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lunes, 20 de junio de 2011

DE LA MUERTE REDENTORA

La muerte de Sócrates


Loco gasté mi juventud lozana
en subir a la cumbre prometida
y hoy que llego diviso la salida
del sol, en otra cumbre más lejana.
(…) ¡ No haber amado! ¡Coronar la altura
y ver que se engañaba mi locura!
El verde gajo que laurel se nombra
ya de mis sienes abatidas rueda,
y aunque el sol busco aún, sólo me queda
tiempo para bajar hacia la sombra.
José Eustasio Rivera

Hasta ahora hemos hablado acerca de la vida, de cómo vivirla, sentirla, compartirla, hacerla mejor; hemos discurrido por los meandros del conocimiento, arqueando las palabras para hallar un poco de paz en medio de la turbulencia del cotidiano vivir. No amar en seco con tanto dolor, es quizás la última verdad que quede en mi interior, bajo mi corazón… No amar es quizás el único pecado de esta civilización, la misma que se jacta de sus logros materiales, sus avances tecnológicos y su desarrollo económico, que ha llevado a separar a las personas por clases, estratos, género o religión, olvidando que todos somos parte de lo mismo, que nos mueven los mismos sentimientos de unidad y evolución; que ante la calamidad y el desastre, obramos todos como iguales, tan iguales como en la muerte. Precisamente este post está dedicado a ese momento sublime y maravilloso, a ese estadío prolífico y superior que nos iguala en condiciones similares y nos permite crear: la muerte.
La vida y la muerte como  el principio y el fin, son condiciones necesarias para la creación y re-creación de todas las cosas y de todos los seres. Cuando termina un proceso, es porque otro acaba de comenzar, situación que nos trae a la memoria el eterno continuun de Jean Liedloff y aporta cierta paz y mucha tranquilidad al Pensador al sentir que tiene la eternidad por delante para hacer aquello que considera su misión. Cuando el árbol cae golpeado por el estruendo sórdido del rayo sabe que sus ramas, hojas y tronco pasarán a ser parte de la tierra y que serán aprovechados por otros seres que lo necesitan; situación que se repite –salvando las distancias- con otras especies como los animales y el hombre mismo. Morir es vivir, tanto de cierto tiene esta frase como su contrapartida: vivir es morir. Con cada aliento, con cada soplo de aire se escapa un poco de vida, y cada día que vivimos es un día menos de vida en este planeta que nos consume poco a poco. Estamos continuamente muriendo, con cada paso que damos, con cada día que vivimos nos acercamos a la muerte lenta pero inexorablemente; somos seres que nacemos para morir y morimos para nacer.
En este constante fluir que es la vida estamos signados por la evolución que significa el trasegar por las experiencias agradables y dolorosas que la vida nos presenta como una manera de movimiento singular que empuja la humanidad hacia un más allá que con cada momento se vuelve un mas acá. Somos criaturas que avanzamos hacia una muerte segura pero que nos aterramos ante la posibilidad siquiera de pensar en ella, de atestiguar su conducta aparentemente irrepetible y adentrarnos en los campos que son su dominio. Nos creemos poseedores de la vida, pero olvidamos que la vida también incluye la muerte; nos negamos a aceptar que el lado  de la moneda llamado “cara”, lleva implícito también su contrapartida, “el sello”. ¿Te imaginas una sábana con un solo lado?, ¿Cómo se podría eliminar el envés de una hoja de papel sin destruirla? Estas cuestiones nos remiten a nuestros seres queridos, incluidos los amigos y amigas. ¿Cómo podríamos amar en ellos(as) solo la mitad buena que nos muestran? Al aceptar el perro, también se acepta la chanda, eso solían decir los abuelos que recién empezaban a entender que la vida es dual y que esa dualidad es la que construye y sostiene la existencia.
La muerte está presente siempre y a cada paso que damos. Cada noche al acostarnos y entrar en los dominios de Morfeo, estamos muriendo, por ello durante el sueño la consciencia se retira del cuerpo físico y las imágenes absurdas, ridículas o incoherentes nos parecen de lo más normal, tal como si no nos importara nada que pase una vaca volando por encima de nuestras cabezas o que un ser querido que falleció hace diez años se nos presente y nos aconseje en la resolución de un problema. Así son los sueños porque el juicio, la moralidad y los preconceptos de la mente consciente no están presentes en ese momento, por eso aceptamos todas las imágenes, situaciones y condiciones que nos presenta el benéfico sueño. Tanto en la muerte temporal (sueño cotidiano) como en la permanente, el Pensador acomoda y re-acomoda su existencia, realiza una limpieza de sus pensamientos; en informática diríamos, escanea el cerebro buscando  imágenes, recuerdos y pensamientos que ya no requiere y los re-direcciona hacia sectores más alejados. Esta misma situación se vive con el cuerpo físico pues el cerebro aprovecha y se deshace de embotellamientos de pensamientos anquilosados; el hígado, los pulmones y los riñones descargan sus agotadas existencias y, en general, todo el cuerpo se renueva mientras la consciencia permanece en la otra realidad, la única realidad, aquella que es verdadera y forma parte del Todo con el Todo. Los antiguos conocían esta verdad, así como la importancia que tiene el prepararse adecuadamente para morir, es decir, para empezar a vivir y de esta situación da buena cuenta libros sagrados como el Bardo Thodol o Libro Tibetano de los Muertos, así como gran parte de la literatura Teosófica, el Corán o la misma Biblia de los Cristianos. Basta con querer hallar las claves en los libros sagrados y leer en las estrellas para darse cuenta que la vida es única e imperecedera, permanente y ultérrima,  y que su  fruición debe ser un imperativo tanto aquí mismo como en el mal llamado “más allá”.
Para aprender de la muerte como redentora se puede empezar por analizar los sueños que se tienen cada noche, empezando con escribirlos detalladamente en un diario minutos antes de abandonar la cama, con el tiempo, esta práctica disciplina a la mente quien en adelante empieza a recordar con mayor fidelidad las incidencias de los sueños hasta llegar a ser controlados por el Pensador. Prográmese soñar cada noche delineando los sucesos que desea vivir, exíjase visualizar los sueños antes de tenerlos y, una vez en ellos, despiértese dentro de los mismos y tome el curso que desea. Dígase: ¡Esto es un sueño! Y convénzase de que lo es. Posteriormente, mire a su alrededor y verá la magnificencia de la creación pululando ante usted. La práctica hace al maestro, por lo tanto, no desfallezca ante el primer fracaso, recuerde que el trabajo con los sueños es una forma de vida y, en tal sentido, debes ser consistente con ello. Es importante decir que el dominio de los sueños es solo el comienzo de trabajos más avanzados encaminados a despertar la consciencia del Pensador para que pueda conocer la Divinidad y ser uno con Ella.
Existen razones muy poderosas para la existencia de la muerte, es más, al decir lo anterior –“existencia de la muerte”- estoy afirmando que la muerte es vida, es decir, que existe, por tanto es parte de la condición que identifica a los seres de todas las clases. Dormir es la forma temporal y continua de morir, pero hay otras muertes tales como cuando la pareja de esposos decide separarse, cuando el hijo o hija se van de nuestro lado, cuando nuestra mascota más amada se aleja o cuando damos por superado un defecto como el odio, el rencor, la mediocridad o los celos mediante el cultivo permanente y profundo de la cualidad que le es opuesta. Estas muertes, así como las otras, son solo el comienzo de algo más grande, más elevado y mejor que posibilita el ascenso del Pensador en esa escala evolutiva trazada por los Señores de la Luz. El ocaso del sol es solo la preparación para que las hermanas estrellas puedan brillar en todo su magnífico esplendor. Entonces, ante una muerte solo queda una celebración, una bienvenida grandiosa a la vida que nunca muere. Tú has sido siempre y siempre serás; tus hermanos y hermanas son eternos, por eso al partir solo debes estar atento para despedirlas con los brazos abiertos, sabiendo que permanecerán por siempre no solo en tu corazón, sino también en tu mente y tu camino. En un plan perfectamente trazado como lo es la evolución del ser no hay lugar para el dolor, la tristeza y la depresión, pues has de saber que todo, absolutamente todo –incluso la muerte- es un paso hacia adelante en la condición de eterno que identifica al ser humano. Tú has sido, tú eres y siempre serás.

Este post está dedicado a las grandes mujeres y hombres  que dieron su vida por la evolución de la humanidad, que intuyeron la grandeza del Plan Divino y no dudaron en estudiarlo, analizarlo, comprenderlo y seguirlo: Hypatia, Juana de Arco, Evita Perón. Giordano Bruno, Sócrates, Miguel Hernández (Entre tantos y tantas)

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