Hay un tiempo para sembrar y
uno para cosechar; un tiempo para nacer y otro para morir y un tiempo para
pensar y otro para actuar. La actividad que se hace fuera del tiempo
correspondiente se torna estéril, inútil y costosa, es por ello que una de
nuestras responsabilidades como seres humanos pensantes, es saber cómo y cuándo
actuar dentro de los términos de la economía del universo manifestado y no
manifestado.
La madera al quemarse, trae a la existencia al sagrado fuego |
A veces actuamos antes del
tiempo conveniente y con nuestra actuación acarreamos más sufrimiento tanto
para los demás como para nosotros mismos. También, a veces, nos empleamos y
empeñamos esfuerzos y recursos después del tiempo adecuado y con ello obtenemos
perdidas que pueden llegar a ser importantes. Entonces, ¿Cómo saber con certeza cuándo y cómo actuar?
A simple vista no existe una respuesta adecuada para este interrogante, no
obstante si profundizamos un poco más la observación, si agudizamos la
percepción más allá del simple actuar de los cinco sentidos, obtendremos una
respuesta lo suficientemente acertada como para dirigir nuestros esfuerzos en
alguna dirección. ¿Se trata, entonces, de creer? ¡Un poco sí! De creer en la
información que nos llega por otras
fuentes tales como la intuición o la clarividencia y, ante todo, de creer en
nosotros mismos y en las capacidades casi infinitas que poseemos. Creer
mientras alcanzamos el estado de desarrollo que nos permite comprobar o
rechazar.
¡Creer es importante! Creo que
ahora es el tiempo de comprometerse con una causa cuyo ideal sea el más elevado
y esta causa puede ser interna o externa, es decir, puede ser del tipo
espiritual o directamente estar relacionada con el actuar humano. Tanto la
creencia en sí misma como el actuar, más o menos errático o acertado de una
persona, están directamente relacionados con las facultades espirituales que
haya desarrollado. Es por eso que la actuación, sin importar la dirección, es
el primer paso para un avance acertado. Poco tiempo después, tendremos la ocasión
de corregir el rumbo y aligerar la carga que llevamos a cuestas. Si el camino
se estrecha – y lo hará-, el peso de la carga se debe aligerar o al menos,
acomodar para que permita transitar con seguridad.
En este transitar con
seguridad se encuentran incluidos elementos que debemos honrar o herramientas
que podríamos utilizar más sabiamente. La disciplina es una de ellas, aporta al
crecimiento y desarrollo del ser, permitiéndole afianzar los pasos en el
sendero. Es aquella condición que nos hace levantarnos cada mañana aunque esté
lloviendo y acudir al trabajo o al estudio sabiendo que lo que tenemos por
hacer ese día, ha de ser hecho sin importar las condiciones exteriores. La
tarea ha de ser hecha hoy mismo.
Frente a esta respuesta del “Actuante” cabe preguntarse si en algún
momento la disciplina se puede tornar en óbice para la evolución, y la respuesta
es positiva. La rigidez en la disciplina hace que perdamos de vista el objetivo
central del actuar, o que nos quedemos anquilosados en las pequeñas trampas de
la cotidianidad. Podríamos acabar discutiendo el “por qué” el monstruo de tres cabezas tiene un zapato verde y otro
azul, es decir, terminaríamos perdiendo de vista lo importante para
concentrarnos en las nimiedades circundantes. En un caso extremo, quizás acabemos
considerando la disciplina como el objetivo de la existencia, olvidándonos que
lo que ella permite es que andemos un camino paso a paso con la certeza de alcanzar
la meta que hay al final del mismo. Pero ella en sí misma, no da pistas acerca
del sentido, importancia o veracidad de esa meta. Al deportista le permite
desarrollar su cuerpo físico, al matemático comprobar sus hipótesis y al
estudiante, graduarse. ¡Eso es todo! ¿Y qué sucede después?
La disciplina es una fuerza
que motiva, que invita a moverse en un sentido particular durante una cierta cantidad
de tiempo. Al término de la meta, deberá ser renovada. Pero, ¿Cómo saber con
exactitud cuándo cambiar o renovar los parámetros de disciplina? Tomemos un
ejemplo antes de analizar el “después”.
El militar que lleva años en
cumplimiento de sus tareas (y quizás de su deber), tiene una rutina adquirida a
fuerza de disciplina. Levantarse, arreglar la cama, vestir su uniforme,
marchar, parar, saludar, etc. Todo lo hace rutinariamente. No obstante, al
llegar a casa con su familia (o al momento de jubilarse) deberá cambiar o “ajustar” esta “disciplina” a las nuevas circunstancias. Si este mismo personaje, se
transforma en, digamos, empresario, sus rutinas y su disciplina deberán ser
ajustadas, pues de lo contrario se volverían en contra de sus nuevos retos.
Un segundo elemento que
debemos honrar es la responsabilidad que surge como un compromiso frente a la
sociedad en general, a la pareja en la convivencia, al superior en la empresa y
luego, frente a uno mismo(a), de cara a su propio ser interno que, a modo de “Vigilante silencioso”, espera en la
oscuridad.
Ciertamente, en la sociedad
uno es responsable por los hijos(as), la actuación de sus subordinados y por el
cumplimiento de su propio deber, pero existe otra responsabilidad que, al no
ser socialmente exigible, tendemos a descuidarla. Se trata de la
responsabilidad por nuestra propia felicidad, o lo que es lo mismo, por nuestro
propio desarrollo y evolución espiritual.
Ella deberá estar presente en todas las dimensiones del ser humano, no
solamente en la social, sino que también debe ser visible en lo intelectual, la
ética y lo espiritual. El Pensador
tiene como compromiso honrar el conjunto de su constitución y no dedicarse
exclusivamente a una porción de ella, descuidando las demás. Tanto en
proporciones como en momentos, se puede errar, por ello es que vivir de recuerdos
o anhelar el futuro son dos formas de perder. ¿Antes o después, cuándo y cómo?,
son interrogantes que debemos responder. Y es que asumir la responsabilidad
sobre las causas conlleva a un mejoramiento de nuestro carácter, en tanto que
la responsabilidad sobre las consecuencias tiene un impacto directo sobre la
personalidad, siendo necesario repetir una y otra vez el proceso.
Frente a este panorama, cabe
preguntarse si realmente estamos actuando de manera integral y, en caso de que
la respuesta sea positiva, inquirirse acerca de la realidad de dicha actuación,
del impacto que se esté logrando y confrontarnos con el plan que trazamos
inicialmente para esta existencia. Nunca es tarde para realizar ajustes respecto
de la responsabilidad por el actuar con disciplina y responsabilidad y con el
ánimo de cumplir con la meta más elevada que podamos visualizar. Tenga presente
que un ideal inferior no justifica los esfuerzos para alcanzarlo, pero que
carecer en su totalidad de una meta digna, desafiante y profundamente humana,
es aún más desastroso y punible a la hora de recoger la cosecha, es decir, al
momento de abandonar temporalmente esta existencia física.
Comprométase, hágalo ahora
mismo. Deje la duda acerca de un presente, la melancolía por un pasado y el
anhelo de un futuro que no existe. Los miedos, las fluctuaciones temporarias de
una personalidad inmadura e indecisa solo acarrean insatisfacciones que tarde o
temprano acabaran explotando en su misma cara. Ellos, así como las dudas o
inseguridades solo son la antesala del fracaso más exitoso. No se permita
fracasar en una parálisis irracional indigna de un Pensador que lleva milenios sobre la faz de la tierra. Aunque no lo
recuerde, un día hace siglos, quizás solo años, usted elaboró un plan de vida, asumió unos retos y trazó unas metas; ahora que ha llegado el momento de asumir
su responsabilidad sobre estos planes, redefina su disciplina y dedíquese por
completo a recorrer ese camino. ¿Acaso no ve la premura del ahora?, ¿acaso los
gritos de la multitud no le llegan? ¿Hasta cuándo nos haremos los sordos frente
al sufrimiento humano manifestado de tantas y tantas maneras? ¡Actúe! Sea el
protagonista de su propia historia.
Escríbale al autor:
JossP
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