INICIÁNDOSE EN EL CAMINO
Muchas cosas sucedieron
durante aquellos treinta y tres días, sucesos sin importancia más que para el
protagonista, cosas que cambiaron la forma en cómo vivía mi vida y la forma en
que experimentaba la realidad, situaciones que me abrieron la consciencia hacia un mundo
del cual no tenía la menor idea. Fue como un camino iniciático que me llevó más
allá de todo cuanto había podido imaginar. Me he propuesto dejar escritos estos
acontecimientos como una forma de agradecer a la vida por la paciencia y
dedicación que ha tenido para conmigo, pues ahora me doy cuenta que desperdicié
muchos años de mi vida, inmerso en problemas que yo mismo había creado, con una
excusa inconsciente de sentirme ocupado. ¿Te has sentido así alguna vez?
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Si esta no es razón suficiente
para consignar estas memorias, tengo la esperanza que el posible lector se
animará a emprender su propio Camino de
Santiago y con él, se sentirá inspirado a cavar decididamente en su propio
corazón buscando la esencia del ser de luz que allí mora. Si ninguno de estos
propósitos se cumple, abrigo la ilusión de que otros caminantes –de Santiago y más allá- se sientan
inspirados a escribir y compartir sus propios descubrimientos, eso que he dado
en denominar “Certezas de vida” y que
no son más que puntos de inicio y llegada de las etapas discretas por las que
pasa nuestra existencia en este planeta. ¿Has llegado a alguna certeza de vida
en tu caminar?
Estas líneas pretenden, de
forma sencilla y humilde, pero sincera y honesta, honrar el paso de todos los
seres humanos por este planeta, especialmente aquellas almas antiguas que
llevan varias existencias y que, aunque no lo recuerden o acepten, con su esfuerzo
sostenido –cual Sísifos modernos- han
allanado el camino para las almas que por primera vez pisan esta bella esfera
azul verdosa. Hemos de reconocer que no
es fácil asistir a un amanecer y un atardecer durante casi cien años
continuos y luego repetirlo por varios eones. ¿Te ha pasado alguna vez que
sientes como si ya hubieras estado en esta tierra en una ocasión anterior?
La existencia es como un viejo
camino que es nuevamente empedrado con cada paso que damos. Si observamos bien,
nos daríamos cuenta que no es realmente el mismo camino, que las piedras que
ahora lo soportan lo han renovado y que el caminante siente en sus cansados
pies el influjo de imperecederas energías. Es que el camino existe porque
alguien lo camina, si no hay caminante no hay camino, por lo tanto, el camino
es siempre nuevo, pero es también el mismo. ¿Me comprendes?
De otro modo, es esta una
invitación sublime a reconocernos a nosotros mismos en el camino que hayamos
elegido seguir. No importa dónde hayamos empezado ni dónde nos encontramos
ahora, carece de importancia el avance mayor o menor que hayamos logrado, las
vicisitudes o alegrías que nos ha deparado y los pocos o muchos éxitos
alcanzados. Todos somos peregrinos en una senda que, aunque discurra por
diferentes lugares, tiene un fin común. Estamos aquí para cumplir una misión. ¿Te has preguntado alguna vez por tu misión de
vida?
De cómo fue escrito este
libro, de su importancia en la vida de los demás seres y de su relevancia en el
descubrimiento y seguimiento de un despertar espiritual, poco o nada se puede
decir. No hay que perder el tiempo en academicismos, ni en volverse un erudito
en el arte de vivir, la vida no se hizo para entenderla, analizarla, corregirla
o arrinconarla; ella está aquí para ser vivida y su propósito –si es que tiene uno-
es que cada caminante le otorgue el que considere adecuado. No se trata de una Guía del Camino de Santiago (ya existen
muchas y algunas son realmente fabulosas), tampoco es un libro sobre
espiritualidad y auto-ayuda (también existen muchos de estos, algunos
sorprendentemente hermosos, otros tendenciosos). Entonces, ¿de qué se trata?
Se trata de una invitación a
vivir de forma consciente (bueno, ¡pero también de eso hay muchos libros!). Si,
lo sé, aun así quiero contar esta historia con la esperanza de leer la tuya
algún día.
¿Por qué se camina y por qué se vive? –Primera parte.
Caminar es una forma de vivir
y viceversa. Un ex-peregrino,
anhelante de contar su historia, cuando es abordado por primera vez por alguien
que no ha recorrido este Camino y que
tampoco se ha preguntado por el objeto de su vida, escucha casi siempre la
misma pregunta: ¿Por qué caminar casi mil kilómetros? ¿Cuál es el fundamento de
esto? Las respuestas que se suelen ofrecer nunca son suficientemente
satisfactorias para el interlocutor, pues por más interesado que se halle en el
tema abordado, se trata de lo que sintió, percibió y vivió otra persona. Es
imposible describir y transmitir por completo y con exactitud, la sensación que
se tiene, tanto al subir una montaña, como al despertarse de un lindo sueño o,
incluso al ser feliz. ¿Se camina para hallar la felicidad? ¿Se camina para
vivir de verdad?
La búsqueda de la felicidad
está directamente relacionada con el arte de saber vivir y el acto de buscar no
siempre conlleva a encontrar. No obstante, parte de los motivos del Camino tienen que ver con la felicidad,
ya sea porque se desea buscarla, encontrarla o des-cubrirla. Algo similar hacemos con nuestro paso por esta
tierra, ya que desde el nacimiento estamos des-cubriendo,
es decir, quitando cosas que tapan, que velan y encierran los propósitos reales
que hemos traído al nacer. La felicidad no es un punto al cual se llega, sino
que es un estado que ya está aquí y ahora, pero cubierta de cosas como el
orgullo, la vanidad, la tristeza, la melancolía, la depresión, el apego, la
violencia, el odio y muchas otras emociones aflictivas. ¿Qué hacer entonces?
Pues mediante un ejercicio de
“presencia” constante en cada uno de
nuestros actos cotidianos, empezar a eliminar todo aquello que la cubre y, una
vez realizado esto, empezar con las dependencias sentimentales y los apegos
materiales. ¡Atención!: siempre podemos trabajar en los tres campos de manera
simultánea. Precisamente, recorrer el Camino
de Santiago ofrece esa posibilidad de presencialidad constante en nuestros
propios actos. ¿Dónde estás ahora mismo?
Si estamos suficientemente
presentes en nuestra vida, al momento de estar realizando alguna actividad,
como comer, ir al trabajo, estudiar o caminar, y detectamos que una “tristeza” se hace presente, lo que
debemos hacer es detenernos y analizarla. Saludarla, entenderla, comprender sus
motivos y preguntarle ¿Qué haces aquí?
Cuando hacemos este ejercicio, notaremos que esas emociones aflictivas no
soportan un análisis de este tipo y en consecuencia se retiran, se alejan. Este
mismo proceso se puede aplicar con los celos, el odio, el rencor, la envidia,
la vanidad, el orgullo. Posiblemente las dos principales dificultades en este
proceso es que, por un lado nos hemos identificado tanto con estas emociones
aflictivas que hemos terminado creyendo que “somos”
esas aflicciones, o que no tenemos salida, o que ellas son importantes porque
reafirman nuestra personalidad (orgullo y vanidad, especialmente). Pero por
otro lado, está el problema que esas emociones aflictivas están dentro nuestro,
han sido parte de nosotros por muchos años y, en consecuencia, no es fácil detectarlas
para aislarlas y por eso, airados, encolerizados, respondemos: ¿Celoso yo?... ¡para nada!
Este trabajo de eliminar
emociones aflictivas no es algo que se pueda hacer de un día para otro, siempre
lo que es valioso toma tiempo, pero empezar ahora mismo es el paso más grande
que podemos dar. De hecho, un buen momento para empezar es cuando das el primer
paso en el peregrinaje hacia Santiago de
Compostela, en ese momento quizás puedas plantearte trabajar sobre una
emoción aflictiva diferente cada día, al fin y al cabo, estás aquí para
realizar esta labor sobre ti mismo. Cuando mostramos coraje y valentía, el
universo confabula en nuestro favor, de esto puedo dar amplio testimonio.
El segundo elemento afín con
el des-cubrimiento de la felicidad
está relacionado con los apegos sentimentales o dependencias emocionales,
aquella situación en que decimos o escuchamos: “Me moriría sin ti”, “Mi vida
no tendría sentido sin ti” y un largo etcétera que llenaría toda esta
página y del cual dan buena cuenta la mayoría de baladas románticas latinas.
Debemos amar, amar sin límites ni condiciones porque esa es precisamente la
razón de nuestra existencia, pero hay que amar con inteligencia, o dicho de
otra manera, el corazón y el cerebro deben marchar juntos si queremos hacer algo
verdaderamente significativo en este camino que es la vida. (Continúa al final
del libro en el capítulo: ¿Por qué se
camina y por qué se vive? –Segunda parte).
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