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domingo, 17 de abril de 2016

INICIÁNDOSE EN EL CAMINO


Muchas cosas sucedieron durante aquellos treinta y tres días, sucesos sin importancia más que para el protagonista, cosas que cambiaron la forma en cómo vivía mi vida y la forma en que experimentaba la realidad, situaciones  que me abrieron la consciencia hacia un mundo del cual no tenía la menor idea. Fue como un camino iniciático que me llevó más allá de todo cuanto había podido imaginar. Me he propuesto dejar escritos estos acontecimientos como una forma de agradecer a la vida por la paciencia y dedicación que ha tenido para conmigo, pues ahora me doy cuenta que desperdicié muchos años de mi vida, inmerso en problemas que yo mismo había creado, con una excusa inconsciente de sentirme ocupado. ¿Te has sentido así alguna vez?
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Si esta no es razón suficiente para consignar estas memorias, tengo la esperanza que el posible lector se animará a emprender su propio Camino de Santiago y con él, se sentirá inspirado a cavar decididamente en su propio corazón buscando la esencia del ser de luz que allí mora. Si ninguno de estos propósitos se cumple, abrigo la ilusión de que otros caminantes –de Santiago y más allá- se sientan inspirados a escribir y compartir sus propios descubrimientos, eso que he dado en denominar “Certezas de vida” y que no son más que puntos de inicio y llegada de las etapas discretas por las que pasa nuestra existencia en este planeta. ¿Has llegado a alguna certeza de vida en tu caminar?     
  

Estas líneas pretenden, de forma sencilla y humilde, pero sincera y honesta, honrar el paso de todos los seres humanos por este planeta, especialmente aquellas almas antiguas que llevan varias existencias y que, aunque no lo recuerden o acepten, con su esfuerzo sostenido –cual Sísifos modernos- han allanado el camino para las almas que por primera vez pisan esta bella esfera azul verdosa. Hemos de reconocer que no  es fácil asistir a un amanecer y un atardecer durante casi cien años continuos y luego repetirlo por varios eones. ¿Te ha pasado alguna vez que sientes como si ya hubieras estado en esta tierra en una ocasión anterior?  


La existencia es como un viejo camino que es nuevamente empedrado con cada paso que damos. Si observamos bien, nos daríamos cuenta que no es realmente el mismo camino, que las piedras que ahora lo soportan lo han renovado y que el caminante siente en sus cansados pies el influjo de imperecederas energías. Es que el camino existe porque alguien lo camina, si no hay caminante no hay camino, por lo tanto, el camino es siempre nuevo, pero es también el mismo. ¿Me comprendes?
De otro modo, es esta una invitación sublime a reconocernos a nosotros mismos en el camino que hayamos elegido seguir. No importa dónde hayamos empezado ni dónde nos encontramos ahora, carece de importancia el avance mayor o menor que hayamos logrado, las vicisitudes o alegrías que nos ha deparado y los pocos o muchos éxitos alcanzados. Todos somos peregrinos en una senda que, aunque discurra por diferentes lugares, tiene un fin común. Estamos aquí para cumplir una misión.  ¿Te has preguntado alguna vez por tu misión de vida?


De cómo fue escrito este libro, de su importancia en la vida de los demás seres y de su relevancia en el descubrimiento y seguimiento de un despertar espiritual, poco o nada se puede decir. No hay que perder el tiempo en academicismos, ni en volverse un erudito en el arte de vivir, la vida no se hizo para entenderla, analizarla, corregirla o arrinconarla; ella está aquí para ser vivida y su propósito –si es que tiene uno- es que cada caminante le otorgue el que considere adecuado. No se trata de una Guía del Camino de Santiago (ya existen muchas y algunas son realmente fabulosas), tampoco es un libro sobre espiritualidad y auto-ayuda (también existen muchos de estos, algunos sorprendentemente hermosos, otros tendenciosos). Entonces, ¿de qué se trata?
Se trata de una invitación a vivir de forma consciente (bueno, ¡pero también de eso hay muchos libros!). Si, lo sé, aun así quiero contar esta historia con la esperanza de leer la tuya algún día.
    

¿Por qué se camina y por qué se vive? –Primera parte.

Caminar es una forma de vivir y viceversa. Un ex-peregrino, anhelante de contar su historia, cuando es abordado por primera vez por alguien que no ha recorrido este Camino y que tampoco se ha preguntado por el objeto de su vida, escucha casi siempre la misma pregunta: ¿Por qué caminar casi mil kilómetros? ¿Cuál es el fundamento de esto? Las respuestas que se suelen ofrecer nunca son suficientemente satisfactorias para el interlocutor, pues por más interesado que se halle en el tema abordado, se trata de lo que sintió, percibió y vivió otra persona. Es imposible describir y transmitir por completo y con exactitud, la sensación que se tiene, tanto al subir una montaña, como al despertarse de un lindo sueño o, incluso al ser feliz. ¿Se camina para hallar la felicidad? ¿Se camina para vivir de verdad?


La búsqueda de la felicidad está directamente relacionada con el arte de saber vivir y el acto de buscar no siempre conlleva a encontrar. No obstante, parte de los motivos del Camino tienen que ver con la felicidad, ya sea porque se desea buscarla, encontrarla o des-cubrirla. Algo similar hacemos con nuestro paso por esta tierra, ya que desde el nacimiento estamos des-cubriendo, es decir, quitando cosas que tapan, que velan y encierran los propósitos reales que hemos traído al nacer. La felicidad no es un punto al cual se llega, sino que es un estado que ya está aquí y ahora, pero cubierta de cosas como el orgullo, la vanidad, la tristeza, la melancolía, la depresión, el apego, la violencia, el odio y muchas otras emociones aflictivas. ¿Qué hacer entonces?


Pues mediante un ejercicio de “presencia” constante en cada uno de nuestros actos cotidianos, empezar a eliminar todo aquello que la cubre y, una vez realizado esto, empezar con las dependencias sentimentales y los apegos materiales. ¡Atención!: siempre podemos trabajar en los tres campos de manera simultánea. Precisamente, recorrer el Camino de Santiago ofrece esa posibilidad de presencialidad constante en nuestros propios actos. ¿Dónde estás ahora mismo?   


Si estamos suficientemente presentes en nuestra vida, al momento de estar realizando alguna actividad, como comer, ir al trabajo, estudiar o caminar, y detectamos que una “tristeza” se hace presente, lo que debemos hacer es detenernos y analizarla. Saludarla, entenderla, comprender sus motivos y preguntarle ¿Qué haces aquí? Cuando hacemos este ejercicio, notaremos que esas emociones aflictivas no soportan un análisis de este tipo y en consecuencia se retiran, se alejan. Este mismo proceso se puede aplicar con los celos, el odio, el rencor, la envidia, la vanidad, el orgullo. Posiblemente las dos principales dificultades en este proceso es que, por un lado nos hemos identificado tanto con estas emociones aflictivas que hemos terminado creyendo que “somos” esas aflicciones, o que no tenemos salida, o que ellas son importantes porque reafirman nuestra personalidad (orgullo y vanidad, especialmente). Pero por otro lado, está el problema que esas emociones aflictivas están dentro nuestro, han sido parte de nosotros por muchos años y, en consecuencia, no es fácil detectarlas para aislarlas y por eso, airados, encolerizados, respondemos: ¿Celoso yo?... ¡para nada!


Este trabajo de eliminar emociones aflictivas no es algo que se pueda hacer de un día para otro, siempre lo que es valioso toma tiempo, pero empezar ahora mismo es el paso más grande que podemos dar. De hecho, un buen momento para empezar es cuando das el primer paso en el peregrinaje hacia Santiago de Compostela, en ese momento quizás puedas plantearte trabajar sobre una emoción aflictiva diferente cada día, al fin y al cabo, estás aquí para realizar esta labor sobre ti mismo. Cuando mostramos coraje y valentía, el universo confabula en nuestro favor, de esto puedo dar amplio testimonio.


El segundo elemento afín con el des-cubrimiento de la felicidad está relacionado con los apegos sentimentales o dependencias emocionales, aquella situación en que decimos o escuchamos: “Me moriría sin ti”, “Mi vida no tendría sentido sin ti” y un largo etcétera que llenaría toda esta página y del cual dan buena cuenta la mayoría de baladas románticas latinas. Debemos amar, amar sin límites ni condiciones porque esa es precisamente la razón de nuestra existencia, pero hay que amar con inteligencia, o dicho de otra manera, el corazón y el cerebro deben marchar juntos si queremos hacer algo verdaderamente significativo en este camino que es la vida. (Continúa al final del libro en el capítulo: ¿Por qué se camina y por qué se vive? –Segunda parte).


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