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lunes, 22 de septiembre de 2014

EL PRECIO DE LA IGNORANCIA


¿C
ómo se podría definir la ignorancia? Ignoro cuál sería la correcta definición de un vocablo que presenta en la actualidad tantos matices.  Posiblemente una forma de aproximarse al concepto de ignorancia pudiera ser ejemplificándola desde algunas de sus posibles dimensiones y conectándola con aquello que le da razón de ser, la realidad.
Porque no podemos seguir como borregos sin pensar
Por realidad podemos aceptar la esencia única que trae a la existencia a todos los seres dentro de una misma “Oleada de vida”, aquello que no admite discusión y que, como arquetipo, es consciente o inconscientemente aceptado por todos y cada uno de los seres que expresan la vida en todas sus manifestaciones. Desde un comienzo se deja entrever la dificultad que tenemos, como seres limitados y finitos, para acercarnos a lo infinito e incognoscible mediante el uso de los cinco sentidos con los cuales contamos en la actualidad y, sobre todo cuando nosotros mismos somos parte de esa realidad que queremos conocer. Para una gota de agua que hace parte de un lago le es muy difícil, seguramente imposible, conocer y reconocer la realidad del lago mismo.
Reconocer que ignoramos la realidad, la esencia y la actuación de la misma puede servirnos para conocer la ignorancia y actuar en consecuencia. Partamos de un ejemplo bien sencillo: “el mago prestidigitador que hace desaparecer ante nuestros ojos una hermosa dama y luego la hace aparecer en el lado opuesto del escenario”. Los ejemplos de este tipo abundan, especialmente en las grandes ciudades del mundo. ¿Qué ha sucedido? Sencillamente que nuestros sentidos se han dejado engañar. La vista transmitió al cerebro una información y este la aceptó como verdadera sin darse cuenta que no correspondía a la realidad.  Aquí tenemos un primer momento de ignorancia con su respectiva culpabilidad.

Desconocer la realidad es quizás el acto de mayor ignorancia al que podemos llegar, pero también existen otros tipos de ignorancia, o mejor diríamos, estados de ignorancia latente cuando, por ejemplo, no sabemos matemáticas, sistemas informáticos, física o biología. La corrección de estos tipos de estados es realmente sencilla, aunque requiere un poco de esfuerzo por nuestra parte.
La situación es diferente cuando se trata de un engaño o situación engañosa que durante mucho tiempo (años o siglos) hemos aceptado como realidad única y verdadera. Cuando hemos estado “encadenados de pies y manos dentro de la caverna de Platón”, y cuando somos parte de esa aparente realidad con la que hemos convivido por tanto tiempo, la liberación se vuelve un proceso doloroso, largo y violento que solo puede empezar desde lo más profundo de nuestro propio ser.  Ningún estado, gobierno o entidad gubernamental va a hacer algo al respecto pues el primer impulso, el primigenio esfuerzo debe partir de uno mismo. Solo cuando el alma empuja violentamente a la personalidad y la mueve hacia el punto en donde la libertad total es posible, el hombre comienza a entender la realidad, aunque aún siga preso de las cadenas. La diferencia radica en que ahora él es consciente de las mismas. No es lo mismo tomar cicuta por error o ignorancia que beberla consciente del motivo y las razones que llevaron a esa decisión, particularmente cuando se ha aceptado que el error consistió en adelantarse a su tiempo.
Entonces, en un primer momento se trata de aceptar que “aquello que reconocemos como realidad” no es la verdad. Una duda metódica y una actitud ecléctica frente a las diferentes manifestaciones de la realidad nos ayudará a movilizarnos de esa cómoda posición que hemos mantenido y donde nos sentimos más o menos satisfechos¿Qué tal si…?   ¿Qué sucedería si…? Encabezados como estos nos proporcionan un buen punto de partida hacia esa necesaria ruptura de los velos de ignorancia que nos separan de la verdad, es decir, de la realidad.
En el acto inquisidor que propone este tipo de preguntas, así como en el ejemplo anterior respecto del mago prestidigitador se halla la clave de la generación, transmisión y mantenimiento del error y, por ende, de la ignorancia. Hacemos referencia, como no, a “la herramienta” de acceso a la realidad.
Mientras sigamos dispersos y nos consideremos como entes únicos y distintos de los demás seres, necesitaremos utilizar alguna herramienta para acceder al conocimiento, es decir a la verdad o la realidad. Esta situación se puede ejemplificar académica y sencillamente desde la religión católica. Los sacerdotes y toda la jerarquía eclesiástica se hace necesaria porque el hombre común y corriente no tiene, no conoce o no desea un “acceso directo a Dios”. Tanto la jerarquía como los textos sagrados, mantras, oraciones, ritos, etc., no son más que herramientas que facilitan una comprensión de una realidad suprahumana.  Ahora bien, cuando la herramienta se encuentra deteriorada, en mal estado; cuando es obsoleta, inadecuada; cuando está sucia o contaminada, la realidad  a la cual accedemos no corresponde a la verdad. Un excelente obrero con mala herramienta sigue siendo un mediocre. Consideremos esto no solo en relación a  herramientas mecánicas o físicas.
Avanzando en esta línea de pensamiento podemos decir que las herramientas están directamente relacionadas con los cinco sentidos activos en el común de la gente. Esto es claro, pero, acto seguido, encontramos otra dificultad: no basta con poseer la herramienta adecuada y en perfecto estado, se hace necesario utilizarla en la forma correcta y el momento preciso. No es suficiente con ayudar, la ayuda debe ser eficaz dentro de  los términos de la economía del universo. Con un brillante y costoso bisturí no podemos sembrar un frondoso árbol, por más que el mérito de sembrar, compartir y ayudar a los demás sea nuestro sino.  
El uso de herramientas para acceder a la realidad a través de los cinco sentidos no se corresponde con la realidad misma, pues la necesidad de una “herramienta” es la prueba fehaciente que no disponemos (aun) de una forma o estado de consciencia suficientemente desarrollado como para comprender la realidad sin el uso de un sentido y sus respectivas herramientas. Tanto en el uso de las mismas como en el absurdo engreimiento de creernos poseedores de una verdad radica una de nuestras más grandes falencias como seres humanos en constante evolución.

Somos el resultado de una cadena interminable cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Milenios han pasado desde aquel inicio y, no obstante, somos mayoritariamente torpes cuando de mostrar la realidad, aceptarla y transformarla se trata. Y es que muchas veces aceptamos y creemos que “simples juguetes” o “sonajeros para adultos modernos” son verdaderas herramientas, cuando no se trata más que de elementos de distracción que nos impiden conocer la realidad. Es más, nos negamos a creer que existe esa realidad.  
Entonces… un buen comienzo pasa por aceptar que desconocemos, que somos ignorantes en algún sentido. Solo cuando estamos seguros de estar enfermos, nos decidimos a ir al médico. Sobre todo somos ignorantes de nosotros mismos. Nuestro propio ser interno es el más desconocido ser, lo cual hace del “conócete a ti mismo” la más ardua de las batallas.
Acto seguido, podemos determinar la cantidad y calidad de herramientas con las cuales contamos para acercarnos tanto a nosotros mismos, como a los demás y al universo en general. Limpiar las herramientas, ponerlas a punto para empezar el trabajo, y, para ello, aceptar que los cinco sentidos son limitados, que son falibles y que podemos cometer errores, son elementos claves para hacer de nuestra existencia algo digno y edificante.
Posteriormente, debemos utilizar dichas herramientas (incluida la intuición) y acercarnos con infinita curiosidad al objeto de estudio. Sin temor, sin miedo a fracasar o a ser tildado de loco, de “rarito” o de anacrónico. Un gran avance, importante y profundo, nunca se da en conjunto, es algo propio, íntimo y sublime que llega a cada cual en la medida en que lo pueda manifestar.
Finalmente, podemos discernir el conocimiento hallado, limpiarlo y prepararlo para ser entregado a todos los seres. La cualidad primordial del sol es su generosidad: sale todos los días y para todos. La tierra no discrimina acerca del merecimiento de quien la siembra, por tanto, nuestro florecimiento en favor de la humanidad es un deber.

Cuando hemos llegado al conocimiento, es decir, a la realidad, encontramos que somos parte fundamental de ella. Que no somos “entes” separados sino que somos una manifestación de la misma. En ese preciso instante, hemos derrotado a la ignorancia a la cual nadie tiene derecho y por usurparlo pagará un alto precio.
La ignorancia, ese estado caracterizado por la desigualdad, la inequidad, el desprecio a la vida; la carencia o el abuso de recursos físicos, emocionales y mentales y la infelicidad es la oscuridad que  debemos iluminar con nuestras acciones cotidianas. Cada persona y cada ser en el universo tienen la posibilidad y el deber fundamental de servir de faro a quienes les rodean. No se trata de iluminar mucho o poco, sino de hacerlo constantemente y desde las propias posibilidades. El cumplimiento del propio deber, aunque sea sencillo y humilde, es mil veces preferible a la realización del deber ajeno, pues esto último trae consecuencias graves tanto para quien lo ejecuta como para quien permite que sea realizado.   

La ignorancia, entonces, es como un velo que nos impide ver la realidad, analizarla, entenderla y comprenderla, con lo cual perdemos también la posibilidad de realizarnos como seres humanos al impedirnos, a su vez, servir de faro, de luz en el camino, de guía y ayuda en el trasegar de los demás seres humanos. Tanto al aceptar la ignorancia como al dejarnos engañar estamos cometiendo un grave error que no solo nos afecta a nosotros mismos sino que también complica y dificulta la vida de los demás. Este es el precio de la ignorancia y por eso nadie tiene derecho a ella. Afortunadamente, las herramientas para vencer este lamentable estado están dadas, han sido desarrolladas por otros antes que nosotros y hacen parte de nuestro propio sino. Solamente necesitamos animarnos a emplearlas, a optimizarlas y sobre todo, comprender que “cultivarse”, es decir, propender por ser más culto, más sabio, mejor ser humano cada día, es un deber para con los demás, porque entonces… ¿Cuál es la vida promedio aceptable de la ignorancia? ¡El momento es ahora y el tiempo es ya!
Escríbale al autor: Joss2014
Email: 2262287343@qq.com
Hangzhou, Provincia de Zhejiang,  RepúblicaPopula de China.

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