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lunes, 5 de abril de 2010

DIATRIBA CONTRA UN HOMBRE SENTADO AL BORDE DE UN PRECIPICIO (2 Parte)

Karl trató de calmarse e intentó comprender la situación. En circunstancias cotidianas, cuando se sentía amenazado por la situación, siempre acudía a la razón para interiorizar los hechos, confrontarlos con los pensamientos y así comprender lo que sucedía. Esta lógica le había permitido vivir en medio de tanta mediocridad y tanto sinsentido.
Se dijo para sí mismo que si el mundo le hablaba era porque tenía algo que contarle y, al fin y al cabo, ya nadie tenía nada para contarle. ¿Por qué no esperar y escuchar? En medio de la desconfianza y el temor, se sentó nuevamente al borde del precipicio, pero esta vez con los pies listos para salir corriendo si la ocasión de presentara.
-Escúchame bien, amigo mío, -dijo El Pensador-. Yo soy tu propio mundo y estoy aquí para hacerte tres preguntas,  de las respuestas que proporciones,  dependerá tu destino,  luego me iré y no volverás a saber de mí. ¿Quieres escucharlas?
-¿Tengo, acaso, alternativa?
-No, la verdad es que no la tienes, así que seré tan breve como me sea  posible. ¿Quién eres?
-Soy… ¿acaso no eres mi mundo?, pues siendo así, tu sabes quién soy…soy Karl. ¡Qué pregunta más tonta!
-No te he preguntado por tu nombre, nombre que además no es el tuyo. Piensa y no digas sandeces; piensa antes de responder.
-Eh, pues…pues soy…soy operario de consola en una empresa, sí, eso es, soy operario y trabajo todo el día para poder comer y vivir.
-Disculpa, pero no he preguntado por tu oficio ni por la razón para ejercerlo.
-Pues déjame en paz y vete, que me molestas y me irritas, -argumentó Karl bastante enojado. Volteó de inmediato hacia el abismo y trató de ponerse en pie, pero al dar un paso en falso, por poco rueda hasta el fondo. Aun mas irritado, trató de incorporarse y  alejarse del precipicio, pero un fuerte pinchazo en su frente le detuvo.
-¡Déjame ir!-, gritó bruscamente, pero su mundo le respondió:
-No te puedes ir sin responder las tres preguntas que te plantearé, a menos que…-, la voz calló.
-¿A menos que?, termina la condenada frase de una vez. ¿A menos que qué?
Responde la pregunta!-, enfatizó la voz, un tanto contrariada.
-Soy…soy el hijo de don Pablo, el que solía robar manzanas del huerto de doña Inés. Ese soy yo, creo.
-Muy bien, muy bien; vamos mejorando. Ahora por fin has empezado a usar un poco de tu cerebro…
-¡Pero!..., ¿qué idioteces son esas? Insinúas acaso que…
-No insinúo, ¡estoy afirmando!. Nunca has usado ni la más pequeña parte de tu cerebro. Has pasado la vida utilizando los pensamientos de otras personas, sintiendo los sentidos de otras personas y malgastando tu tiempo en cosas vanas. Toda tu vida ha sido miserable, aunque he de abonarte que has tenido algunos aciertos en momentos cruciales, que te han permitido el placer de tener esta conversación conmigo.
-Insinúas…quiero decir… ¿acaso estás afirmando que hablar contigo es un placer o un regalo? ¡Tú sí que has perdido la razón! ¿Quién va a querer escucharte decir esas cosas?
-En eso tienes razón: a nadie le gusta que le recuerden sus miserias, sus faltas ni sus errores. Esa es una de las condiciones que los hacen humanos. ¿Acaso no quieres  recordar cuando le escondías los zapatos a tu abuela y como llorabas de risa, mientras ella se tropezaba con los muebles en busca de sus queridos zapatos? ¿Las veces que a hurtadillas hacías trampas en los exámenes en el colegio y las excusas que siempre tenias para salirte con la tuya?
-¿Cómo es que sabes esas cosas?-, musitó calladamente Karl.
-Nada hay oculto en el mundo. Las causas generan efectos que el ser humano no alcanza a percibir o no quiere conocer. Toda tu vida está escrita en el  libro del Akasha, pero eso no deseas saberlo. Recuerda que una de las verdades más grandes del universo es que, precisamente la verdad no la quieres conocer. Pero basta de charlas, respóndeme la pregunta que te hice, que el tiempo se agota.
-Pues, ya te he dicho que soy hijo de…
-Cállate, cállate. No he preguntado por tu ascendencia, ni por el oficio de tu progenitor. Me estás obligando a… ¡tú te lo estas buscando, eh!. Dijo airadamente El Pensador.
-En ese caso, quédate en tu propio mundo, porque yo me voy-. Karl intentó nuevamente salir corriendo, pero sus pies no respondieron. Un hormigueo recorrió toda su columna y las manos no las sentía. De repente su voz se fue apagando y ahora solo pronunciaba frases sin sentido. Cayó al piso estruendosamente. En ese instante deseó lanzarse al vacio sin más, dejar que todo pasara y sencillamente darle la razón a su mundo. Nuevamente sintió un punzón en su espalda que lo empujaba irremediablemente al abismo. Asiéndose de una rama que sobresalía al borde, se contuvo en medio del terror que sentía de lazarse al espacio. Con las fuerzas y la voz recobrada, le inquirió a la voz:
-¿Por qué me tratas así?, ¿Qué te he hecho  yo?, ¿Por qué no me dejas en paz de una buena vez?
-Cálmate amigo mío, recuerda que yo no existo. Solo soy tu mundo, aquel que tu  creaste, y por tanto, solo vivo si tu vives. Levántate  y siéntate, no debes temer.
Karl se sentó y trató de calmarse, hinchó sus pulmones de un aire que ahora se tornaba más liviano e impregnado de olores sobrecogedores. Miró el horizonte y contempló el abismo; todo parecía ahora distinto. En su mente empezaba a creer que algunas cosas tenían sentido; que el trabajar tantos años para una compañía había sido importante, pero que no había cumplido con algo, algo que no sabía exactamente qué era, pero que le causaba un dolor interno, una cierta desazón o quizás, un descontento que le ocuparía el resto de su vida. La voz parecía haber desaparecido, pero ahora era él quien no quería abandonar el lugar, no sabía a dónde ir, que hacer o contar a su mujer y a sus dos hijas que estarían esperándolo para cenar, pues ya era la hora habitual. ¿Qué habría hecho Grenouille en este caso?, musito para sí. ¿Cuál será la respuesta correcta a la pregunta?... Ocupado en estas elucubraciones estuvo un largo tiempo; a su lado revoloteaban algunas mariposas amarillas y una sola de color blanca.
-Es extraño, como las personas no observan estas diferencias y similitudes en su vida cotidiana-, pensó. Se sentía más tranquilo, pero a la vez, con muchas preguntas. Había estado al borde del abismo y deseando lanzarse al vacío, había tocado casi el límite de su paciencia y, sin embargo no lograba comprender la razón de su existencia. ¿Quién soy…quien soy…quién soy?, se repetía una y otra vez, mientras fijaba su mirada en la nada. Ahora el abismo no le parecía tan fatal, quizás lanzarse sería la solución. Su cuerpo caería como una piedra lanzada al agua, se elevaría por los aires y, ciertamente, encontraría el piso, haciéndose añicos contra las rocas salientes del abismo. Seguramente pasaría mucho tiempo hasta que alguien, atraído por los gallinazos que revolotearan, encontrara solo sus huesos inertes y despedazados. De Karl no quedaría nada, nada, solo un recuerdo.
-Así es la vida-, pensó. De lo que soy, no quedará más que recuerdos. Seguramente moriría tres veces sin darme cuenta: Cuando este cuerpo empiece a rodar y chocar con las salientes rocas, cuando deje de respirar y cuando muera también el último que guarde un recuerdo de mí…triste destino para un hombre que ha trabajado tantos años en una empresa.
  Se levantó e inclinó hacia adelante, a punto de saltar estaba cuando acudió a su mente la respuesta que El Pensador parecía querer escuchar. Súbitamente se volteó y gritó fuertemente:
-¡No soy nadie…no soy nadie…nadie!. ¿Me escuchas?... no soy nada… solo soy yo. Acto seguido se escapó de sus entrañas  una fuerte carcajada que retumbó en el vacío. La voz tenía razón, -pensó-,  no sé quién soy, solo sé que no soy quien creía que era. Eso deja un gran hueco en mi interior. Me siento lleno, pero vacio. Buscó su anhelada taza de café, pero recordó que ya no existía, ahora sabía que podía vivir sin ella y, ¿sin Süskind?  Terrible destino el del libro, chocar contra las rocas, destrozado por las fuerzas de lo invisible en una lucha, por demás, perdida.
Después de esta aparente calma, y como era de esperarse, Karl se sintió más apesadumbrado que antes. Miles de recuerdos acudían a su cabeza, queriendo ser escuchados todos a la vez: los amores fallidos, aquellos en los que fue traicionado y los otros donde el traicionó; las veces que mintió para lograr que una situación se volviera en su favor y los desaires y tristezas que a su mujer le propinó. Las tantas veces que levantó la voz para hacerse escuchar, particularmente aquella en donde no tenía razón, y las noches que apostó más de la cuenta en las que todo  perdió. Los recuerdos danzaban en su mente como mínimas aves migratorias. Por más que intentaba calmarlas, las voces en su mente no se iban, por el contrario, parecían multiplicarse cada vez. Trató de no pensar, como tantas veces su médico le recetó.
-¡Pensar!... ¿acaso El Pensador no ha dicho que no usaba mi cerebro? ¿Cómo es que ahora tengo tantos pensamientos en mi cabeza? (Esta historia continuara) 

1 comentario:

  1. Bueno... parece que Karl comienza a despejar algunas dudas. Por lo menos, ha respondido la primera pregunta (o al menos, eso creo). Habrá despertado su cerebro?
    PD "... a menos que qué?"

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