía del universo.
Entonces,
no hay equivocación en el movimiento, pues por muchos errores que cometas, por
mucho que extravíes el camino, por más que los resultados no sean los que
esperabas, al final terminas aprendiendo la lección. El aprendizaje está
presente en todas las opciones que se nos presentan, claro está que algunos
aprendizajes son más costosos que otros, más dolorosos o espectaculares que otros;
más profundos o simples, directos o indirectos. Todo depende de ti, nuevamente.
Posiblemente la única equivocación es no seguir ninguna opción y quedarte
quieto en el cruce de caminos, sentarte a esperar por el resto de tu vida. Si tú
no tomas la decisión, la vida lo hará por ti y ella optará por el camino de
mayor economía y más rápido aprendizaje que, casi siempre, es el más directo y
corto, pero también el más doloroso y agudo. Pero en términos de resultados,
¿sirve de algo optar por un camino? Veamos…
¿RESULTADOS DE NUESTRAS
OPCIONES?
Los
resultados siempre aparecerán, y serán los justos y pertinentes para ti y para
los demás. Este es otro punto de llegada que se puede tomar también como punto
de partida. Es una certeza en la que podemos creer pues nada se pierde en la
economía del universo y, por lo tanto,
un esfuerzo en cualquier dirección conduce a un resultado en algún punto del
universo. El hecho que no veas, no sientas o no percibas ese resultado, no
indica que no existe. Gran error es considerar que por el hecho de que nuestros
ojos no capten las consecuencias de nuestros actos, ellas no sean reales o no
existan. En ello seguimos fallando y, en consecuencia, continuamos haciendo
daño a las especies y al mismo ser humano, amparados en que no vemos los
resultados de nuestras acciones. En algún rincón de nuestro corazón la
consciencia nos dice que maltratar y martirizar animales está mal, pero nos
negamos a escuchar esta voz y continuamos haciéndolo y con ello generamos
causas de dolor y sufrimiento propio y ajeno. ¿Cuántas veces nos amparamos en
nuestro destino para cometer una y otra vez los mismos errores? Intentamos
justificar nuestro sufrimiento en un mal comprendido “libre albedrio” que hace tiempo se volvió perjudicial para el
conjunto de la humanidad. “Es mi vida y
por ello puedo hacer lo que me dé la gana” y con esta manida frase
avanzamos a tientas en medio de una senda perfectamente iluminada, clara y
perfecta, pero tropezamos y caemos una y mil veces porque no nos damos cuenta
que llevamos una venda en los ojos y, lo que es peor, cuando nos lo hacen
saber, justificamos con argumentos estúpidos y anacrónicos la necesidad de
llevarla. Entonces un día nos
preguntamos por esta especie de paradoja:
¿LIBRE
ALBEDRIO ENTRE CIERTOS LÍMITES?
Si
la predestinación o la existencia de una misión personal es real, entonces,
¿existe realmente libre albedrio? Esta pregunta, como tantas otras de gran
calibre, se tornan complejas cuando las proponemos e intentamos resolverlas
desde un razonamiento lógico o limitado por la existencia dual a la que estamos
sometidos en la presente vida. Desde esta posición no es posible obtener
respuestas satisfactorias porque somos parte de la misma pregunta. ¿Cómo
explicarle a un pez lo que es el agua? Precisamente, esta es una de las razones
que convalidan la existencia de los psicólogos y otros profesionales expertos
en “aconsejar”, en mostrar las
posibles alternativas que tenemos a los problemas cotidianos y de orden
existencial. Lo que la psicología hace es “sustraernos”
del medio en donde estamos y del que somos parte, para que desde esa nueva
posición observemos la situación y, en consecuencia, podamos ver las opciones
que nos lleven a tomar una determinación.
En
esta condición de gregarismo que actualmente identifica a la mayoría de seres
humanos, es muy difícil hacer esta tarea por si mismo. Incluso en las consultas
psicológicas se nota que la iteración de las conductas de maltrato físico, por
ejemplo, es una constante de una espiral en decadencia en la cual los protagonistas
no alcanzan a visualizar las consecuencias de sus actos, aun cuando para
quienes los rodean sean tan evidentes. Un fumador empedernido no suele
vislumbrar ningún mal con su conducta. En fin, volviendo al tema del libre
albedrio podemos decir que sus límites existen pero que son fijados por el
mismo sujeto, por la incapacidad mayor o menor de usar las herramientas de
desarrollo y evolución de que dispone, por su mayor o menor grado de ignorancia
de la leyes que rigen el universo, por sus actitudes y aptitudes frente a la
vida y su misión personal, y por la capacidad de discernimiento que haya
desarrollado. Una mente poco avanzada fijará unos límites cercanos para
sentirse cómoda y segura dentro de ese pequeño campo de acción en donde las
opciones son limitadas; por el contrario un ser más desarrollado o
evolucionado, fijará estos límites más allá, incluirá más personas,
situaciones, culturas, posibilidades, y, con ello, amplía ostensiblemente el
número de opciones a la hora de tomar una determinación.
Así
vemos que en sus primeras etapas de desarrollo, la persona se ama a sí misma,
vive, siente y percibe solo aquello que le afecta directamente, pero poco a
poco y con el paso del tiempo, empieza a percibir a los demás, sus necesidades,
afanes, problemas, ambiciones, aspiraciones. Al comienzo lo hará con su
familia, luego con el círculo de amigos y afines y finalmente, expresará su
amor en el género humano, ya no en las personas. Incluirá en su momento a otras
especies por encima y por debajo de la humana, y los animales, las plantas, los
minerales; los elementales y los devas harán parte de sus preocupaciones y
serán objeto de su ayuda amorosa y desinteresada. En este último caso, el libre
albedrio toma una nueva connotación y ya no podemos decir que exista solo entre
ciertos límites.
La
posibilidad de expansión es solo una opción frente a la restricción, pues al
igual que con las virtudes y miserias, es el ser humano quien por libre
decisión opta por una o por otra. Aunque exista una aparente imposición por
parte de la vida, de una organización, de un estado, de un superior o similar,
finalmente la decisión de tomar un camino es solo suya y de nadie más. Tenemos
opciones siempre, solo falta que expandamos un poco más nuestra visión de mundo
y de la realidad. Frente a criticar, podemos optar por aceptar y colaborar;
para ir al trabajo podemos tomar el autobús o caminar; amar en lugar de
golpear; ser ricos en lugar de ser pobres; ver o negar las oportunidades;
comprar azúcar blanca o morena, e incluso, endulzar con estevia o no endulzar;
ampliar el circulo donde somos conscientes o encogerlo hasta que sea tan
pequeño que solo quepamos nosotros mismos; también podemos optar por vivir en
lugar de morir. Todo depende de ti.
JossP F&E
domingo, 22 de marzo de 2015
PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA: ¡NUNCA CAMBIES!
¡Amiga, nunca cambies!...
¡Espero que nunca cambies!
En algún momento de
nuestras vidas habremos utilizado estas frases y otras más que invitan a esa
persona que amamos a que permanezca en un estado que, aparentemente, es
agradable para nosotros. Y esto es curioso por dos motivos: en primera
instancia, porque esa persona tan querida tuvo que hacer algún cambio en su
vida antes de parecernos tan cercana y agradable y, en segundo lugar, porque de
la cuna a la tumba tenemos una certeza: la del cambio.
Continuando con las
pinceladas que dibujan nuestra existencia en este planeta, hoy haremos
referencia al “cambio” desde dos
dimensiones: como una condición inherente al ser humano y como la posibilidad
de explotar todo nuestro mejor potencial.
![]() |
Todas las direcciones son potencialidades del ser humano |
Desde la certeza según la
cual “todo rio que se estanca, se
transforma en lago y todo lago que deja de fluir, se malogra y muere” nos
acercaremos al ser humano como una entidad que tiene por condición y compromiso
esencial el de mantenerse en movimiento so
pena de perecer en el olvido. Entre las muchas similitudes,
complementariedades y nexos generales que se pueden hallar entre las diferentes
escuelas de pensamiento, teosóficas, nueva era y demás, quedémonos hoy con la
del movimiento como causa y
mantenimiento de la vida. Ya el filósofo Platón proponía que las almas antes de
nacer en la tierra se encontraban en un estado latente arriba de la vida
manifestada en el planeta y con ello, dejaba claro que aunque hubiese en los “cielos” (o como se lo desee llamar), una
aparente quietud, la verdad era que el movimiento era continuo y tenía una
dirección y un sentido perfectamente definidos.
Y si miramos a la tierra
vemos igualmente un desplazamiento constante en todo cuanto observamos, incluso
las plantas y los minerales, dirán algunas escuelas esotéricas, están en
constante movimiento. Los límites del barrio cambian, lo hacen también los países
y continentes, y este movimiento se verifica a nivel del planeta y del sistema
solar; el universo mismo está en constante fluir, y sin embargo, queremos que
nuestro mejor amigo permanezca quieto y estancado.
Somos seres gregarios por
naturaleza, por eso la salida del redil se suele pagar muy caro. Nadie desde
dentro perdona a quien se atreve a pensar, hablar y obrar libremente, sin las
ataduras que directa o sigilosamente impone un sistema social como el actual. De
esto también habló Platón en su “Mito de
la Caverna”, y hoy en día, más de dos mil años después, solo unos pocos lo
comprenden y aplican. En fin, como seres gregarios necesitamos seguir a un
líder que dicte las pautas de acción (y las normas) pues consideramos que así
es más fácil vivir “hemos creado límites
para todo, incluso para la libertad y para la vida”, también para el miedo
y la vergüenza. Nos sentimos bien en esa pequeña zona donde nos aislamos.
Quedarnos quietos en
nuestra “zona de confort”, allí donde
nos pide nuestra amiga o amigo que permanezcamos, es bueno, agradable,
sencillo. Hemos alcanzado ese estado hace poco o mucho tiempo, y como sea, aquí
nos sentimos bien porque es una zona que conocemos al dedillo. Allí percibimos
seguridad porque sabemos que pocas o nulas sorpresas se nos deparan. Allí somos
sociales y nos rodean comodidades y personas similares. La zona de confort es
segura, claro que los milagros suceden fuera de esa zona, y es por ello que la
Astrología propone que nos movamos de ese Nodo
Sur, como lo denomina, porque corresponde a todo lo logrado en el pasado,
las habilidades y destrezas que alcanzamos en algún momento de nuestro paso por
esta y otras muchas vidas, y con ello deja claro que el trabajo realmente
importante, -el único importante-, es irse al Nodo Norte, es decir, moverse, salir de la zona de confort. Y es
que las cosas están perfectamente diseñadas para que usted se mueva, cambie y
evolucione. De hecho, si usted no lo hace por su cuenta, la vida lo obligará a
hacerlo en el momento preciso:
…eliminan
tu puesto de trabajo, tu novia te deja por otro, tu esposo se va de casa con
otra; tu mascota más querida fallece; el banco expropia tu casa, acontece un
terremoto que devasta la zona donde vives; te ascienden en tu empresa a un
cargo mejor, te aumentan el salario, abres tu propia empresa; conoces a la
mujer o al hombre de tu vida, te vas a vivir a otro país, te ganas la lotería…
…en fin, tantos y tantos
sucesos que sueles calificar de buenos o malos van aconteciendo en tu vida para
moverte a los cambios.
Y es que si miras detenidamente,
¿Qué es lo único que NO ha cambiado en tu vida desde que tenías cinco años? Tu
cuerpo físico ha cambiado, tus pensamientos han cambiado, tu actitud hacia los
demás ha cambiado, tus gustos y deseos han cambiado… Quizás respondas: “¡El nombre!”, si, es posible, y eso
que en algunos ha cambiado y en casi todos ha habido un pequeño ajuste
relacionado con el apodo y el apelativo que usábamos entonces o que hemos
asumido ahora. Tienes el mismo corazón, pero ahora es mayor en tamaño y
capacidad; el mismo cerebro, pero ahora es más grande y más activo; los mismos pulmones
pero ahora tienen una capacidad superior y quizás están más contaminados…
Cambiar no solo es un
imperativo y una condición imparable en el ser humano, es también la forma de
verificar la evolución, porque… ¿en qué
aspectos eres mejor ahora que antes? El cambio te permite compararte con ese “ser” que eras a los siete, catorce o más
años y definir cuánto de bueno, de bello, de eterno has logrado. ¡El mundo es
mejor que hace cincuenta años!, decía airosamente alguien, pero… ¿mejor en qué
sentido? Y si tú has cambiado, también lo ha hecho el mundo, otro tanto habrá
sucedido con el universo en su totalidad. Pero los cambios no siempre son
sencillos, fáciles o positivos; hay transformaciones que terminan por remover
toda la estructura de pensamiento, de palabra o de acción que nos sostenía, por
ejemplo como cuando emigras a otro país y te tienes que enfrentar a una cultura
diferente, una posición social inferior y unos alimentos que jamás habías
considerado incluir en tu dieta.
Si la vida nos conmina o
si por nuestra propia cuenta nos atrevemos a “movernos”, debemos ser conscientes que existe un precio que debemos
pagar por esa osadía. Nada es gratis en esta existencia dual y una causa genera
una o varias consecuencias que se manifiestan a lo largo de nuestra vida.
Entonces, ¿Por qué moverse? La única respuesta plausible a esta pregunta se
relaciona con la evolución del ser en todas sus posibles manifestaciones, con
esa expresa necesidad que tiene la vida de manifestarse para avanzar desde un
punto hacia otro ubicado más allá del tiempo y la distancia.
Siendo la evolución la
condición esencial de la vida, la negación o renuncia a la misma corresponde a
una violación del destino que tarde o temprano deberá ser corregida. El libre
albedrio parece estar direccionado hacia un mismo origen y si por temor o
indiferencia nos rehusamos ir al Nodo
Norte hoy, solo estaremos retardando un proceso que deberemos iniciar y
culminar algún día. Entonces… ¡empecemos ya!
Acaso me dirás: “¿Empezar por dónde?” Te responderé: “Pues por el principio, por la base que es
desde donde todo debe empezar”. Nunca comenzamos de cero, pues siempre
tenemos algunas bases que podemos utilizar. Una forma de reencauzar el destino
es enfrentando y derrotando los miedos, principalmente el miedo a cambiar, a
dejar aquella zona donde nos sentimos cómodos. Y es que tantos años en la misma
posición, con los mismos amigos, comiendo las mismas comidas, yendo a los
mismos lugares; albergando los mismos pensamientos, acariciando los mismos
rencores y pesares, terminan por hacernos creer que lo que nos rodea es todo
cuanto existe en este vasto universo. A esto le podemos sumar la presión de la
sociedad para que eternicemos las mismas estructuras o instituciones que ella
nos ha impuesto con el exclusivo objetivo de impedirnos ver un posible futuro
fuera de ellas. La familia, la policía, el barrio, el colegio, la empresa, la
iglesia, el hospital, el gobierno, etc., comienzan como el núcleo donde podemos
ser nosotros mismos pero terminan esclavizándonos e impidiendo nuestro
verdadero avance en campos como el espiritual o el humano. Estas instituciones tienen una
importancia medida por la incapacidad que tengamos de asumir nuestro propio
desarrollo en nuestras manos. Una vez iniciado este proceso, sentimos la
imperiosa necesidad de tomar cierta distancia de ellas. Un individuo que
expresa lo mejor de la condición humana no necesita policías, religiones, hospitales,
escuelas, gobiernos, etc. Es como cuando el pez crece más allá de los límites
fijos de su pecera y precisa ser reubicado en un lugar más amplio. ¿Cómo se sentirá
un pez cuando lo cambias de pecera?
Ahora bien, no se trata de
“salirse” de estos grupos e irse a la
montaña a meditar como un asceta medieval, pues tal como lo propone un gran
amigo filósofo y antropólogo, “terminaríamos
enamorados, apegados y dependiendo de la caverna donde meditamos”. Debemos
continuar con nuestras cotidianidades, el deber debe ser hecho aunque sea solo
una actividad sencilla que a primera vista no cambie el curso de la existencia,
pero que juntas terminaran por encauzar este mundo y hacer que se cumpla el
destino tanto del ser humano como del universo mismo.
Por ser el cambio parte
del destino humano, pedir que no se lleve a cabo, es pretender quebrantar el
destino mismo. ¿Quién tendría la osadía de hacerlo? Ahora, ¿Te has preguntado
alguna vez cual es la razón por la cual le pedimos a nuestro amigo o amiga que
nunca cambie? Los motivos, aunque aparentemente únicos y personales, se pueden
resumir en pocas palabras. En primera instancia, se trata de un tipo de egoísmo
por nuestra parte, pues el estado actual de la relación es cómodo para nosotros
mismos, y un cambio traería modificaciones también en nosotros. Esto nos lleva
a la segunda razón: tenemos miedo de nuestro propio cambio y para evitarlo,
impedimos el del otro. Finalmente, en tercera instancia se puede apreciar una
especie de envidia hacia quien ha cambiado, un cierto recelo por aquella
persona que se ha movido de su zona de confort y, en consecuencia, ha logrado
ascender un escalón más en su proceso de perfeccionamiento. Y es que si te veo
subir, mejorar, avanzar, crecer y enriquecerte en todos los sentidos, me
sentiré seguramente frustrado, incapaz, desmejorado y empequeñecido por ti.
Esto me recuerda una situación en una película en la que la protagonista
decide, después de mucha dilación, dejar su actual vida e irse a vivir seis
meses a Italia, otros seis más en India, para culminar otro tanto en Bali.
Cuando está a punto de partir de su ciudad natal, su mejor amiga la conmina a que
se quede y lo hace mostrándole todos los problemas e inconvenientes que
seguramente hallará en su nueva vida, así como señalándole las razones por las
cuales debe quedarse y resignarse. Finalmente, al verla con sus maletas en la
calle y a la espera de un taxi para ir al aeropuerto, le confiesa que su
insistencia es solo porque siente envidia ya que ella misma no puede hacer un
viaje pues está atada al trabajo, la casa, la familia y a las cosas materiales
y comodidades que le rodean.
Cambiar no es fácil, nunca
lo es, el primer paso siempre será el más difícil. ¿Has notado como el bebé
tarda y se le complica mucho ese “primer
paso”? Pero luego, todo se hace más fácil. Una forma de comenzar es no
hacerle caso a nuestro amigo o amiga cuando nos desee quietud y estabilidad y,
de parte nuestra, desear muchos cambios positivos y constantes a esa persona
que amamos. Enviarle con el pensamiento mucha energía positiva, amor y luz para
que en su camino evolutivo continúe hallando las respuestas a las preguntas de
la vida. Para que su corazón y su mente se abran y expandan hasta abarcar las
otras manifestaciones de la vida real que la obcecación, la comodidad y la
pasividad impiden vislumbrar.
Aunque no podamos ver la
fuerza y el impacto de esta actitud mental de ayuda y sanación, ella es una
realidad tan cierta como la evolución misma. La presencia física no es
requisito indispensable para la efectividad de esta ayuda que estamos llamados
a prestar, basta con pensar clara y firmemente en esa persona que deseamos
ayudar, con imaginarla sana, feliz y creciendo en todos los sentidos posibles.
La luz le llegará, no tenga duda de esto y lo hará porque nadie está aislado en
este mundo, porque todos estamos conectados y sincronizados con el universo. Sabiamente
lo expresó el personaje de Sonmi 451
en la película Cloud Atlas:
“Nuestra
vida no nos pertenece. Del vientre a la tumba estamos unidos a otros, en el
pasado y en el presente, y por cada crimen y cada bondad, concebimos nuestro
futuro. Las consecuencias de la vida de un individuo hacen eco para toda la
eternidad”.
Con estas palabras
cerramos este post dedicado al cambio, es decir, al destino humano, a la
evolución y a la vida misma. Entonces, la próxima vez que veamos a nuestro
mejor amigo o amiga, deseémosle muchos, positivos y constantes cambios, y
además, enviémosle toda la energía, el amor y la luz que podamos concebir para
ayudarle en ese proceso. Te deseo todo esto y mucho más, querido amigo, querida
amiga.
JossP F&E
2015
martes, 3 de marzo de 2015
PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA: EL MIEDO A LA VIOLENCIA
Regresando
a un tema que denominamos “Misión de vida”
y del cual hablamos hace poco, hoy quiero hacer referencia a un componente que
se puede inscribir perfectamente dentro de ese postulado. ¿De qué se trata?
Antes de entrar en detalle haremos una aclaración que creo conveniente en la
medida en que hemos hablado de temas aparentemente inconexos, pero que guardan
una clara relación para el verdadero buscador. Porque son tantos los elementos
que integran la razón de ser de una persona, el motivo por el cual está
aquí y ahora, rodeado de las circunstancias que le son propias; con la
familia y los amigos que le acompañan, así como los conocidos que atrae a su
alrededor, que es casi imposible determinar con exactitud el número y el grado
de impacto que cada uno ejerce sobre el individuo. En esta búsqueda de la
esencia del ser, necesitamos nuevamente partir de alguna certeza, precisamos
una plataforma segura desde donde lanzarnos en procura de llegar a ser lo que
hemos venido a ser. Pensando en esta necesidad es que abrimos el espacio
conocido como PINCELADAS SOBRE EL LIENZO DE LA VIDA, para dibujar allí algunos
trazos de diferentes colores, variadas formas, difuminadas asociaciones y
sinceras líneas que juntas nos permitan llegar a ser, lo que González de
Vicenzo denomina “Nuestra mejor versión”.
Y,
¿cómo llegar a ser nuestra mejor versión? Trabajando decididamente en ello,
poniendo el cincel sobre nuestra propia estructura y, aunque duela, arrancar de
nosotros todo aquello que está sobrando, que nos afea ante el verdadero ser
humano, que imprime una imagen de ridiculez y estulticia frente a la divinidad
que reside dentro de nosotros. Hoy intentaremos quitar uno de esos elementos
ajenos al verdadero ser Pensante. Un
componente que está tan arraigado en nosotros que pareciera ser el fundamento
de la existencia; un elemento que se expresa de mil formas distintas y que, a
pesar de ser un detonador de consciencia, en todas sus manifestaciones atenta
de manera brutal, no solo contra la humanidad, sino contra otras formas de vida
en el planeta, otras civilizaciones y el mismo universo.
Para
entrar en materia, hallemos un común denominador:
-
En casa: “Niño,
deje de jugar con el computador y póngase a estudiar… ¡ya mismo!”
-
En el colegio: “Señorita,
cierre el libro de poemas y continúe con los ejercicios de matemática o será
remitida a la oficina de dirección”.
-
En el Barrio: “Una
familia saca al andén su equipo sonido y arma una fiesta en medio de la noche”.
-
En un país distante: “La jornada laboral se extiende por 12 horas y los empleados toman sus
alimentos dentro de la misma fabrica”.
-
En internet: “Un
estudio (¿Cuál?) ha revelado que el 65 % de los empleos mejor pagados son
ocupados por hombres y el 35 % restantes por mujeres”.
-
En el trabajo: “Sr.
Y, si llega nuevamente tarde al trabajo, será despedido. Afuera hay muchos que
desean trabajar”.
-
En un país latinoamericano: “Los miembros del Senado devengan un salario mensual 50 veces más elevado
que el común de los trabajadores”
-
Titular en un periódico: “Un suicida hace explotar una bomba en un mercado en un país oriental y
deja X número de víctimas”.
En
las anteriores ocho situaciones, reales y comunes en nuestro medio, existe al
menos un común denominador: la violencia contra el individuo manifestada de
diferentes formas. Pues bien, hablemos un poco de ella y para ello, propongamos
algunas preguntas:
1.
¿Qué es la violencia?
2.
¿Cómo se manifiesta?
3.
¿Por qué se presenta?
4.
¿Es el ser humano violento por naturaleza?
5.
¿Existe alguna forma de acabar con ella?
Partamos
de estas cinco preguntas y veamos hacia donde nos conduce el discernimiento.
Tanto en las anteriores ocho situaciones como en otras que vivimos a diario,
podemos ver manifestaciones de violencia directa o indirecta contra el ser
humano, contra las especies consideradas inferiores; contra la divinidad
residente en cada individuo, sus creencias y valores. Abrir un periódico
cualquiera es meterse de lleno en ella, incluso las llamadas “redes sociales” están plagadas de videos
que dan cuenta de esta forma de actuación y, curiosamente, ese tipo de archivo
recibe, comparativamente, la mayor cantidad de visualizaciones. Y es que existe
en un rinconcito de cada individuo, una especie de morbo o curiosidad que lo
lleva a reproducir esta información, comportamiento que se puede explicar como
una forma de desahogo, por un lado, o como la manera de atemperar la situación
de marginalidad propia, porque… “me
consuela saber que otros están en peor condición que yo”, aunque… “mal de muchos, consuelo de tontos”,
decía alguien.
Por
violencia podríamos compartir la definición del diccionario: “acción violenta contra el modo natural de
proceder”, pero esto no nos dice gran cosa respecto de las cinco preguntas
anteriores. Porque, además, ¿qué es lo que consideramos “natural” ahora mismo? En otro post que titulé “De cosas normales y de razones suficientes” hablábamos de la
problemática relacionada con aquello que la sociedad considera natural, por lo
tanto, para evitar repeticiones innecesarias solo diremos que “lo normal” y “lo natural” en el ser humano es todo aquello que propenda por la
elevación del espíritu hacia la divinidad. ¡Punto! Dejémonos de aguas tibias y
buceemos un poco más profundo.
¡El
lenguaje mismo es violento! Y además lo empleamos para violentar a los demás
seres mediante los insultos y palabras que hieren la dignidad humana. Y, ¿cuál
es la función del lenguaje? Transmitir lo que el ser humano piensa y siente, o
al menos eso dice la Academia, es decir, servir de canal, pero él, en sí mismo
no es más que un conjunto de signos y reglas que permite la comunicación.
Entonces, ¿en qué momento una palabra obtuvo el carácter peyorativo, de
grosería o de insulto? Y también, ¿en qué momento y sobre cuales bases hicimos
la clasificación entre “jerga” y “argot”, “vulgar” y “culta”? Esta
misma clasificación es una forma violenta de tratar el lenguaje e incluso, la denominación
que usamos golpea de forma directa a las cosas, las personas y las situaciones.
Afortunadamente, el lenguaje es un ente activo y con el tiempo sufre transformaciones,
se vigoriza, crece, entra en receso, se enferma y muere. Para la muestra, un
solo botón: el vocablo “Doctor” puede
remitir a varios significados, dependiendo del país, la cultura, la raza, la
situación; desde denominar al político de turno, hasta el médico de cabecera,
pasando por el leguleyo, el tinterillo hasta el hijo de puta más recalcitrante,
etc. A propósito, ¿por qué un tomate se
denomina “t-o-m-a-t-e”?
Pero
la violencia también se manifiesta de otras formas y para que sea realmente
efectiva, se deberá considerar el tipo de sujeto sobre el cual se desea
ejercer. No se violenta de la misma manera a un filósofo que a un campesino
(aunque haya tantas similitudes entre ambos); el método de violencia cambia
entre América del Sur y los países orientales y tampoco puede ser el mismo en
niño que en un adulto. La escuela violenta el derecho al libre aprendizaje en
términos de asignaturas, capacidad cognitiva y “futuribles” que el niño o el joven posee. La empresa privada o
pública coarta la libertad al someter al trabajador a ocho, diez o más horas
laborales; aunque finalmente, es el deseo quien violenta la libre y total
expresión de la divinidad residente en el Pensador.
Él nos violenta instándonos a comprar todo aquello que no necesitamos pero que
nos permitirá ser parte de la sociedad, es más, nos lleva a crear, desarrollar
y mantener la sociedad misma.
Violencia
existe en la masacre de una comunidad, en el desalojo de una familia pobre de
su vivienda, en los crecientes impuestos nacionales, en el altísimo salario de
un congresista versus el miserable sueldo del trabajador honrado; en la
imposición de normas de ciudadanía que transmiten al ciudadano la responsabilidad
de una situación por la cual debería responder el estado (pico y placa en las
ciudades); en la exigencia de tarjeta sanitaria y militar para acceder a
servicios de salud y educativos; en los componentes tóxicos como el aspartame,
el glutamato monosódico y el
nitrato sódico presente en muchos
alimentos; en la crianza inhumana de aves para el consumo; en la asignación de
precios a los productos y servicios en donde el distribuidor se queda con la
mayor ganancia en detrimento del productor; en la imposición de un supuesto sistema
de gobierno democrático que excluye, elimina, asesina, encarcela y se hace
reelegir cada cuatro o seis años; en los elevados costos de acceso a los
sistemas de educación y formación, en el alto precio a pagar por los libros y
por el uso de internet; en la relación de pareja basada exclusivamente en el
sexo o los hijos… en fin, podríamos citar muchos ejemplos más de violencia
física o psicológica en nuestra sociedad.
Ahora
bien, ¿por qué se presenta tanta violencia? La respuesta a este interrogante
nos exige considerar también, y de manera simultánea, la pregunta sobre si el
ser humano es violento por naturaleza. Cuando repasamos la historia desde la
comodidad de nuestro siglo XXI vemos que en todas las épocas hubo hechos
tremendamente violentos, desde conflictos hogareños hasta guerras mundiales que
han servido, entre otras cosas, para definir un camino de progreso en algunos
campos del saber humano. Pero también han servido como formas de selección, de
control y de eliminación sistemática de todo tipo de habitantes del planeta. En
una observación comparativa de la
evolución humana no parece hallarse un solo momento de completa y perfecta paz
a nivel mundial. Esto resuelve de manera escueta e imperfecta nuestro principal
interrogante, pero deja algunos espacios por donde pretendemos adentrarnos en
este análisis, porque aceptar que la naturaleza humana es intrínsecamente
destructiva, es destruir el concepto de evolución contenido tanto en la ciencia
como en la religión, la filosofía, la psicología, etc., expresiones del saber presentes
a lo largo de la historia misma.
En
respuesta diríamos que la naturaleza humana es de tipo constructiva, pero que
para poder construir es necesario
destruir. Esta premisa nos sitúa en una aparente paradoja, la misma que puede
ser resuelta desde la certeza de que todo fin es un comienzo y viceversa, o
también desde la ciclicidad de la historia y del devenir humano. Aceptando que
la historia no es lineal, sino cíclica, y que, por tanto, la vida de toda
persona sigue ese mismo sentido, concluiríamos que la repetición viciosa de los
conflictos, desastres y demás manifestaciones violentas está de acuerdo con
este ritmo y, claro, esto, además de apoyar la hipótesis de la no violencia por
naturaleza, también nos sitúa en otro interrogante: ¿cómo detenerla?
La
historia evolutiva del hombre esta signada por la violencia, la violencia es
una forma de construcción y, por ende, de evolución (al permitir construir
donde se destruye, o al abrir espacio para lo nuevo), pero no es la única ni la
mas recomendable. Existen, por supuesto, otras formas de acelerar el proceso
evolutivo de cada individuo y de la raza humana en general, pero sin duda y
desafortunadamente, la mayoría de actos violentos han contribuido a este
proceso. A modo de ejemplo se puede citar el caso de una región del
departamento del Quindío (Colombia) que fue duramente golpeada y semi-destruida
por un terremoto hace algunos años. Allí donde había construcciones viejas y en
mal estado, se ven ciudades y pueblos renovados y florecientes; de una economía
pobre y netamente agrícola, se pasó a otra prospera y basada en el turismo y
los servicios. Se pagó un precio muy alto en vidas y construcciones físicas,
pero la evolución se nota. ¿Se justifica, entonces, la violencia? No, por
supuesto que no. Nada que atente contra la integridad de un ser cualquiera que
este sea, tiene justificación en la llamada “justicia humana”, pero el universo opera sobre la base de leyes aun
descocidas en su totalidad por el grueso de la humanidad.
Para
ir cerrando este post y a manera de conclusión podemos decir que, aunque en
apariencia el ser humano es violento por naturaleza, la realidad es que no es
así. Que lo que pareciera ser innato es la necesidad de aprender por iteración,
es decir, por ensayo y error, repitiendo las masacres, la barbarie, la destrucción, la
aniquilación de especies y solo cuando el momento es crítico, cuando el ultimo
animal de su clase está a punto de perderse, toma consciencia de la necesidad
de cuidarlo. Y es que en un mundo dual como el nuestro, existe un potencial de
violencia acompañado de la semilla del bien, de lo correcto, lo bello y lo
eterno, ambos dispuestos a manifestarse cuando la ocasión se presente. Esta
premisa nos pone frente a la quinta pregunta: ¿Cómo detener el potencial
violento del ser humano? Pues, activando la condición potencial del bien. Es
así de simple.
La
violencia beneficia de alguna manera a alguien, esta es una de las razones por
la cual ha estado presente a lo largo de la historia. Personas, países y
regiones han sacado provecho de la imposición por la fuerza de sus condiciones
y, lamentablemente, con la complicidad –en muchas ocasiones- de quienes debían
cumplir las funciones de defensa de los derechos de los oprimidos. Por ello es
que una de las formas de detener la violencia es garantizando los derechos
humanos en su totalidad, lo cual presupone en muchos casos, el uso de la fuerza
y nos deja en una nueva contradicción: detener la violencia usando más
violencia. Resultado: más violencia. ¿Qué hacer entonces? La solución es tan
sencilla como difícil de aplicar: educar y formar a las personas, despertar esa
esencia del bien hasta que cada una exprese lo mejor de sí misma. Pero en esta
solución también encontramos la aparente dicotomía de ¿cómo educar sin
violentar? Afortunadamente este problema es solo aparente y temporal, pues se
presentaría en las primeras generaciones que recibieran este tipo de formación,
dado que luego, las nuevas generaciones tendrían incluidos estos aprendizajes, -de
acuerdo con lo propuesto y ampliamente demostrado de los campos mórficos-, y los expresarían como condición natural e
inherente.
Se
trata, por tanto, de despertar esas cualidades positivas o virtudes que yacen
latentes incluso en el más abyecto y depravado ser humano, para que ellas por
su propio peso y tendencia, hagan el trabajo de encaminar al sujeto por la
senda correcta. Analizar la historia violenta para detectar quienes y de qué
manera se beneficiaron de ella y, de este modo, romper con esa cadena
destructiva, presupone un buen comienzo para una comunidad que desee hacer una
mejora importante. Un cambio sensible a su propio ser, mejora sensiblemente el
universo, así lo pienso y lo expongo cada vez que la oportunidad se presenta.
Todo cambio importante empieza desde dentro del ser, se alimenta con el día a
día y se hace visible en la comunidad en donde participa el sujeto. El
mejoramiento se nota en la persona, posteriormente, en la nación, la región y
el planeta. El conocimiento verdadero e importante no puede ser enseñado pues
es propiedad de todos y cada uno de los seres que compartimos este planeta; se
encuentra anidado en nuestro corazón y nuestra mente, basta solo con
despertarlo, alimentarlo, cultivarlo y él, por su propio impulso, hará el
resto. De cada conflicto, macro o micro, se debe haber aprendido algo,
entonces, basta con retomar ese aprendizaje, validarlo e incluirlo en el saber
que trae cada ser humano, de lo contrario continuaremos en este bucle de franca
y decadente violencia.
No
debemos tener miedo a los cambios o a enfrentarnos con nuestras propias
virtudes y miserias. La violencia en sí misma es una expresión del miedo, además,
quien siente miedo a la violencia, permite más violencia. Miedo a perder, a
olvidar, a aceptar al otro tal y como es, a compartir el territorio y sus
recursos. El miedo anquilosa o hace avanzar, depende del carácter y el grado
evolutivo de la persona; hay quienes esconden la cabeza bajo la arena, otros detienen
la marcha y esperan, algunos más se vuelven excelentes tomadores de decisiones
y, en todo caso, hemos de decir que en un individuo espiritualmente avanzado no
existe ninguna expresión de violencia, tampoco de miedo o temor. Es condición
necesaria el enfrentar los temores si es que queremos avanzar con seguridad y,
parafraseando una película, terminemos diciendo que el miedo es siempre una opción,
aun cuando el peligro sea real. A
propósito, ¿bajo qué circunstancias se vuelve usted violento?
JossP F&E
March 2015
Hangzhou, China
domingo, 25 de enero de 2015
MISIÓN DE VIDA: CERTEZAS Y COMPASIÓN
Continuando
con el propósito de escribir acerca de la MISIÓN DE VIDA, ahora sería prudente
referirse a otro elemento fundamental: La compasión, mencionando de soslayo, el
tema de las certezas de vida como puntos de llegada y de partida. Claro está
que para lograr mayor claridad se deben incluir elementos tales como la
solidaridad, la lástima y la piedad, entre otros. Sin preámbulos ni
delineamientos previos, dejemos que el discurso marche por sí solo.
Partiendo
de una primera premisa, que debería ser una certeza y según la cual: “Hemos venido a este planeta a desarrollar
una misión personal”, nos adentraremos por un rio que tiene como afluentes,
entre otros, la compasión, la misericordia, la solidaridad, el altruismo, la
piedad y la lastima. Y es que más allá de que se crea o no; de que se tenga fe
o no; o de que la realidad coincida con nuestro sistema de creencias o no, más
allá de todo eso, existe una realidad que debe ser asumida en toda su magnitud,
una suma de verdades que juntas conforman la explicación de la existencia del
universo tanto en su versión macro como en el microcosmos. Porque si bien es
cierto que el ser humano tiene una misión, no es menos real el hecho de que el
universo mismo está en proceso de desarrollar la suya propia.
Dentro
de los muchos obstáculos o “trampas”
que tenemos que salvar para cumplir con nuestra misión de vida, hay dos que
deseo resaltar: en primera instancia se encuentra el hecho de no recordar esta
misión, cosa que tiene su particular explicación, tal como lo veremos más
adelante. En segunda instancia, tenemos el hecho de que sin importar si se
recuerda o no, cada situación que se nos presenta en esta vida, cada persona
que conocemos; cada triunfo y cada fracaso, están relacionados con nuestra
misión de vida. Si tan solo pudiéramos comprender tanto el componente de verdad
presente en esta afirmación como el hecho de que todo está unido, conectado,
relacionado, entonces haríamos un gran avance que nos permitiría subir al siguiente
peldaño de esta escalera evolutiva. Llegados a este momento del discurso, creo
que es muy conveniente recordar que el esfuerzo por avanzar en la evolución
humana debe partir de cada individuo en particular, es decir, que nadie puede
subir la montaña por nosotros, y el preguntarse por la misión de vida es
precisamente el primer paso para realizarla. Bien, dicho esto, avancemos un
poco más.
Habíamos
dicho en un texto anterior que la forma idónea de proceder ante un problema que
parece insoluble, una situación compleja o un misterio sin aparente solución,
es partir de una base de certeza, al fin y al cabo, no podemos iniciar la
construcción de nuestra casa por el techo y si ponemos unos deficientes
cimientos, una mezcla pobre en materiales o
un diseño no adecuado, tendremos como resultado una casa que se
desmoronará al cabo de unas semanas. Igual sucede con nuestras creencias que
suelen ser la base de nuestra personalidad y nuestro carácter. Precisamente los
problemas, las vicisitudes y las dificultades que a diario vivimos se presentan
para, entre otros, ayudarnos a forjar una personalidad digna de un Pensador que debe cumplir una misión de
vida. Por eso es que es tan importante definir o re-definir nuestro sistema de
creencias porque es, precisamente sobre él, en donde edificaremos la escalera
que nos permitirá subir y alcanzar la cima de la evolución humana y entrar en
la divina.
Y
para hacer esto más sencillo podemos utilizar el método de la pregunta, aquel
que nos lleva a encontrar las respuestas más adecuadas. Recuerde: Es necesario
hacer la pregunta correcta. Sin importar el orden que siga, algunas preguntas
podrían ser o estar relacionadas con lo siguiente:
-
¿Quién soy yo?
-
¿Qué hago en este planeta?
-
¿Cómo llegué hasta aquí?
-
¿Por qué estoy viviendo este problema?
-
¿Realmente creo y confió en mí mismo?
-
¿Creo sinceramente en la humanidad?
-
¿Por qué sigo esta religión o sistema de creencias?
-
¿Sigo esta religión, sistema de creencias o filosofía
solo porque la heredé de mis padres?
-
¿Existen un cielo, un infierno, un paraíso, un nirvana
(o como desee llamarlos)?
-
¿Existe una verdad para cada asunto y persona o la
verdad es única?
-
Y, si existe una verdad, ¿es posible hallarla?
Muchas
preguntas de este tipo nos ayudarían a visualizar una senda clara y especifica
en relación con el actuar acertadamente en este planeta. Si este ejercicio se
hiciera sinceramente y durante el tiempo necesario, las respuestas que
hallaríamos nos conducirían a forjar una fe firme en “algo”. Aquí es necesario hacer dos aclaraciones más: cuando
hablamos de “fe” no nos referimos a
la fe tonta, ciega y casi estúpida que algunas religiones impusieron durante
tantos años en diferentes regiones del planeta. La fe es algo que puede y debe
ser comprobado mediante un método y siguiendo un camino. Este es el secreto. Si
te dicen: “Debes creer porque este es un
misterio al cual el ser humano no puede acceder”, allí no existe la verdad
o yace solo un poco de ella. Ciertamente hay “misterios” que nos tardaremos más en descifrar, pero la fe a la que
nos referimos nos dice, en cambio: “Cree
en esto mientras desarrollas las herramientas necesarias para comprobarlo por
ti mismo” y además te da un camino para que las desarrolles.
El
otro punto está relacionado con ese “algo”
al que habríamos llegado. Posiblemente, una de las características esenciales
de las personas que llamamos “exitosas”
en el mundo material es que parecen haber llegado a algún lugar, conseguido
algo especial, alcanzado un status diferente.
Siendo esto así, es porque hubo un camino que recorrieron en su momento, el
mismo que los llevó a ese sitio donde ahora están. Otro tanto sucede con la
vida de crecimiento y desarrollo espiritual o divino. Hay personas que teniendo
o no, una posición social especial, ostentan una especie de halo mágico que nos
hace sentir bien ante su sola presencia. Son energéticamente arrolladoras,
fluidas, energizantes; iluminan cada lugar donde se encuentran y las personas
nos sentimos impelidas a estar en su presencia. Se les extraña y su influencia
es magnífica, clara y directa.
En
fin, sigamos un poco más adelante. Ese “algo”
al cual han llegado estas personas es el punto de certeza al cual hacemos
referencia. Es el cimiento sólido y confiable donde se puede edificar aquella
casa que, de antemano, sabemos será duradera, agradable y productiva. Todos,
absolutamente todos los seres humanos podemos partir de alguna certeza de vida
que nos permita construir nuestro propio mundo; luego entonces, la tarea
inicial consiste en hallar ese punto de partida. Muchas personas ya lo han
hecho, por eso dedican sus vidas a una actividad productiva (en términos
materiales o espirituales) que les es apropiada. Y es que dado el diferente y
especial estado de desarrollo evolutivo de cada ser, las certezas pueden ser
igualmente diferentes. Las necesidades específicas de cada individuo pueden
llegar a ser muy particulares aun cuando el propósito divino para la humanidad
es el mismo. Una gota de agua en estados gaseoso, líquido o solido es siempre una
gota de agua aun cuando actúe de forma distinta y en lugares completamente
diferentes.
Las
misiones de vida son como gotas de agua en muchos y diversos estados, actuando
de formas tan complejas que parecieran contradictorias, y en lugares tan
radicales que se pueden notar como un proceso casi imposible de comprender.
Verlas como algo separado permite su clasificación, y esta a su vez, nos mete
en el problema de la dualidad, en donde no hay solución fiable. Por ello es que
creemos que ciertas misiones tienen un alto componente negativo para el resto
de la humanidad, pero el problema no radica en esa particular misión de vida
que parece haberse alejado del plan divino, sino que se encuentra en nuestra
limitada capacidad de comprensión que nos impide ver el “big picture”, la gran imagen, y que nos constriñe a contemplar solamente
una pequeña parte de ese todo magnifico que comprende el universo.
Con
todo esto, nos sentimos compungidos, agobiados con el día a día, temerosos de
avanzar, estresados con las cotidianidades e incluso, hay quienes se suicidan.
Vivimos vidas azarosas, impregnadas de pánico y dolor, de miedos evidentes o
callados que no dejan tiempo para hacer las preguntas importantes. ¿Es extraño,
entonces, que no recordemos nuestra misión de vida? ¿Cuántas horas del día
dedicamos a pensar en ella? ¿Creemos en ella con fe firme? ¿Deseamos realmente conocerla? Tenemos miedo
a lo desconocido, pero nosotros mismos somos unos desconocidos para nosotros
mismos; luego entonces, tenemos miedo de nosotros mismos. Tememos a la
oscuridad, pero nuestro corazón (y casi siempre nuestra mente) es un espacio
poco iluminado, en donde no hay lugar para al amor, la divinidad o la
compasión. ¿Cómo “volcarnos” en el
otro, cuando nosotros mismos somos terreno desconocido? Y sin embargo, estas
son las dos únicas vías de crecimiento y desarrollo verdadero. O, nos dedicamos
a horadar nuestro corazón y nuestra mente o, actuamos directamente en los
demás, no hay otra posibilidad. La diferencia radica en que siguiendo la segunda
senda, estamos también actuando en nosotros mismos, pues somos los demás de los
demás, pero al final, los resultados son los mismos. Un mejoramiento sensible
en usted mismo, mejora sensiblemente el universo.
Si
tan solo pudiéramos sentir el dolor ajeno, adentrarnos en la piel del otro y
desde dentro, acceder a su dolor, a su miseria, a su sufrimiento; y, no
contentos con esto, comprendiéramos las razones de su sufrimiento, haciéndonos
uno con ellas e incluso ir aún más allá, enviando energía sanadora en forma de
pensamientos y deseos conscientemente dirigidos para que las pruebas que esa
persona está pasando, concluyan pronto y satisfactoriamente para su desarrollo
y evolución espiritual… si tan solo pudiéramos hacer esto, estaríamos parados
en nuestras propias certezas y ayudando a construir las de otros mediante la
compasión. Esta es una de las formas más saludables, profundas y efectivas de
actuar en este planeta. Muchas misiones de vida están relacionadas con esta
condición humana que, desafortunadamente cuando no va seguida de la acción, se
transforma en simple “lástima”. Por
ello es que en muchos países occidentales, tristemente, la compasión está
asociada al poder y al control y, en tal sentido, quien es digno de compasión,
se vuelve digno de lástima. Se suele confundir la compasión con otras
expresiones de bondad, tales como la piedad, la caridad, la empatía o la
solidaridad.
Pero
para el Pensador, la lastima, la
piedad, la empatía, la solidaridad y la compasión, son conceptos importantes y
diferentes. Cada uno aporta algo al desarrollo del ser humano y está presente
en mayor o menor grado en cada una de las etapas de la evolución humana. A
veces la diferencia radica solo en el grado de perfección o pureza del
sentimiento o la sensación. Porque así como el deseo es la manifestación más
burda y simple de la voluntad, también la lastima lo es de la compasión, y
anterior a estas dos se encuentra la apatía o indolencia. Sin duda,
experimentar una sensación, cualquiera que sea, es mejor que ninguna,
especialmente durante las primeras etapas del desarrollo humano.
Ahora
bien, dado que estamos tratando de elevarnos cada día más y más en nuestra
escalera de valores humanos, nos compete siempre apuntar hacia el ideal más
elevado que nuestra mente pueda concebir. Un objetivo menor no justifica la
inversión de recursos en su consecución. Debemos, por tanto, incluir la
compasión como un componente de nuestra misión, fijarla como una certeza de
vida, como un acto de fe en tanto podamos comprenderla, y la mejor manera de
lograrlo es implementándola. Cada día haga un acto de compasión, al principio
lo sentirá y se verá un tanto, digamos, fingida, poco efectiva y, quizás,
tonta, pero no se inquiete por ello, pues es mejor esto que hacer nada al
respecto; además con el tiempo, se volverá una cotidianidad y empezará a
hacerlo porque le nace, porque siente y confía que en algún nivel de este
complejo universo, su actuar compasivo, está mejorando la existencia de algún
ser necesitado. Este es el camino verdadero y la forma de proceder ante el
deseo y la necesidad de desarrollar una virtud, cualquiera que sea.
Y
es que, tal como lo expresa el Budismo: “Todo
ser vivo merece esta piedad cuidadosa, esta solidaridad en la finitud o por la
menesterosidad”; por el simple hecho de existir, un ser merece ser
atendido, cuidado, ayudado. Estas mismas condiciones están presentes en todas
las religiones aunque pueden asumir diferentes nombres como misericordia o
caridad (literalmente, amor a Dios). No importa el nombre que le demos, no
importan las discusiones académicas tendientes a hallar la genealogía del
vocablo, porque estamos en la era de la acción y es la acción la que realmente
importa. Participe, anímese, entre al juego y proponga los cambios que cree
pertinentes, pero hágalo ahora, porque mañana simplemente usted no estará aquí.
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